sábado, 31 de marzo de 2018

Ex-Presidentes en La Haya: Atrapados por la historia

Los años me enseñaron que el coyunturalismo periodístico es un gran enemigo de los procesos estructurales y trascendentes, porque pone el acento en la anécdota irrelevante y no en la proyección que los hechos producirán en nuestra memoria larga. En ese marco, algunos que hasta hace una década supieron ejercer el oficio lejos de perniciosas subjetividades, hoy entusiastas tuiteros que escriben contra Evo con razones y sinrazones, podrían hacer una breve pausa en su activisimo antiprorroguista y pensar, ahora que tenemos puesta la mira en La Haya, qué sucede con los expresidentes bolivianos, dentro y fuera de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) para escuchar los alegatos, última fase de la demanda marítima instaurada contra el Estado chileno al que se busca sentenciar a sentarse formal e ineludiblemente en una mesa de negociaciones con Bolivia.
Los expresidentes han caído en un redil que resulta paradójico y hasta gracioso: Los que cruzarán el charco, aparecen funcionalizados por el gobierno de Evo Morales, autor de la instalación del juicio, a nombre de la unidad nacional. Los que decidieron no estar como Jaime Paz Zamora, terminarán estigmatizados por el patrioterismo de plazuela, como traidores a la única proclama (pluri)nacional que en Bolivia acerca a creyentes y ateos, a progresistas y reaccionarios, considerando que los resortes del nacionalismo se  encuentran enquistados en las vísceras de todos los ciudadanos y ciudadanas de cualquier terruño por ese elemental sentido de pertenencia que exhibe la condición humana. 
Jaime Paz Zamora se ha quitado de la comitiva boliviana aduciendo maltrato con insultos por twitter de parte del presidente del Estado Plurinacional. Para completar la visión del otrora clandestino luchador de izquierda, hay que responderle que a propósito de su anuncio de no viaje, agredió la memoria colectiva del país afirmando que “los gringos nos habían impuesto un presidente gringo”, en alusión a Gonzalo Sánchez de Lozada, cuando la segunda presidencia de Goni fue facilitada por él mismo como su socio principal, no sabemos si por instrucciones de la embajada americana. En otras palabras, ni el masacrador de Octubre Negro (2003) ni su principal aliado en el marco de la democracia de pactos, habrán formado parte de las jornadas en Holanda, antesala del fallo que en el último tramo de este 2018 dictará la CIJ. Mejor así. Goni enjuiciado en Fort Lauderdale, estado de Florida, por familiares de las víctimas que murieron en El Alto y Paz Zamora en El Picacho madrugando frente al televisor, grafican el presente de estos personajes que explicará  por qué la historia y el destino no contará con ellos para la gran foto de este medular capítulo de la causa marítima.

Goni es un muerto civil, Jaime un político retirado al que no le ha funcionado la apuesta por reciclarse como gran mediador de la democracia de este tiempo, mientras Tuto Quiroga se ha reinventado como gran operador anticomunista de los de viejo cuño, profiriendo incendios contra Cuba y Venezuela, empeñándose en demostrar que la Bolivia de Evo está aislada y se ofrece como embajador itinerante para generar adhesión solidaria internacional, porque “el MAS ya no estará en 2020”. El hijo del embajador de Bolivia en Malasia durante la dictadura de Banzer, el sucesor de “Mi General”, el heredero de los autores del Plan Cóndor y de la Doctrina de la Seguridad Nacional de los años 70, ofrece con desparpajo y basquetbolística prepotencia, lecciones de democracia bajo los auspicios de la OEA de Almagro que hoy se asemeja más a una agencia estadounidense de injerencia y desestabilización política de nuestros países que al principal organismo del llamado sistema interamericano. Ese mismo, Jorge Quiroga Ramírez, estará en La Haya, con margen para agitar la bandera del 21F, porque al final de cuentas fue presidente por un año, relevando a Banzer, al que hace mucho ya no menciona, y que se fue de este perro mundo con cáncer de pulmón con metástasis en el hígado. A pesar de sus inequívocas actuaciones autoritarias --expulsión de Evo del Parlamento entre otras--, Tuto fue Presidente en democracia durante un año. Que le vamos a hacer.

Goni procesado civilmente en una corte estadounidense, Jaime en la pasividad de los atardeceres en Tarija, Tuto jugando a portavoz imperial contra el gobierno de Venezuela y Carlos Mesa, Vicepresidente y sucesor de Sanchez de Lozada, impugnado por propios y extraños ante su negativa a comparecer como testigo en el juicio civil instaurado en Gringolandia  por nueve familias víctimas en El Alto de la represión que cobró la vida de sesenta y ocho personas, conforman la galería de los ex primeros mandatarios bolivianos a la que se debe sumar al último presidente militar de los gobiernos de facto, Gral. Guido Vildoso, que también estará en La Haya y que ya nadie recuerda como Ministro de Previsión Social y Salud Pública de la dictadura banzerista.

Por su rol como Agente acreditado ante la CIJ en La Haya con rango de Embajador, el último expresidente, a quien le correspondió la transferencia de mando a Evo Morales en enero de 2006, Eduardo Rodríguez Veltzé, es la voz oficial de los alegatos, quien encabeza la exposición de motivos y el responsable oficial del Estado boliviano de fundamentar la estrategia boliviana para ganar este juicio y de esta forma dejar establecido ante la comunidad internacional que Chile queda al descubierto ante el mundo por una cuenta pendiente con Bolivia, cosa que nunca antes se había logrado, como ha venido sucediendo desde 2013, año en que se presentó formalmente la demanda.

Estos son los expresidentes contemporáneos de Bolivia que podrán escapar en helicóptero, refugiarse hasta sus últimos días en alguna casa de campo, pero que jamás podrán esconderse del implacable registro de la historia, aquella que pone las cosas en su justa dimensión en el imaginario colectivo de una sociedad y de una nación.




Originalmente publicado el 20 de marzo en la sección Opinión de la Agencia de Noticias Fides (ANF)




miércoles, 14 de marzo de 2018

Hollywood se disfraza de feminismo y desagravia a México


A diferencia de muchísimas versiones anteriores, ninguna película iba predestinada con superar récords que aseguraran éxitos de taquilla. Las preseleccionadas, y los protagonistas de las mismas en sus distintas especialidades, preanunciaban una repartición equitativa y necesaria para dejar sentado porque en la nonagegisma gala de la entrega del premio mayor de la industria cinematográfica más influyente --para que el planeta se convirtiera en una aldea global-- fueron tan o más significativas ciertas ausencias comenzando por ese monstruo depredador llamado Harvey Weinstein, uno de esos fabricantes compulsivos de un star system en el que el primer requisito era someterse a su incontrolable falocracia a cambio de un ok. en el casting para una próxima producción candidata a generar nuevas consagraciones: Les metió mano a las que quiso, lo mismo que las humilló y las presionó a ceder ante sus caprichos sexuales, para que  transcurridas varias décadas terminará siendo descubierto y expulsado de la maquinaria de la que él mismo fue entusiasta e implacable engrasador.
Muchas actrices (y actores) de variadas trayectorias, y distintos grados de impacto masivo, comenzaron a perder el miedo, a contar sus angustias y a continuación empezaron a quedar en evidencia más y más nombres: Kevin Spacey, Woody Allen, Dustin Hoffman… que por supuesto no habrían sido bien recibidos en la fiesta de premiación del domingo 4 de marzo, más todavía, cuando la ganadora del premio a mejor actriz protagónica, --soberbia Frances McDormand en “Tres anuncios por un crimen”--, apenas recibió la estatuilla invitó a sus compañeras de oficio –y de lucha—a ponerse de pie, comenzando por Meryl Streep, para reclamar respeto e inclusión, en tanto las mujeres del cine no son figuras ornamentales, sino parte constitutiva fundamental del imaginario que ha sabido construír Hollywood a fuerza de millones de dólares, imagineria, talento, oficio y por supuesto que de vícitmas de impunidad acosadora.
La protesta femenina y feminista en la fiesta del Oscar número noventa, generó una infrecuente atmosfera política premiando a una actriz que protagoniza una historia en la que la democracia rojo-blanco-azul de barras y estrellas, de supuesta perfección del sistema, queda en entredicho en un pueblito sureño atiborrado de policías corruptos atormentados por su mala conciencia, racistas antiafro perfectamente entrenados para no descubrir al autor de una violación y un crimen por temor a que se trate de algún amigote que se toma cervezas en el bar con ellos mismos en sus horas de asueto.
Pero si el machismo sustentado en el poder, el peor, el más execrable de todos, quedaba triturado con estilo y entre líneas por las grandes figuras femeninas que tuvieron a su cargo la distinción de cada una de las categorías, desde Jane Fonda, pasando por Jodie Foster y terminando en Salma Hayek, la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas empleó a fondo su astucia para introducir un poderoso mensaje político contra la administración Trump, premiando a Guillermo del Toro, mexicano inmigrante, perfectamente incorporado en la industria cinematográfica norteamericana, ya hace un par de décadas, que fue reconocido como mejor director de “La forma del agua” y que también se llevó el premio a mejor película, a diseño de producción y mejor banda sonora. A México no lo amenazamos con un muro, le entregamos dos Oscar, era el primer envío dirigido a uno de sus realizadores más connotados del último tiempo, pero no sólo eso porque “Coco” (Disney/Pixar) un colorido trabajo de animación, se llevó los galardones a mejor largometraje en su categoría y a mejor canción original, en la que se homenajea la riquísima visión cultural mexicana indígena y mestiza acerca de la vida y la muerte, incursionando por primera vez en la exploración de una identidad y una memoria, ajenas a la ombligomanía sajona que ha tendido siempre a mirarnos a latinos y demás yerbas prescindibles –asiáticos, árabes, africanos—con esa visión neocolonial despreciativa en la que no tenemos otra historia, otros transcursos, que los marcados por estereotipos humanos vinculados a la marginalidad del crimen, la delincuencia común, el narcotráfico y por supuesto que el terrorismo.
Se trató de una premiación distinta en la que las burbujas de champan y la glamorosa alfombra roja donde se producen comparaciones de diseño para establecer cuál fue el escote -anterior y posterior- más arriesgado de la noche, pasaron a un segundo plano. Los Estados Unidos de Trump no son los que concibe Hollywood que para criticar al patán que tienen por presidente, se ha esmerado en un acto de contrición reconociendo la vergüenza y el daño inflingidos por especímenes atrapados en abyectas pasiones encabezados por productores como el ya citado Weinstein.
Si esta es la democracia modélica del mundo, venga el diablo y escoja para dejar debidamente inscritos pecados propios (los de la industria cinematográfica) y pecados ajenos como los cometidos por el mísmisimo sistema democrático embadurnado hoy por ese hipernacionalismo que avergüenza a las grandes corporaciones, y que hoy día vuelve a sentar sus reales en el modelo excluyente del WASP: White, Anglo-Saxon, Protestant. O dicho en términos más brutales, supremacista y potencial militante del Ku Klux Klan que persigue y trata de eliminar al diferente en nombre de Dios.

 Originalmente publicado el 06 de marzo en la sección de Opinión de la Agencia de Noticias Fides (ANF)

El anverso del horror

  Ha sucedido en distintas latitudes que varios creadores audiovisuales fueron advertidos a través de preguntas formuladas por la crítica es...