Hasta el día en
que asumió la comandancia de las Fuerzas Armadas de Bolivia, al único Kalimán
que conocíamos era el de las coloridas aventuras radiofónicas e historietas
mexicanas, descendiente de egipcios y formado en el Tibet con características
de superhéroe y poderes sobrenaturales como los de entrar en hipnosis y simular
muerte por suspensión de los latidos del corazón, o de ejercitar viajes
astrales o desdoblamientos que le facilitaban la lucha contra las fuerzas del
mal terrenales y extramundanas, todo ello con la compañía del pequeño Solín, un
niño también salido de una familia real y que iba de la mano de este príncipe
de la justica vestido todo de blanco desde el turbante hasta los pies portando
una daga y bien entrenado en artes marciales. Kalimán luchaba por igual contra
los nazis y los extraterrestres, y nos activaba la imaginación de lunes a
viernes a través de la radio Nueva América de Raúl Salmón durante la década de
los 70 dominada por la dictadura de Banzer.
Transcurridas
varias décadas, los recuerdos sobre la fantástica radionovela se hicieron más
vagos y difusos, hasta que nos enteramos que el presidente Evo Morales había
nombrado a un general con ese apellido –Kalimán
había sido un apellido—como Comandante de unas Fuerzas Armadas en las que los
jefes del ejército, fuerzas aérea y naval eran tratados por la administración
gubernamental del MAS con deferencia y exagerados privilegios, política seguramente
explicable por ese itinerario cultural vivido por el propio Evo en el que la
prestación del servicio militar era el pasaje de ingreso a la ciudadanía
boliviana. Los conscriptos de nuestro mundo rural consideran que servir a la
patria a través de una pasantía por las instituciones de las armas, implica una
catapulta de ascenso social.
De las esferas
académicas de las ciencias sociales y políticas no ha surgido una investigación
abarcante y sistemática que nos ayude a comprender el rol que jugaron los
militares en Bolivia, especialmente entre 1964 y 1982, que gobernaron al país
de facto con suspensión de libertades y derechos democráticos con personajes
como los generales Barrientos, Banzer y García Meza. Williams Kalimán,
especializado en las Escuela de las
Américas igual que Banzer, definió en 2018 los opositores al gobierno como
antipatrias, lo que le signficó juicios en su contra, la simpatía presidencial
y su nombramiento como Comandante el 24 de diciembre de 2018.
Quienes vivimos
nuestra infancia adolescencia bajo el yugo de las dictaduras tenemos
animadversión contra los militares. Recordamos chistes como ese de que el Gral.
Celso Torrelio había sufrido un atentado terrorista debido a que le habían
puesto un libro en el auto presidencial o ese otro que dice que los hombres de
uniforme tenían un inexplicable y casi mágico problema geométrico debido a que
se les arreglaban para ponerse gorras ovaladas en cabezas cuadradas. Los militares
bolivianos fueron el brazo represivo y exterminador en defensa de los intereses
de la oligarquía hasta que se recuperó la democracia para que terminaran
sometiéndose, como lo mandan las leyes y la constitución, al poder civil
democrático hasta que Williams Kalimán irrumpió en el crispado escenario de
noviembre de 2019 y 37 años después de que un militar ocupara por última vez la
presidencia de facto (Guido Vildoso, 1982) “sugieriera” al presidente Evo
Morales renunciar al cargo incurriendo en una flagrante contravención a los
dispuesto por la Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas (LOPE) que dice
expresamente que los militares no pueden emitir opiniones acerca de asuntos
políticos y partidarios, debiendo subordinarse invariablemente al poder constituído
en el ejercicio de sus funciones.
Recién ahora lo
sabemos, el Gral. Kalimán en aquella oportunidad ataviado con traje de combate,
rodeado por los miembros del Alto Mando de las tres fuerzas y los jefes de
Estado Mayor, había entablado contacto vía celular días previos a la caída de
Evo e incluso habría recibido en su despacho de la zona de Obrajes de La Paz, a
Fernando López Julio, principal operador y nexo con los militares del esquema
golpista timoneado por Luis Fernando Camacho desde el Comité Cívico Pro Santa
Cruz. Días después, Jeanine Áñez posesionaba a López, ex militar de profesión,
como Ministro de Defensa del gobierno transitorio inconstitucional.
El 10 de
noviembre de 2019 me quedó claro que Williams Kalimán había sido tan increíble
como el héroe de la radionovela y la historieta gráfica. Su exhortación, que
olía a ultimátum camuflado, nos enseñaba que retirado el respaldo militar y
policial al gobierno de Evo, el derrocamiento quedaba consumado. Si las Fuerzas
Armadas y la Policía Boliviana no hubieran jugado a los pedidos de renuncia y a
los motines antigubernamentales el golpe era inviable. Con la desobediencia al
poder civil por delante y con el pedido a cargo del Comandante en Jefe, la
renuncia de Evo se concretaría al final de la tarde gracias a Kalimán, el
hombre increíble, hoy con paradero desconocido.
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 27 de enero
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