sábado, 27 de junio de 2020

Las dos Bolivias


La pretensión de imponer una narrativa acerca de los “malditos catorce años” es un obsesivo intento por negar política y mediaticamente algo que para la historia del país parecía imposible hasta 2005: Que los indígenas originarios y campesinos pudieran demostrar que había otra manera de comprender y escribir Bolivia, que más allá de la excesiva concentración de reflectores en la figura de Evo Morales que amenaza con elevarse a la categoría de mito, el país estaba hecho de demasiados pedazos inconexos e invisibilizados, de realidades cotidianas diversas y soslayadas por los señoritos de las zonas residenciales que jamás figuraron en sus cotidianidades de barrio confortable, porque la vida de los nadies no tiene porqué importunar el apoltronamiento y la mirada de la clase media-alta del occidente globalizado.

En ese contexto asoma el miedo al regreso del MAS al poder, ese mismo miedo de tanto cuento chino que busca querer convencer a los convencidos conservadores que ya conocemos, que el culto a la personalidad practicado por un entorno al que en algún momento le exigiremos una contabilidad de sus actos y sus malos consejos, no es suficiente argumento para querer esconder que la Bolivia de hoy pone en el mapa de la vida real a tod@s y ya no más a unos cuantos, que la Constitución que abre las compuertas al Estado Plurinacional es un instrumento que exige perfeccionamiento y profundización, que la inclusión social no es una condescendencia, sino mas bien el resultado de dolorosas luchas,  de varias marchas indígenas por la tierra y el territorio, y masacres  producidas desde principios del siglo XX y un despido masivo (1985) de mineros y trabajadores de las zonas rurales y las ciudades.

El Sí por la repostulación de Evo en el referéndum del 21 de febrero de 2016 estaba fundado en la necesidad de completar un ciclo estatal hasta 2025 a fin de evitar, otra vez, innecesarias y traumáticas transiciones que nos llevan intempestivamente, de un extremo al otro, en este caso,  de un programa de gobierno inconcluso a un gobierno bisagra sin preparación para comprender la misión que le exige su tiempo y espacio, consistente en restituírle al país su derecho a votar para elegir. Y aunque ese Sí obtuvo casi el 49 por ciento de la votación, porcentaje idéntico al obtenido en la anulada elección presidencial del 20 de octubre del pasado año por presunto fraude, las cartas estaban hechadas desde el día en que Morales decidió convertirse en un mal perdedor, alimentando durante los tres años siguientes la animadversión de quienes habían ganado con su No en las urnas, al extremo de haber tenido que salir por la ventana, golpeado por milicos, polis, embajadores y curas con vocación injerencista, gracias a la decisión tomada por ese puñado de opositores que ahora, otra vez, se sacan los ojos entre ellos debido a su falta de musculatura política, y en los casos de Mesa y Quiroga, además, a sospechosos comportamientos reñidos con la honradez y la transparencia en el manejo de la cosa pública.

La Bolivia represiva, negadora de las contradicciones como método para comprender la historia, por desconocimiento o por elección ideológica, se enfrenta nuevamente a la Bolivia del ultimátum obrero por la autodeterminación y mientras entre esas dos Bolivias no se produzca un auténtico pacto social, ni partidario, ni circunstancial, no dejaremos de ser un país de quienes miran con nostalgia el retorno al pasado republicano y quienes comprenden las cosas desde la lógica de la diversidad étnica y las prácticas organizativas con contenido social, con todos los matices que pudieran considerarse, desde la auténtica lucha de los más pobres por mejores días, hasta las maniobras de intereses corporativos que, camuflados en “el pueblo”, apuestan por el capitalismo empedernido, lo mismo que cualquier banquero de Wall Street (lease mineros cooperativistas por ejemplo).

La conjugación de las dos Bolivias fue un intentó del MNR del 52 con la Alianza de Clases y a su manera, a través de una combinación de lo nacional popular con los sectores “privilegiados” quiso hacerla el MAS. En los dos casos, Paz Estenssoro y Evo Morales, fueron defenestrados con el mejor argumento-pretexto que podría encontrarse en cada una de esas coyunturas: Prorroguismo o eternización en el poder. En ambos intentos –1964 y 2019—la Embajada de los Estados Unidos de América jugó un papel determinante y así tuvimos dieciocho años de dictaduras militares inauguradas por el Gral. Barrientos y ahora tenemos una transición gubernamental atorada por una pandemia que sacude al planeta.

Mientras tanto, Bolivia siguen siendo dos, y navega en la contradicción de la restauración del viejo canon republicano o la consolidación de un país con un Estado fuerte, capaz de generar los equilibrios y contrapesos entre nostálgicos, reaccionarios y progresistas, en una actualidad sin liderazgo, sin esa conducción necesaria para encarar tan gigantesca tarea, con posibilidades de superar las profundas diferencias que desembocan en muerte por razones políticas como sucedió en noviembre de 2019, en Pedregal, Sacaba y Senkata.

Bolivia tiene abierta una enorme interrogación acerca de su futuro democrático y con los jugadores que se desplazan en la cancha electoral, no asoma la mínima certidumbre de hacia donde se dirige. Las señales indican que el período de la improvisación se prolongará, seguramente hasta el día en que emerja una nueva agenda a cargo de un equipo que debería estar preparado para comprender el signo de los tiempos, ese que nos está diciendo con claridad que en el núcleo de los acontecimientos deberá intervenir una nueva generación que con mas de conocimiento y experticia, y menos de prejuicios y fantasmas, deberá intentar, otra vez, la monumental tarea de acercar las dos Bolivias para convertirlas en una sola.




Originalmente publicado en el diario La Razón el 27 de junio de 2020


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