sábado, 2 de noviembre de 2019

El payaso del sistema


Los cultores del comic andan alucinando con el Joker que ha compuesto Joachim Phoenix y los cultores del buen cine de todas las épocas se están lanzando a las salas desparramadas por todo el planeta, acicateados por el León de Oro del Festival de Venecia que ha obtenido esta película de masas, que perfora la historia del más sofisticado y atormentado enemigo de Batman que ha llegado al mundo, según el especial énfasis de esta versión cinematográfica, para experimentar desde sus primeros recuerdos, la negación, el menosprecio, la subestimación, el bullying y el ninguneo, estímulos que conducen al personaje a graduarse de resentido social, según lo dicta el léxico conservador,  con talento para la catarsis sanguinaria como forma de respuesta a todas las desgracias que debe soportar en su tortuosa existencia, combinada de precariedad para enfrentar el día a día y de ilusiones sobre lo que nunca le sucederá: Seducir a la vecina con la que fantasea, pero que en realidad le teme, y alcanzar celebridad producto de un talento que cree poseer y del que casi nadie se entera.

Digo que esta película --“Guasón” en castellano-- perfora la iconografía de códigos fantásticos, impresionistas, policromáticos y hasta psicodélicos, según las versiones que se producían de una a otra década (comics, películas, serie de televisión), --inaugurada en 1939 con la irrupción del Caballero de la Noche, “Batman” creado por Bob Kane—porque el director Todd Phillips, optando por una estética decadente en la que destacan el claroscuro, la mugre y el deterioro,  aprovecha la laberíntica estructura mental del personaje para ofrecernos la disección psicosocial de un hijo de nadie apaleado por los códigos de convivencia en que domina la apuesta por el individualismo y el castigo al malvado que tiene como destino inevitable la marginalidad en el tablero de la gran ciudad, esa que lleva el nombre de Gótica, y que es en buenas cuentas la Nueva York considerada por tantos, capital del mundo, ciudad inclasificable en un país de señalética perfecta en el que ni el más despistado debería extraviarse.

Nos inculcaron en la infancia la idea de que el payaso tiene como oficio el hacer reír al público que acude al circo. Y que no importan los dramas o crisis existenciales que vaya soportando en la “vida real” porque de lo que se trata es de honrar el pago de la taquilla, sin que importe el acudir al expediente del chiste barato o previsible. El payaso debe reír y hacer reír, aunque tenga inundadas las entrañas de lágrimas y en esa lógica de comprensión, se ha construído en el imaginario que se trata de un ser triste que habita en la pobreza,  pone cara y risa de circunstancias, que sale al escenario maquillado al extremo de quedar sin rostro propio y ataviado de manera estrafalaria para que la ridiculez de entrada, como primer impacto visual, ya resulte graciosa.

El Joker, enemigo de Batman, era en primer lugar un histriónico egocéntrico que luchaba por controlar la ciudad a través de una organización criminal por él mismo comandada, pero esta última versión, sin la presencia del hombre murciélago, tiene todo para concentrar la trama en un destino solitario,  propio de la represión institucional de las grandes urbes: La cárcel, el hospital, el geriátrico y en este caso el manicomio (Arkham) en el que el personaje desemboca, y con el que se corta de raíz la serie de asesinatos a cual más truculento, todos ellos con una explicación provista por el mosaico social: los chiquillos de barrio afros y latinos, los yuppies de Wall Street que lo atacan en el Metro, su propia madre con quien mantiene una perniciosa relación edípica y le miente acerca de la paternidad que permitió su llegada al mundo y en el climax narrativo, el showman televisivo, ícono del Star System (Robert De Niro), que lo invita a su talk show para mofarse de su necesidad compulsiva de reír y de convertirse en un referente para retrucarle al poder y sus mecanismos, con rabia, violencia y desorden callejero, con gente desbordada y debidamente disfrazada con caretas de clown en homenaje al antihéroe que ha desatado la indignación colectiva. Confesar en la tele un crimen tiene que subir el sagrado rating, aunque las consecuencias se paguen con otro asesinato si de lo que se trata es de competir para ganar en el perverso cosmos del show bussines.
C
on alusiones de  guión a “Taxi driver”(1976) y al “Rey de la comedia” (1983) de Martin Scorsese, Joker tiene la particular sutileza de quedar liberada de las convenciones del personaje de comic, para internarse con osadía en la muy característica película de personaje/actor producida por la gran industria en la que se impugna al sistema desde el mismo sistema: Si eres un mal nacido, no te preocupes, los engranajes están preparados para que te conviertas en una entidad monstruosa que es a lo único que puedes aspirar en busca de unos minutos de gloria, porque este mundo usa y bota a los pobretones, y los convierte en criminales desde pandilleros juveniles hasta psicópatas con destino al psiquiátrico. 

En el sistema- mundo, en la contemporaneidad unipolar donde los negocios dominan las creencias, cuando las reglas de juego aplastan la autoestima, siempre habrá un Joker dispuesto a ofrecer un festival sangriento para beneplácito de la morbosa y acomodada existencia de la platea.


(Originalmente publicado en la sección Opinión de la Agencia de Noticias Fides ANF el 15 de octubre)

La dupla que no fue


El 3 de diciembre de 2017, día de elecciones judiciales, emití un video por Facebook en el que predecía que el binomio de la embajada de los Estados Unidos para las elecciones de 2019 estaría conformado por Carlos Mesa y Oscar Ortíz. Dije entonces que Carlos D. se postularía a la presidencia aunque éste lo negara reiterativamente. Mi presunción se bifurcó en dos candidaturas que han terminado por confirmar que en estos casi catorce años de un solo presidente, las oposiciones tradicionalistas con vocación neoliberal no fueron capaces de construír, como debe ser, con paciencia y laboriosidad, un proyecto alternativo de centro derecha capaz de rebatir cada una de las hipótesis y certezas con las que Evo Morales y el Movimiento al Socialismo (MAS) pretenden ahora alcanzar un cuarto período consecutivo que los conduciría a gobernar Bolivia por casi veinte años, hasta 2025.

Si la principal dupla opositora fuera en este momento, Carlos Ortíz presidente – Carlos Mesa vicepresidente  -sí, en ese orden, aunque al andinocentrismo clasemediero y citadino le parezca inconcebible--, a pesar de los enormes vacíos conceptuales con los que han encarado el ejercicio de la política, y su casi nula contribución a la refundación de un sistema de partidos, estarían en condiciones de disputarle el triunfo al partido de gobierno, voto a voto,  y no como está sucediendo hasta ahora, según gran parte de las encuestas, en que sumados, los candidatos de Bolivia Dice No y de Comunidad Ciudadana, llegan con muchas dificultades al 30 por ciento, mientras el MAS se encamina a superar la valla del 40.

¿Por qué un binomio en ese orden de los factores? Porque sencillamente Ortíz forma parte del único partido político que después del MAS se ha configurado orgánicamente --desde Santa Cruz--, tomándose más en serio que el resto, la necesidad de articular un proyecto a partir de una estructura de características institucionales y porque tanto su candidato en condición de Senador y su jefe nacional, el Gobernador Rubén Costas, fueron los principales defensores de los resultados del referéndum del 21 de febrero de 2016, mientras Carlos Mesa, fiel a su estilo, andaba con una pata oficialista como vocero de la causa boliviana por el juicio planteado contra Chile ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) y con la otra, ese mismísimo 3 de diciembre de 2017, cuando todavía ejercía de columnista de diarios y profesor universitario, acusando al gobierno de autoritario. Es decir que Ortíz tuvo una sola conducta contra el gobierno y su proyecto prorroguista, en tanto Mesa, decía una y otra vez que no sería candidato, hasta que encontró en el Frente Revolucionario de Izquierda (FRI) el paraguas que lo ayudaría a guarecerse de las tempestades que le caían, una tras otra, con temas como los de Lava Jato y Quiborax que lo ponen en aprietos en lo que a transparencia y servicio público se refiere.

Otro sería el panorama electoral, a sólo un mes de la realización de los comicios, con un candidato cruceño potenciado por su propio departamento y debidamente secundado por otro que ya fue vicepresidente y tendría en esta, la oportunidad de reivindicarse luego de haberse desmarcado de Gonzalo Sánchez de Lozada para terminar siendo un presidente ni chicha ni limonada, y tratar de taparnos la boca a todos quienes reconocemos su soltura oratoria, pero lamentablemente, sobre todo, su falta de claridad para la toma de decisiones y para honrar la palabra empeñada: ”Ni olvido, ni perdón” para los responsables de Octubre Negro de 2003 en El Alto por ejemplo.

En esas condiciones, Mesa sería indirecta y seguramente readmitido en el electorado cruceño que no le perdona sus desaprensivas e irrrespetuosas declaraciones de ninguneo en los tiempos de lugarteniente de Goni y de presidente de los pañuelos blancos, y Ortíz con sus excelentes lazos a distintos niveles con los Estados Unidos, estaría puesto ahí como carta renovadora, con un pasado político muy discreto en calidad de funcionario del gobierno democrático de Banzer (1997 – 2001).
Ortíz – Mesa era la dupla ideal de la oposición para estas elecciones del 20 de octubre de 2019, pero pudo más el diegocentrismo  que la claridad estratégica. Primero fue Samuel Doria Medina el que pateó el tablero porque se consideraba, sí o sí, candidato, y no soportó que un monolítico Movimiento Demócrata Social (Demócratas) le plantara cara y lo mandara a pasear con sus ínfulas de colla predestinado. Más tarde, con Mesa no hubo caso de cerrar un acuerdo desde la gobernación de Santa Cruz con la consecuencia de que hoy, se encuentra tercero en la preferencia electoral cruceña y Ortíz tiene muy buena aceptación en sus propios pagos y en el Beni, pero en el resto de los departamentos no pasa del 5 por ciento de la favorabilidad.

Así han cerrado, sus apuestas los principales referentes de la oposición, divididos y perfectamente funcionales a la candidatura de Evo Morales. “Divide y vencerás” dijo lucidamente el Emperador Julio César, máxima que no hubo necesidad de aplicar ya que la fragmentación de las oposiciones bolivianas, fue obra exclusiva de ellas mismas que se encargaron de confirmar que si hay algo que no gobiernan con sensatez y equilibrio los hombres con distintos grados de vocación de poder, son sus inmanejables egos, aquellos que los conducen tantas veces a tomar decisiones erroneas. 




(Originalmente publicado en la sección Opinión de la Agencia de Noticias Fides ANF el 24 de septiembre)


El anverso del horror

  Ha sucedido en distintas latitudes que varios creadores audiovisuales fueron advertidos a través de preguntas formuladas por la crítica es...