viernes, 7 de agosto de 2020

Bolivia, un país desprogramado e incierto

 

Como si se tratara de un viaje en una cápsula inventada por H.G.Wells, Bolivia es hoy un país en retroceso, en el que casi nada funciona con una mínima fluidez, a partir del momento en que la presidenta accidental --a la que en el espectro internacional se califica dominantemente como presidenta de facto--, decidiera convertirse en candidata para las elecciones de las que estaba encargada a partir de una transición que debió caracterizarse por trámites rutinarios para generar un gobierno electo, después de la anulación de los comicios realizados el 20 de octubre del pasado año, con el argumento de un “fraude monumental”, seriamente impugnado más allá de las fronteras nacionales.

Bolivia se encuentra económicamente desprogramada con decisiones de contratación de deuda externa que corresponden a una administración con facultades para gobernar cinco años, entrampada en las disputas que sostiene el gobierno de Añez con la Asamblea Legislativa Plurinacional que aduce incapacidad jurídica para viabilizar los desembolsos de recursos, debido a que no se cumplen los requisitos constitucionales para la viabilización de créditos, con el agravante en el contexto general,  de la muy débil actuación del Tribunal Supremo Electoral, cuarto poder del Estado que ha fijado el 18 de octubre como fecha de elecciones, sin una fundamentación orientadora que ayude a acercar a las partes en conflicto, en este caso, las organizaciones sociales encabezadas por la Central Obrera Boliviana (COB) y los colectivos sociales vinculados al Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo Morales, por una parte, y los partidos políticos situados del centro hacia la derecha que han dejado pasar el necesario tiempo para que en plena pandemia, con enormes riesgos de contagios masivos, indígenas, campesinos y trabajadores de las ciudades hayan decidido volcarse a las calles para reclamar por elecciones ya, a través de nutridas movilizaciones en media docena de ciudades del país.

Con una muy insuficiente y poco transparente gestión de la crisis sanitaria y generando la impresión de querer prorrogarse en la transitoriedad gubernamental lo más posible,  a todo el desaliento con el que viven las mayorías de muy escasos recursos hay que sumar la acumulación de preocupantes informes internacionales acerca del cuadro de situación relacionado con el ejercicio de los derechos humanos y las libertades ciudadanas que por ejemplo acaba de publicar la Clínica Internacional de la Universidad de Harvard en la materia, con el título “Nos dispararon como animales, Noviembre Negro y el gobierno interino de Bolivia”.

En el preciso informe del ente especializado de la universidad estadounidense figura un recuento de lo que fueron las masacres de Senkata y Sacaba (más de treinta muertos), los excesos cometidos por las fuerzas policiales y militares, la persecución desatada contra militantes y parlamentarios del partido de Evo Morales, así como a periodistas y trabajadores de medios de comunicación contrarios al gobierno, a los que en su momento se tachó de “sediciosos” y “terroristas” para amedrentarlos y finalmente silenciarlos.

En el contexto mediático, en el que la televisión y la prensa oficialista prefieren eludir estas temáticas que incomodan al gobierno de Añez, figura una línea inequívoca dada por el columnista Raúl Peñaranda Undurraga publicada por el New York Times en su edición en español el pasado 17 de julio, con el título “Mesa y Añez deben pactar para evitar que el MAS de Evo Morales regrese al poder”, encabezamiento que encaja mejor en la lógica de un documento de campaña electoral, razón por la que seguramente el mismo autor decidiera cambiarle el título para consumo interno en el diario Página Siete de La Paz, con el título de “La difícil transición tras la caída de Evo Morales”.

Peñaranda, periodista autonombrado independiente, forma parte de un cuarteto de opinadores que terminaron desquiciados con el gobierno de Evo Morales al que combatieron sistemáticamente y al que les es imposible no incluír en sus arremetidas semanales. Está directamente vinculado al presidente del directorio y principal propietario del diario Página Siete, Raúl Garafulic Lehm, con quien fundara ese diario, al empresario Samuel Doria Medina, candidato a la vicepresidencia en la fórmula de Jeanine Añez y a Carlos Mesa, el iniciador del golpe de Estado el pasado 10 de noviembre, el único presidenciable con algunas posibilidades de disputarle el triunfo al binomio del MAS conformado por Luis Arce Catacora y David Choquehuanca, según lo informan todas las encuestas.

Con ese chocante panorama, en el que la Bolivia plurinacional le va perdiendo el miedo a las advertencias represivas de un gobierno severamente desacreditado y unos medios de comunicación tradicionales que evidencian sus líneas editoriales más por lo que no dicen que por lo que publican, Bolivia se encamina trastabillando hacia unas elecciones presidenciales para las que hay que aguardar dos meses y medio, tiempo en el que seguramente , el gobierno aduciendo la prioridad de la lucha contra el coronavirus, y los sectores populares reclamando por su derecho a conformar un poder legítimamente constituído, tendremos más incertidumbre, desconcierto, tensiones y seguramente manifestaciones de violencia que siempre hacen temer por el desastre que significaría la voladura del sistema: Bolivia ha retrocedido en el tiempo y hoy queda caracterizada por demasiadas preguntas que por ahora no encuentran respuestas.



Originalmente publicado en Noticias de América Latina (NODAL) el 02 de agosto de 2020

 

La crónica de Soledad

 

“Para una fotografía sin nombres” es el título de la crónica con la que Soledad Domínguez ganó un premio el pasado año. A diferencia de quienes abrazan el género como valor en sí mismo, más allá de cuan anecdóticos o trascendentes puedan ser sus contenidos, a Domínguez lo que le interesa es reivindicar el valor decisivo y la calidad humana  de cuatro mujeres, esposas de trabajadores mineros, que con su decisión de instalar una huelga de hambre, comenzaron a tumbar la dictadura de Banzer en 1977.

La historia de Nelly Colque, Angélica Romero, Luzmila Rojas y Aurora Villarroel es dramática, potente, desgarradora, profundamente triste, y con todas esas características queda honrada y relievada por el talento narrativo de Domínguez, que además de ejercitar una retrospectiva de las condiciones político sociales reinantes en la época, desvela una realidad que ayuda a romper con la idealidad del perfil del obrero de interior mina, y que consiste en que éste, por más rasgos de compromiso y valentía que haya sabido exhibir en su histórica lucha contra la opresión conservadora empresarial militar, forma parte de un sistema patriarcal y machista, del que no puede liberarse por más ideas progresistas que abrace puertas para afuera.

La fotografía en blanco y negro que inspira este texto registra a esas gigantescas madres y compañeras rodeadas de sus pequeñ@s hij@s, que hicieron huelga a pesar de las amenazas represivas y de haber vivido siempre subestimadas y minimizadas por sus compañeros, en épocas en que ser varón era indiscutible y no había igualdad de género instalada en el escenario de la deliberación pública. En democracia tan patriarcal y falocrática como la nuestra, no podrían alcanzar todas las reencarnaciones posibles para guardar agradecidos en nuestras memorias, lo que significó semejante determinación de valentía y compromiso con sus familias, sus compañeros, la vanguardia minera y el país íntegro.

Gracias a esas mujeres comenzamos a vislumbrar democracia en Bolivia, y gracias al talante para contar historias de Soledad Domínguez, la narración sobre las huelguistas mineras ya no es un simple apunte de refilón, en tanto se ha convertido en un testimonio provisto de nervio y garra en el que la riqueza temática adquiere contundencia por la calidad del relato.

Pero la otorgación de este premio periodístico literario es todavía más interesante, si examinamos con precisión quién lo confiere y quienes lo reciben, directamente la autora, e indirectamente las mujeres protagonistas de la huelga. Quién entrega este Premio Nacional de Crónica Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela es el diario propiedad del heredero-primogénito de un empresario muy cercano al dictador Banzer, Raúl Garafulic Gutiérrez, hecho al que muchos podrían calificar de justicia poética. En otras palabras, un diario hijo del banzerismo y de la derecha capitalizadora y gonista del país, termina entregándole un premio a la autora de un texto que da cuenta de la lucha popular contra Banzer, el General que entre 1971 y 1978 gobernó de facto Bolivia a punta de persecución política, desapariciones forzadas, y violaciones a los derechos humanos incluídas las masacres de Tolata y Epizana en 1974.

Para decirlo pronto y claro, un diario de orígenes ideológicos banzeristas premió hace un año a una cronista ahora preocupada por el regreso del fascismo y que en su documental “Hermana constitución” (2006-2007), refiere una serie de acontecimientos en los que las mujeres del campo popular boliviano aportaron con su combatividad a la puesta en vigencia de una nueva Constitución Política que abre las compuertas al Estado Plurinacional. Para decirlo metafóricamente, el banzerismo premió desde el más allá, a una documentalista y cronista de izquierda y a unas mujeres mineras  que combatieron al dictador, desde la palabra, la memoria y una acción político social como la huelga de hambre.

En homenaje a la solidez de las fuentes informativas para referirnos a personajes públicos influyentes en nuestra historia política, será bueno releer “Incestos y blindajes, Radiografía del campo político periodístico”, importante libro de investigación de Rafael Archondo (Plural, 2003) en el que se pueden encontrar significativos elementos que describen quién fue Garafulic, a propósito de la capitalización de la entonces línea aérea bandera nacional, Lloyd Aéreo Boliviano. Dicho sea de paso, en la introducción de tan riguroso trabajo, el autor cuenta cómo fue definitivamente suspendida la columna que publicaba habitualmente en éste diario, La Razón, entonces propiedad de éste empresario, que fue censurada, lo mismo que le aconteciera hace algunos meses a la activista María Galindo en el diario que preside en la actualidad Raúl hijo. 

“¿Qué había de reprochable en la conducta solapada de Garafulic?” pregunta Archondo para ejecutar el desmontaje  que parte con la siguiente afirmación: “A mediados de noviembre de 2002, la adormecida opinión pública boliviana se enteró que el empresario Raúl Garafulic Gutiérrez había usado a su ex amigo y socio Ernesto Asbún como prestanombres para comprarse las acciones privatizadas del Lloyd Aéreo Boliviano (LAB). La ilegítima operación quedaba al descubierto gracias a la propia auto-incriminación de Garafulic, quién acudía a los  tribunales de Cochabamba para reclamar la titularidad de sus supuestas posesiones de la aerolínea.”

Además de haber escrito una valiosa crónica, y de haber rescatado del olvido y la ingratitud a esas cuatro mujeres de las minas bolivianas, Soledad Domínguez ha logrado, sin siquiera sospecharlo, que Garafulic castigue simbolicamente a Banzer con el premio que le fue otorgado, y que al cabo de medio siglo los hechos expliquen, sin necesidad de ejercitar juicios de valor, por qué estos personajes ocupan el lugar al que la historia los tiene condenados.


Originalmente publicado en el diario La Razón el viernes 17 de julio de 2020

 

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