“Para una fotografía sin nombres” es
el título de la crónica con la que Soledad Domínguez ganó un premio el pasado
año. A diferencia de quienes abrazan el género como valor en sí mismo, más allá
de cuan anecdóticos o trascendentes puedan ser sus contenidos, a Domínguez lo
que le interesa es reivindicar el valor decisivo y la calidad humana de cuatro mujeres, esposas de trabajadores
mineros, que con su decisión de instalar una huelga de hambre, comenzaron a
tumbar la dictadura de Banzer en 1977.
La historia de Nelly Colque, Angélica
Romero, Luzmila Rojas y Aurora Villarroel es dramática, potente, desgarradora,
profundamente triste, y con todas esas características queda honrada y
relievada por el talento narrativo de Domínguez, que además de ejercitar una
retrospectiva de las condiciones político sociales reinantes en la época,
desvela una realidad que ayuda a romper con la idealidad del perfil del obrero
de interior mina, y que consiste en que éste, por más rasgos de compromiso y
valentía que haya sabido exhibir en su histórica lucha contra la opresión
conservadora empresarial militar, forma parte de un sistema patriarcal y machista,
del que no puede liberarse por más ideas progresistas que abrace puertas para
afuera.
La fotografía en blanco y negro que
inspira este texto registra a esas gigantescas madres y compañeras rodeadas de
sus pequeñ@s hij@s, que hicieron huelga a pesar de las amenazas represivas y de
haber vivido siempre subestimadas y minimizadas por sus compañeros, en épocas
en que ser varón era indiscutible y no había igualdad de género instalada en el
escenario de la deliberación pública. En democracia tan patriarcal y
falocrática como la nuestra, no podrían alcanzar todas las reencarnaciones
posibles para guardar agradecidos en nuestras memorias, lo que significó
semejante determinación de valentía y compromiso con sus familias, sus
compañeros, la vanguardia minera y el país íntegro.
Gracias a esas mujeres comenzamos a
vislumbrar democracia en Bolivia, y gracias al talante para contar historias de
Soledad Domínguez, la narración sobre las huelguistas mineras ya no es un
simple apunte de refilón, en tanto se ha convertido en un testimonio provisto
de nervio y garra en el que la riqueza temática adquiere contundencia por la
calidad del relato.
Pero la otorgación de este premio
periodístico literario es todavía más interesante, si examinamos con precisión
quién lo confiere y quienes lo reciben, directamente la autora, e
indirectamente las mujeres protagonistas de la huelga. Quién entrega este
Premio Nacional de Crónica Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela es el diario
propiedad del heredero-primogénito de un empresario muy cercano al dictador Banzer,
Raúl Garafulic Gutiérrez, hecho al que muchos podrían calificar de justicia
poética. En otras palabras, un diario hijo del banzerismo y de la derecha
capitalizadora y gonista del país, termina entregándole un premio a la autora
de un texto que da cuenta de la lucha popular contra Banzer, el General que
entre 1971 y 1978 gobernó de facto Bolivia a punta de persecución política,
desapariciones forzadas, y violaciones a los derechos humanos incluídas las
masacres de Tolata y Epizana en 1974.
Para decirlo pronto y claro, un
diario de orígenes ideológicos banzeristas premió hace un año a una cronista
ahora preocupada por el regreso del fascismo y que en su documental “Hermana
constitución” (2006-2007), refiere una serie de acontecimientos en los que las
mujeres del campo popular boliviano aportaron con su combatividad a la puesta
en vigencia de una nueva Constitución Política que abre las compuertas al
Estado Plurinacional. Para decirlo metafóricamente, el banzerismo premió desde
el más allá, a una documentalista y cronista de izquierda y a unas mujeres
mineras que combatieron al dictador, desde
la palabra, la memoria y una acción político social como la huelga de hambre.
En homenaje a la solidez de las
fuentes informativas para referirnos a personajes públicos influyentes en
nuestra historia política, será bueno releer “Incestos y blindajes, Radiografía
del campo político periodístico”, importante libro de investigación de Rafael
Archondo (Plural, 2003) en el que se pueden encontrar significativos elementos
que describen quién fue Garafulic, a propósito de la capitalización de la
entonces línea aérea bandera nacional, Lloyd Aéreo Boliviano. Dicho sea de
paso, en la introducción de tan riguroso trabajo, el autor cuenta cómo fue
definitivamente suspendida la columna que publicaba habitualmente en éste
diario, La Razón, entonces propiedad de éste empresario, que fue censurada, lo
mismo que le aconteciera hace algunos meses a la activista María Galindo en el
diario que preside en la actualidad Raúl hijo.
“¿Qué había de reprochable en la conducta solapada de Garafulic?” pregunta Archondo para ejecutar el
desmontaje que parte con la siguiente
afirmación: “A mediados de noviembre de
2002, la adormecida opinión pública boliviana se enteró que el empresario Raúl
Garafulic Gutiérrez había usado a su ex amigo y socio Ernesto Asbún como
prestanombres para comprarse las acciones privatizadas del Lloyd Aéreo
Boliviano (LAB). La ilegítima operación quedaba al descubierto gracias a la
propia auto-incriminación de Garafulic, quién acudía a los tribunales de Cochabamba para reclamar la
titularidad de sus supuestas posesiones de la aerolínea.”
Además de haber escrito una valiosa
crónica, y de haber rescatado del olvido y la ingratitud a esas cuatro mujeres
de las minas bolivianas, Soledad Domínguez ha logrado, sin siquiera
sospecharlo, que Garafulic castigue simbolicamente a Banzer con el premio que
le fue otorgado, y que al cabo de medio siglo los hechos expliquen, sin
necesidad de ejercitar juicios de valor, por qué estos personajes ocupan el
lugar al que la historia los tiene condenados.
Originalmente publicado en el diario La Razón el viernes 17 de julio de 2020
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