sábado, 29 de abril de 2023

El imperialismo desvencijado

 

Llegó un día en que Washington se vistió de república bananera. Desquiciado por la derrota, al más puro estilo de las estrategias intervencionistas en nuestros países, Donald, no el pato de Disney, sino Trump, el truhán millonario arropado por los republicanos,  aceptó que había que contratar especialistas en destrozos para asaltar el Capitolio cuando la victoria electoral de Joe Biden era irreversible y no quedaba otra que aducir fraude, por no decir demencia.

Deberíamos desternillarnos de carcajadas vengativas: Despúes de cinco décadas de producir cine neocolonial en el que latinoamericanos, asiáticos, árabes y africanos, éramos estereotipados como categoría de salvajes pintorescos,  ingobernables y corruptibles, llegó al poder un neoyorkino de origen alemán y estilo folklórico que a punta de negociaciones e indemnizaciones perpetradas en los garajes de sus towers sofocó rencores femeninos producto del acoso, el abuso y una dominación sexual abyecta y abominable practicada durante toda su vida de empresario todopoderoso e imbatible. Todo un portento fálico hipernacionalista que soñaba con reponer algo así como un Muro de Berlín, muy racista y antimigratorio para que mexicanos y todo tipo de sudacas la pensaran dos veces si pretendían convertirse en indocumentados en busca del “sueño americano”.

Los Estados Unidos de Norte América es puertas para adentro, un interesantísimo país de contrastes culturales e identitarios muy plurales. El problema surge luego del triunfo en la Segunda Guerra Mundial cuando se ingresaba de lleno en la Guerra Fría, y las elites políticas, empresariales y militares deciden que había que controlar, dominar, penetrar y si fuera necesario saquear otras tierras y otros pueblos cuanto se necesitara de ellas a partir de esa vocación extraterritorial que ha tenido como respuesta la conformación de colectivos de resistencia en los cinco continentes que comúnmente se conoce como antiimperialismo, palabra que las izquierdas social demócratas ya no pronuncian, porque en el siglo XXI parece más prudente no utilizar el lenguaje de los años 60 cuando la URSS y su satélite Cuba amenazaban la democracia, la paz y la libertad entendida e impuesta desde la Casa Blanca.

La URSS se desintegró, Rusia se reinventó con desideologización pragmática y el Partido Comunista se convirtió en un viejo recuerdo dejado por Lenin, Stalin, Kruschev, Brézhnev gracias a la Perestroika de Gorbachov , mientras la China no dejó de ser comunista en el control político del sistema, pero se hizo más capitalista y liberal transnacional que la propia Estados Unidos. Superada la hegemonía bipolar de mediados del siglo XX, resulta que ahora tenemos un mundo en que la disputa por riquezas y mercados tiene como mandamases al ochentón Joe Biden, representante de la gerontocracia del bipartidismo gringo, a Xi Jinping, que concentra el manejo político como Secretario General del Partido Comunista, el poder militar y la expansión económica mundial asiática y a Vladimir Putin, un experto en inteligencia y espionaje que no ha dudado medio segundo en plantarle una guerra a Ucrania y a toda la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), manejada por Estados Unidos.

En este nuevo contexto internacional, el imperialismo norteamericano quiere recuperar su vigor debilitado por la nueva correlación geopolítica planetaria, utilizando la vieja fórmula: Gravitación económica a través de sus resortes crediticios, penetración política militar y recuperación de la iniciativa para volver a hacerse del control de nuestros recursos naturales que hoy consisten, fundamentalmente, en petróleo, agua, litio y ese pulmón biodiverso cada vez más amenazado llamado Amazonía.

Estados Unidos quiero volver a hacer de las suyas en nuestra América morena, pero se va encontrando con líderes respondones que le hacen muy pedregosa e infranqueable esta nueva incursión que tiene a personajes como la Generala Laura Richardon, cabecilla del Comando Sur y a Mark Wells el Secretario para Brasil y Sudamérica del Departamento de Estado en una estrategia combinada de ataque y tanteo. La una recordándonos nuestra condición irreversible de patio trasero y el otro justificándola por “descontextualización”, utilizando viejas recetas, argumento perfecto para desplegar nuevamente nuestras banderas antiimperialistas.

Desvencijado, pero no muerto, el imperialismo norteamericano compite hoy con China y Rusia en desigualdad de condiciones, debido a que a dichas potencias no les interesa imponer ministros, comandantes militares y menos agentes y activistas anticomunistas, porque el mundo ha cambiado. Lo que a chinos y rusos les interesa es hacer negocios, invertir para ganar, sin meterse con las soberanías y las autodeterminaciones nacionales, fórmula sencilla que evidencia cuan actualizada es la lectura del mundo de unos, frente a la anacrónica política estadounidense porfiada en imponer recetas que no encajarán más en los tiempos que corren. Por eso, seguimos siendo antiimperialistas y en esa conviccion a quienes más debemos combatir es a sus obedientes agentes locales.



Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 22 de abril


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