viernes, 7 de agosto de 2020

La crónica de Soledad

 

“Para una fotografía sin nombres” es el título de la crónica con la que Soledad Domínguez ganó un premio el pasado año. A diferencia de quienes abrazan el género como valor en sí mismo, más allá de cuan anecdóticos o trascendentes puedan ser sus contenidos, a Domínguez lo que le interesa es reivindicar el valor decisivo y la calidad humana  de cuatro mujeres, esposas de trabajadores mineros, que con su decisión de instalar una huelga de hambre, comenzaron a tumbar la dictadura de Banzer en 1977.

La historia de Nelly Colque, Angélica Romero, Luzmila Rojas y Aurora Villarroel es dramática, potente, desgarradora, profundamente triste, y con todas esas características queda honrada y relievada por el talento narrativo de Domínguez, que además de ejercitar una retrospectiva de las condiciones político sociales reinantes en la época, desvela una realidad que ayuda a romper con la idealidad del perfil del obrero de interior mina, y que consiste en que éste, por más rasgos de compromiso y valentía que haya sabido exhibir en su histórica lucha contra la opresión conservadora empresarial militar, forma parte de un sistema patriarcal y machista, del que no puede liberarse por más ideas progresistas que abrace puertas para afuera.

La fotografía en blanco y negro que inspira este texto registra a esas gigantescas madres y compañeras rodeadas de sus pequeñ@s hij@s, que hicieron huelga a pesar de las amenazas represivas y de haber vivido siempre subestimadas y minimizadas por sus compañeros, en épocas en que ser varón era indiscutible y no había igualdad de género instalada en el escenario de la deliberación pública. En democracia tan patriarcal y falocrática como la nuestra, no podrían alcanzar todas las reencarnaciones posibles para guardar agradecidos en nuestras memorias, lo que significó semejante determinación de valentía y compromiso con sus familias, sus compañeros, la vanguardia minera y el país íntegro.

Gracias a esas mujeres comenzamos a vislumbrar democracia en Bolivia, y gracias al talante para contar historias de Soledad Domínguez, la narración sobre las huelguistas mineras ya no es un simple apunte de refilón, en tanto se ha convertido en un testimonio provisto de nervio y garra en el que la riqueza temática adquiere contundencia por la calidad del relato.

Pero la otorgación de este premio periodístico literario es todavía más interesante, si examinamos con precisión quién lo confiere y quienes lo reciben, directamente la autora, e indirectamente las mujeres protagonistas de la huelga. Quién entrega este Premio Nacional de Crónica Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela es el diario propiedad del heredero-primogénito de un empresario muy cercano al dictador Banzer, Raúl Garafulic Gutiérrez, hecho al que muchos podrían calificar de justicia poética. En otras palabras, un diario hijo del banzerismo y de la derecha capitalizadora y gonista del país, termina entregándole un premio a la autora de un texto que da cuenta de la lucha popular contra Banzer, el General que entre 1971 y 1978 gobernó de facto Bolivia a punta de persecución política, desapariciones forzadas, y violaciones a los derechos humanos incluídas las masacres de Tolata y Epizana en 1974.

Para decirlo pronto y claro, un diario de orígenes ideológicos banzeristas premió hace un año a una cronista ahora preocupada por el regreso del fascismo y que en su documental “Hermana constitución” (2006-2007), refiere una serie de acontecimientos en los que las mujeres del campo popular boliviano aportaron con su combatividad a la puesta en vigencia de una nueva Constitución Política que abre las compuertas al Estado Plurinacional. Para decirlo metafóricamente, el banzerismo premió desde el más allá, a una documentalista y cronista de izquierda y a unas mujeres mineras  que combatieron al dictador, desde la palabra, la memoria y una acción político social como la huelga de hambre.

En homenaje a la solidez de las fuentes informativas para referirnos a personajes públicos influyentes en nuestra historia política, será bueno releer “Incestos y blindajes, Radiografía del campo político periodístico”, importante libro de investigación de Rafael Archondo (Plural, 2003) en el que se pueden encontrar significativos elementos que describen quién fue Garafulic, a propósito de la capitalización de la entonces línea aérea bandera nacional, Lloyd Aéreo Boliviano. Dicho sea de paso, en la introducción de tan riguroso trabajo, el autor cuenta cómo fue definitivamente suspendida la columna que publicaba habitualmente en éste diario, La Razón, entonces propiedad de éste empresario, que fue censurada, lo mismo que le aconteciera hace algunos meses a la activista María Galindo en el diario que preside en la actualidad Raúl hijo. 

“¿Qué había de reprochable en la conducta solapada de Garafulic?” pregunta Archondo para ejecutar el desmontaje  que parte con la siguiente afirmación: “A mediados de noviembre de 2002, la adormecida opinión pública boliviana se enteró que el empresario Raúl Garafulic Gutiérrez había usado a su ex amigo y socio Ernesto Asbún como prestanombres para comprarse las acciones privatizadas del Lloyd Aéreo Boliviano (LAB). La ilegítima operación quedaba al descubierto gracias a la propia auto-incriminación de Garafulic, quién acudía a los  tribunales de Cochabamba para reclamar la titularidad de sus supuestas posesiones de la aerolínea.”

Además de haber escrito una valiosa crónica, y de haber rescatado del olvido y la ingratitud a esas cuatro mujeres de las minas bolivianas, Soledad Domínguez ha logrado, sin siquiera sospecharlo, que Garafulic castigue simbolicamente a Banzer con el premio que le fue otorgado, y que al cabo de medio siglo los hechos expliquen, sin necesidad de ejercitar juicios de valor, por qué estos personajes ocupan el lugar al que la historia los tiene condenados.


Originalmente publicado en el diario La Razón el viernes 17 de julio de 2020

 

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