Para ser paramilitar hay que fetichizar botas, charreteras, fusiles y metrallas. Hay que soñar
ataviarse alguna vez con uniforme de combate. Hay que creer a rajatabla en la necesidad de la
mano dura para poner orden en estas sociedades revoltosas y aventureras, fervientes militantes
de la igualdad social, con actores políticos contestatarios. Es decir, para ser paramilitar, hay que
creer en las fuerzas armadas como salvadoras de un país, tal como ha sucedido con Luis Fernando
Camacho, ahora gobernador de Santa Cruz, detenido por su participación táctica y estratégica en
el golpe de Estado del 10 de noviembre de 2019.
Camacho es el paramilitar boliviano del siglo XXI. Supo conducir las acciones coordinadas entre
redes sociodigitales y convulsión callejera que en veintiún días allanaron el camino para el
derrocamiento de Evo Morales que cometió el imperdonable error de persistir en una candidatura
viciada de nulidad, indebidamente habilitada por el Tribunal Constitucional, lo que no exime al
ahora detenido preventivo de Chonchocoro de responsablidades y violaciones al Estado de
Derecho que facilitaron la instalación de un gobierno transitorio de facto.
No es como dice Archondito, el canalla escribidor y francotirador de Puebla, que la sucesión fue
constitucional (10 de julio hs. 10:34, la H Parlante, Facebook). El, como todos sus amigos y colegas
golpistas, sabe perfectamente que se urdió una salida política por fuera de la línea sucesoria
presidencial y del reglamento que estipula la obligatoriedad de recomponer la directiva de la
Asamblea Legislativa Plurinacional cuando la cabeza del Senado renuncia, tal como sucedió con
Milton Barón que sucedió a José Alberto “Gringo” Gonzales en agosto de 2018. Recién a partir de
aquél requisito sine qua non, la ruta constitucional quedaba allanada para elegir al presidente del
Estado.
Vaya que se han entusiasmado con los uniformes del ejército y los verde olivo de los motines
policiales estos paramilitares y francotiradores que insisten en una narrativa mentirosa y nada
constitucional, ahora que nos aprestamos a recordar los 43 años del golpe de Estado de Luis
García Meza, ese general de Ejército amante de los caballos al que quisieron derrocar varios de sus
ambiciosos y pretenciosos camaradas por fechorías, arbitrariedades y vinculaciones con el
narcotráfico que hundían al ejército, la fuerza aérea, y la naval de agua dulce en su mayor
descrédito histórico y que hizo uso de paramilitares para asesinar a Marcelo Quiroga Santa Cruz,
líder del Partido Socialista 1, a la salida de la Central Obrera Boliviana (COB) el 17 de julio de 1980.
El paramilitar Luis Fernando Camacho tiene que saber –esa tiene que ser su principal herencia
politica-- que en su condición de militante de la Falange Socialista Boliviana (FSB), su padre, José
Luis Camacho Parada, participó del golpe de Estado de 1971 a la cabeza de un coronel que había
sido ministro de Educación del gobierno también golpista del Gral. René Barrientos Ortuño (4 de
noviembre de 1964), de nombre Hugo Banzer Suárez, nacido en la chiquitana Concepción de Santa
Cruz, personaje con el que algún asesor muy servicial comparó al ahora jefe de la agrupación
Creemos. ¿Camacho igual a Banzer? De ninguna manera. El coronel y finalmente General, le abrió
el camino al anticomunismo fascistoide reconciliando a movimientistas y falangistas, con quienes
gobernó entre 1971 y 1974. Banzer era un gran fascista, pero con proyecto de país, con la
proscripción de zurdos, rojos o indios subversivos a los que masacró en Tolata y Epizana. Camacho
pudo haber sido un remedo, considerando que sus huestes de la Unión Juvenil Cruceñista con la
anexión de la Resistencia Juvenil Cochala, mandaban a perseguir y a encarcelar a masistas y a
sospechosos de masismo, y que también tuvo sus propias masacres, las de Sacaba y Senkata. La
diferencia es que en tiempos del banzerato no habían siquiera vestigios de estado plurinacional y
ni se soñaba con que un sindicalista indígena campesino pudiera gobernar catorce años contínuos
el país.
Mientras Banzer terminó adscrito a la democracia, asociándose con quienes en su dictadura había
perseguido, reprimido, torturado y desaparecido, los miristas de Paz Zamora y Oscar Eid, Luis
Fernando Camacho inauguró su incursión en la política apostando por el golpe de Estado con
operadores como el abogado Jerjes Justiniano (hijo), moderador de las reuniones de la
Universidad Católica, cuando todavía las aberraciones cometidas por curas pederastas se
encontraban en modo secreto a voces.
Ahora se entenderá mejor porque los paramilitares y los francotiradores de la opinión persisten en
el cuento del “no fue golpe, fue fraude”, en que eso del golpe no es parte de la realidad y es por
ello que nunca se refieren a cómo fue el gobierno de Áñez, encabezado por otro gran paramilitar,
Arturo Murillo, ese que invitó alguna vez a las mujeres a lanzarse de un quinto piso para no matar,
--a través del aborto--, una vida ajena.”
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón, el 15 de julio.
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