El 3 de diciembre de 2017, día de
elecciones judiciales, emití un video por Facebook en el que predecía que el
binomio de la embajada de los Estados Unidos para las elecciones de 2019 estaría
conformado por Carlos Mesa y Oscar Ortíz. Dije entonces que Carlos D. se
postularía a la presidencia aunque éste lo negara reiterativamente. Mi
presunción se bifurcó en dos candidaturas que han terminado por confirmar que
en estos casi catorce años de un solo presidente, las oposiciones
tradicionalistas con vocación neoliberal no fueron capaces de construír, como
debe ser, con paciencia y laboriosidad, un proyecto alternativo de centro
derecha capaz de rebatir cada una de las hipótesis y certezas con las que Evo
Morales y el Movimiento al Socialismo (MAS) pretenden ahora alcanzar un cuarto
período consecutivo que los conduciría a gobernar Bolivia por casi veinte años,
hasta 2025.
Si la principal dupla opositora fuera
en este momento, Carlos Ortíz presidente – Carlos Mesa vicepresidente -sí, en ese orden, aunque al andinocentrismo
clasemediero y citadino le parezca inconcebible--, a pesar de los enormes
vacíos conceptuales con los que han encarado el ejercicio de la política, y su
casi nula contribución a la refundación de un sistema de partidos, estarían en
condiciones de disputarle el triunfo al partido de gobierno, voto a voto, y no como está sucediendo hasta ahora, según
gran parte de las encuestas, en que sumados, los candidatos de Bolivia Dice No
y de Comunidad Ciudadana, llegan con muchas dificultades al 30 por ciento,
mientras el MAS se encamina a superar la valla del 40.
¿Por qué un binomio en ese orden
de los factores? Porque sencillamente Ortíz forma parte del único partido
político que después del MAS se ha configurado orgánicamente --desde Santa Cruz--,
tomándose más en serio que el resto, la necesidad de articular un proyecto a
partir de una estructura de características institucionales y porque tanto su
candidato en condición de Senador y su jefe nacional, el Gobernador Rubén
Costas, fueron los principales defensores de los resultados del referéndum del
21 de febrero de 2016, mientras Carlos Mesa, fiel a su estilo, andaba con una
pata oficialista como vocero de la causa boliviana por el juicio planteado
contra Chile ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) y con la otra, ese
mismísimo 3 de diciembre de 2017, cuando todavía ejercía de columnista de
diarios y profesor universitario, acusando al gobierno de autoritario. Es decir
que Ortíz tuvo una sola conducta contra el gobierno y su proyecto prorroguista,
en tanto Mesa, decía una y otra vez que no sería candidato, hasta que encontró
en el Frente Revolucionario de Izquierda (FRI) el paraguas que lo ayudaría a
guarecerse de las tempestades que le caían, una tras otra, con temas como los
de Lava Jato y Quiborax que lo ponen en aprietos en lo que a transparencia y
servicio público se refiere.
Otro sería el panorama electoral,
a sólo un mes de la realización de los comicios, con un candidato cruceño
potenciado por su propio departamento y debidamente secundado por otro que ya
fue vicepresidente y tendría en esta, la oportunidad de reivindicarse luego de
haberse desmarcado de Gonzalo Sánchez de Lozada para terminar siendo un
presidente ni chicha ni limonada, y tratar de taparnos la boca a todos quienes
reconocemos su soltura oratoria, pero lamentablemente, sobre todo, su falta de
claridad para la toma de decisiones y para honrar la palabra empeñada: ”Ni
olvido, ni perdón” para los responsables de Octubre Negro de 2003 en El Alto
por ejemplo.
En esas condiciones, Mesa sería indirecta
y seguramente readmitido en el electorado cruceño que no le perdona sus
desaprensivas e irrrespetuosas declaraciones de ninguneo en los tiempos de
lugarteniente de Goni y de presidente de los pañuelos blancos, y Ortíz con sus
excelentes lazos a distintos niveles con los Estados Unidos, estaría puesto ahí
como carta renovadora, con un pasado político muy discreto en calidad de
funcionario del gobierno democrático de Banzer (1997 – 2001).
Ortíz – Mesa era la dupla ideal
de la oposición para estas elecciones del 20 de octubre de 2019, pero pudo más
el diegocentrismo que la claridad
estratégica. Primero fue Samuel Doria Medina el que pateó el tablero porque se
consideraba, sí o sí, candidato, y no soportó que un monolítico Movimiento
Demócrata Social (Demócratas) le plantara cara y lo mandara a pasear con sus
ínfulas de colla predestinado. Más tarde, con Mesa no hubo caso de cerrar un
acuerdo desde la gobernación de Santa Cruz con la consecuencia de que hoy, se
encuentra tercero en la preferencia electoral cruceña y Ortíz tiene muy buena
aceptación en sus propios pagos y en el Beni, pero en el resto de los departamentos
no pasa del 5 por ciento de la favorabilidad.
Así han cerrado, sus apuestas los
principales referentes de la oposición, divididos y perfectamente funcionales a
la candidatura de Evo Morales. “Divide y vencerás” dijo lucidamente el
Emperador Julio César, máxima que no hubo necesidad de aplicar ya que la
fragmentación de las oposiciones bolivianas, fue obra exclusiva de ellas mismas
que se encargaron de confirmar que si hay algo que no gobiernan con sensatez y
equilibrio los hombres con distintos grados de vocación de poder, son sus inmanejables
egos, aquellos que los conducen tantas veces a tomar decisiones erroneas.
(Originalmente publicado en la sección Opinión de la Agencia de Noticias Fides ANF el 24 de septiembre)
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