Durante las dos décadas en
que dominó la política boliviana el MAS-IPSP,
ciclo concluido por obra y gracia autodestructiva de Evo Morales,
aquellos que se sintieron desplazados del centro de las decisiones nacionales
han terminado exponiendo cuanta propensión habían tenido para hacer el
ridículo, producto de haber quedado afuera del manejo del país, desde los
ámbitos de la economía hasta los de la identidad y la cultura.
El ridículo está precedido
de ese indigesto estado de ánimo (y de ánima) que a lo largo de estos años se
ha manifestado desde proponer convertir la Casa Grande del Pueblo en hospital,
porque se consideraba que los gobernantes de turno no eran merecedores de
sentirse a sus anchas en espacios de supuesto lujo, producto del derroche
estatal. Vistas las cosas transcurrido el tiempo y el uso de los 23 pisos de la
nueva casa de gobierno, ha quedado clarísimo que el edificio en cuestión,
pegado al Palacio Quemado, que hace esquina en las calles Potosí y Ayacucho, es
simple y llanamente un edificio de oficinas convencionales en el que funcionan
reparticiones que forman parte del Órgano Ejecutivo y no sólo la Presidencia
del Estado, nada que ver con palacios
como los mandados a diseñar y construir por jeques árabes o potentados
asiáticos.
Parte de ese puñado de
papeloneros, enfermos de importancia y revestidos de cierta experiencia viajera
por el planeta, han celebrado con malsana alegría la reposición del reloj
convencional situado en la parte superior del antiguo edificio del parlamento
nacional. Dicen que ahora el tiempo volverá a girar en la dirección correcta,
que dejará de dar vueltas al revés (¿?) y así se acabarán los exotismos de
lunáticos como el ex Canciller y ex Vicepresidente, David Choquehuanca.
Habían sido ridículos de
solemnidad, pero sobre todo descriteriados debido a la torcida manera en que
observan esos ámbitos que los incomodan y los tenían desplazados del centro de
los acontecimientos y esto lo digo desde mi conciencia zurda –escribo con la
mano izquierda—impuesta por mi madre a las monjas del kínder al que me llevó
con cinco años de edad, a quienes les advirtió que no intentaran disciplinar el
uso de mis manos a la hora de aprender a dibujar y a escribir, cosa que la
Superiora aceptó sin ningún tipo de reparos a pesar de considerarse que
antiguamente a los zurdos se les corregía el “defecto” para que finalmente
aprendieran a usar la mano derecha.
Usar lápices o bolígrafos
con la mano “al revés”, dirían los aburridos diestros y grises en sus trayectos
de burócratas internacionales, sería parte de la incorrección marcada por estos
bedeles que se han tragado manuales de urbanidad convirtiendo sus cerebros en
superficies cuadradas en las que no caben otras maneras de pensar y movilizar los cuerpos. En efecto,
escribo con la mano izquierda puesta arriba del papel con estilo que ya
quisieran muchos que dicen tener letra palmer. Gracias mamá. Gracias monjas del
Amor de Dios por haberme dejado crecer zurdo e incorregible.
Ridículos y espacio
temporalmente desorientados son estos personajillos que piensan por derecha y
hacia el norte, y por eso creen que un reloj que gira hacia la izquierda con
las manesillas evolucionando hacia el sur, es un reloj que gira “al revés”
cuando la gran mayoría de esta legión de
arrogantes llevan sus relojes puestos todos los días de sus vidas en sus
muñecas de mano izquierda, precisamente para contrapesar sus actos reflejo
debido a que son diestros.
En los relojes comunes y
corrientes, la una de la tarde está después de las 12. En mi reloj del sur, se
encuentra antes de las doce y así sucesivamente, el 10 del reloj dominante
occidental es el 2 en este mi “Sajama” que más abajo lleva la palabra “larama”.
Según la información disponible, mis dos relojes del sur, uno con fondo café
claro y el otro café oscuro, forman parte de una edición limitada de setenta
piezas fabricadas en China (los míos llevan los números 12 y 18), cuatro de las
cuales tuve la posibilidad de obsequiar a una linda pareja de neoyorkinos de
Brooklyn, a mi hijo Andrés que vive por allá y a su compañera Talia: Feliz el
que regala el tiempo del sur y felices los que reciben ese regalo en el norte
con quienes celebramos la victoria de Zohran Mamdani en la batalla electoral
por la Alcaldía de la ciudad que nunca duerme, la ciudad de la Gran Manzana.
Zurdo, con mi tiempo girando
hacia la izquierda, lo esencial es que he aprendido a pensar con los
hemisferios “cambiados” y por ello tengo siempre presente como escribiera
Benedetti y cantara Serrat (1985), que el sur también existe y que la palabra
diversidad nos incita cotidianamente a construir una humanidad más profunda y
auténtica. ¿A qué jóvenes open mind no les gustaría tener relojes del
sur en sus muñecas izquierda o derecha?
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 29 de noviembre