jueves, 17 de agosto de 2023

El cuerpo de Cristo

 El sacramento de la comunión es algo así como la introducción de un chip sobre la fe cristiana en

una entidad humana. Para ello, la Iglesia Católica ha inventado esta especie de certificado de

compromiso que data del siglo XIII, “recibiendo a Cristo en el corazón” entre los los 12 y 14 años

cuando nuestras familias nos preparan para un acontecimiento social parecido al de una fiesta de

cumpleaños, en este caso, para celebrar nuestra adscripción a la fe cristiana a través de la matrix

comandada desde El Vaticano. Eso sí, el acceso a la inaugural ingesta del cuerpo y la sangre de

Cristo sólo es posible si se ha producido el bautismo, a poco de nacer, con los nombres que

padres, madres y abuelos deciden llamarnos, y que dan fe de nuestra existencia terrenal anexada

al cordón umbilical de la fe. Si nos bautizan y recibimos la primera comunión, se puede decir que

quedamos graduados para siempre como católicos apostólicos romanos.

Criados y formateados en la cultura del registro civil igualado al certificado de bautismo de la

parroquia en la que nos hicieron chillar con la helada agua bendita que nos vierte un sacerdote en

la fontanela, transcurrimos nuestra primera década y algo más de vida, encaminados hacia la

comunión, y cuando esta llega, quedan habilitadas las condiciones para decir que somos por igual

ciudadanos con cedula de identidad y seres humanos de fe con nuestra comunión color azul

desfile para los niños y vestidos blancos angelicales para las niñas. Sobre estos certificados

religiosos no estamos en condiciones de decidir por nosotros mismos, a los pocos días de haber

llegado a la vida o cuando nos aprestamos a superar el umbral de la infancia hacia la adolescencia.

Son nuestros padres o custodios los que deciden que seremos católicos, que creeremos en Dios y

en su enviado para salvarnos del pecado por los siglos de los siglos, y de esta manera

construiremos en nuestra memoria una conciencia de culpa que conduzca a una existencia

condicionada por la salvación que permite el triunfal pasaje hacia la vida eterna. Así

reglamentadas las creencias, católicos y católicas practicantes han admitido que la vida no se

construye en libertad y autonomía, sino que viene prefigurada por nuestros progenitores.

Para que todo esto pueda suceder, figuran las vocaciones de renunciamiento a los placeres

mundanos que harán de los sacerdotes católicos organizados en distintas congregaciones,

nuestros guías y formadores humanistas. Así tendremos consejeros espirituales, trabajadores

sociales y en ordenes como la Compañía de Jesús y la de los Salesianos, pedagogos, profesores ,

labradores del espíritu y guías para descubrir vocaciones.

Los que pasamos por las aulas de colegios católicos sabemos perfectamente que todo lo hasta

aquí descrito está bien para los papeles y las apariencias, porque el descarnado mundo nos ha

dado ingentes cantidades de ejemplos acerca de que los curas son tan pecadores como quienes no

nos sometimos a los votos de castidad y al celibato, y que detrás de las antiguas sotanas y los

modernos cuellos clericales pueden esconderse monstruos como “Pica” –Alfonso Pedrajas

Moreno--, un jesuita ya fallecido al que se ha puesto al descubierto por haber abusado-

manoseado-violado a casi noventa niños/adolescentes en centros educativos de Cochabamba.


Para decirlo de manera estremecedora, el cuerpo de Cristo ha sido introducido en nuestras

osamentas y almas con el sacramento de la comunión, para que en determinado momento, las

noches cómplices en los internados de colegios y escuelas sirvan para que ese recibimiento,

digamos espiritual, se materialice en una de las más aberrantes prácticas de las que podamos

tener memoria en la historia de los seres humanos y sus creencias: El falocentrismo sacerdotal ha

desgraciado tantas vidas infantiles y adolescentes, esas que lucharán hasta el fin de sus días para

intentar superar los traumas, tantas veces sin conseguirlo.

La nauseabunda iglesia católica boliviana ha demorado más de 72 horas en pronunciarse acerca de

este caso narrado con pelos y señales en El País de España y dicen ahora los jesuitas que han

separado a ocho de sus componentes y que la investigación debe servir para encontrar a los

encubridores, tan violadores por su conducta corporativa como el propio Pica.

Si no se hubiera producido el descubrimiento del caso a través de un familiar indignado, este tema

seguiría enterrado en las catacumbas de la impunidad, esa misma con la que en Bolivia se

auspiciaron reuniones en la Universidad Católica Boliviana para derrocar a un presidente

constitucional en noviembre de 2019. Infiltrados en todos los ordenes de la vida cotidiana, de la

vida laboral y en los pasadizos de los poderes político y económico, lo único contundente y

definitivo que han conseguido estos curas católicos es que pongamos en profundo entredicho las

promesas de un más allá paradisiaco y esplendoroso. Quienes sabemos de diosas y dioses,

tenemos la obligación de combatir a estas iglesias tenebrosas hasta el fin de nuestros días.




Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 6 de mayo.

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