jueves, 17 de agosto de 2023

El intocable

Eliot Ness era el héroe policial que comandaba las pesquisas contra las mafias italo neoyorkinas en

los años 60. Lo personificó en la televisión blanco y negro de entonces, el actor Robert Stack y en

cada capítulo emitido por el canal estatal de aquél tiempo eramos testigos semanales de sus

proezas contra esas familias que se repartieron la ciudad de la gran manzana para distribuir

clandestinamente bebidas alcoholicas, narcotraficar y administrar negocios de proxenestimo para

beneficio económico y placeres propios. De aquella serie televisiva semanal se podía advertir un

halo de romanticismo: Ese policía de traje, corbata y sombrero de paño con ala ancha nos contaba

que todo crimen termina siendo descubierto, que la justicia puede tardar pero llega, digamos que

la historia del crimen edulcorada y romantizada en ese clásico que se llamó “Los intocables”.

Ejercitando un largo salto hacia el Siglo XXI, el mafioso esterotipado por ese espectáculo

audiovisual maniqueo, se ha desdoblado en estilos. Hay mafias financieras de cuello blanco que

lavan dinero procedente de actividades ilícitas. Hay mafias políticas que cobran comisiones o

coimas para emprender cierto tipo de proyectos en nombre del desarrollo y del bienestar común.

Hay mafias clericales, refugiadas en sombrías guaridas habitadas por enviados de Dios que han

organizado sociedades secretas de pederastas, pedófilos y otras especialidades relacionadas con la

violencia sexual. En fin, hay mafias especializadas hasta en los asuntos más inimaginables en

tiempos del estallido tecnológico que todo lo simplifica y lo corrompe.

El año 2020 en Bolivia se instaló una mafia lacrimógena. Traficó con materiales para la represión

policial. Parte de esa mafia esta procesada judicialmente y detenida en un recinto penitenciario

estadounidense que tiene al ex ministro de Gobierno Arturo Murillo como su representante más

notable. Ese que cazaba masistas. Ese que decía no estar jugando y que sería implacable. Ese que

inventó el “dispararse entre ellos” para eximirse de responsabilidades por las persecuciones

política, judicial y mediática y la consumación de masacres.

Murillo se convirtió en facilitador de todas las mafias que operaron durante el gobierno del que

era mandamás, el de Jeanine Áñez, y que tiene a un connotado protagonista que hoy día es

escribidor de un par de diarios conservadores y que un año después de haber sido botado por la

presidenta de facto de su cargo de Ministro, pasó a ejercer las funciones de Rector de la

Universidad Católica Boliviana en Santa Cruz de la Sierra. Su nombre es Oscar Ortíz Antelo,

militaba en su juventud en Cristiandad, una organización de origen brasileño que reclutaba

jóvenes anticomunistas y temerosos de Dios y a estas alturas se podría decir que se trata de un

verdadero mago porque a pesar de figurar siempre en las fotografías de la consolidación del golpe

de Estado ejecutado entre el 10 y 12 de noviembre de 2019, hoy día nadie lo nombra, nadie

recuerda que fue uno de los cerebros del asalto al poder, el más frío y calculador de la camarilla

que coordinaba el no ingreso de parlamentarios masistas a la Asamblea para conseguir que

Jeanine fuera presidenta vulnerando el procedimiento constitucional

Como el Eliot Ness de la televisión, Oscar Ortíz Antelo es un intocable, pero al revés, pues se

encontraría en la línea de los transgresores de la ley y el orden. Transgresores es un decir porque

en realidad se trataba de mafiosos. Se lo ha visto tomando café con el que fuera editor de El

Deber, Juan Carlos Rocha, a media mañana de un día cualquiera en un centro comercial de la


avenida Busch, Tercer Anillo de Santa Cruz de la Sierra. Su intocabilidad es tan extraordinaria, que

cuando se recuerda a los golpistas se menciona siempre a Camacho, a Mesa, a la propia Jeanine,

alguna vez a Doria Medina, pero nunca a el. Parece que jamás hubiera estado en el balcón del

Palacio Quemado detrás de Jeanine saludando a sus pititas ilusionados y luego defraudados por la

gestión de gobierno que aceleró el retorno del MAS a través de elecciones en tiempo record.

Oscar Ortíz Antelo estuvo en las reuniones de la Universidad Católica de La Paz cuando la jerarquía

eclesiástica puso en evidencia de andar metida en política hasta el cuello. En dichos encuentros,

siempre frío y discreto, se encontraba este que fuera en su momento operador del ex gobernador

Rubén Costas. Su actuación fue decisiva en la Cámara de Senadores desde donde digitaba

movimientos en las inmediaciones de la plaza Murillo, de civiles persecutores de masistas, policías

y militares. Tuto era el hombre de “la embajada”, Camacho el paramilitar y Ortíz el pensante que

hizo a Jeanine Presidenta. Hoy es el impávido jerarca académico de la universidad de los curas

católicos, un portento de numerario del Opus Dei. Un intocable como nunca se vió en la historia

política de Bolivia, milagrosamente invisibilizado por la santidad de Monseñor Josemaría Escrivá

de Balaguer.




Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón, el 20 de mayo

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