Dos frases definen el golpe de Estado de noviembre de 2019 y al gobierno de facto, producto de la sucesión inconstitucional que llevó a la presidencia a Jeanine Áñez: “Iban a hacer volar la planta de Senkata” y “se dispararon entre ellos” (puente Huayllani, Sacaba).
La mentira es la base de sustentación
ideológica de los especialistas en la construcción de narrativas que
fundamentalmente circulan por las redes sociales, con el propósito de
penetrarlas y posicionarlas en el imaginario colectivo. Así fue que se decidió
“defender” la planta de YPFB y criminalizar a esos salvajes que se disparaban
por la espalda con el propósito de convertir en culpables a policías y
militares. Así fue que intentaron salvar responsabilidades. Al final de
cuentas, los asesinos quedaron al descubierto y en plena evidencia.
¿Quiénes iban a hacer volar la planta de
Senkata? Respuesta concluyente e indiscutible: las hordas salvajes. ¿Quiénes se
dispararon entre ellos, como dijo el ministro de la Muerte, Arturo Murillo?
Respuesta concluyente e indiscutible: Las hordas masistas.
Salvajes y masistas. De esta manera comienza el
ataque inmisericorde contra los cuerpos y las cabezas de quiénes salieron a
oponerse a la renuncia-derrocamiento de Evo Morales. No son personas, no son
seres humanos, son como señala cualquier diccionario un “grupo de gente que
obra sin disciplina y con violencia”. Digamos un rebaño que camina por donde el
pastor las guía. El expresidente del Comité Pro Santa Cruz, Rómulo Calvo sabe
mucho de este lenguaje. A no olvidar que para el, todos esos “masistas de
mierda” no son otra cosa que “bestias humanas”.
La publicación de “Sacaba y Senkata: Noviembre
en la memoria (Letras e imágenes de nuevo tiempo” a cargo de la Fundación
Cultural del Banco Central de Bolivia no podía ser más oportuna como punto de
inflexión para que quede contundentemente transparentado quiénes fueron en realidad
los que dispararon, qué ordenes recibieron y de qué manera están convencidos de
haber “pacificado el país” con la promulgación de un decreto (4078) que se
constituía en la carta blanca para abrir fuego contra la población civil armada
de wiphalas, palos y piedras y cuál era el tono gubernamental de Áñez y sus
secuaces para generar un disciplinamiento, so pretexo de combate al coronavirus,
con tropas militares patrullando las calles en carros blindados. Desde que se acabara el gobierno de facto
(noviembre de 2020) ya no circulan por mi zona camionetas con efectivos
ataviados con uniformes de camuflaje que con su amenzante presencia me
devolvieron a mi infancia de los años 70 cuando el Gral. Banzer mandaba y
perseguía a subversivos del Ejército de Liberación Nacional (ELN) para hacerlos desaparecer bajo el
paraguas del Plan Cóndor.
“Sacaba y Senkata: Noviembre en la memoria” es
un libro de 600 páginas que contiene materiales generados a partir de
convocatorias a concursos. Es un libro de libros. Figuran en el, los trabajos
que obtuvieron los primer y segundo lugares en las categorías de ensayo,
cuento, poesía, dramaturgia, fotografía testimonial y fotografía artística. Sus
autoras y autores escriben con el fuego de la indignación y la palabra precisa
en cada género. En formato grande (tamaño carta), papel ahuesado y para las
fotografías, en couché blanco, es la primera gran publicación acerca de una
constante en nuestra historia colonial y republicana, la de la desaparición
forzada o la eliminación física de quienes se atrevieron a salir a las calles
para reafirmar y defender un ideario de vida, y en ese intento se les fue la
existencia misma, producto de una despiadada represión por aire y tierra,
ordenada y coordinada logísticamente por el entonces Comandante de la Fuerza
Aérea, Gonzalo Terceros y varios de sus colegas del Alto Mando Militar del
Ejército. Golpistas y como si no fuera suficiente, carniceros, masacradores del
pueblo.
Paloma Gutiérrez (segundo lugar en poesía sobre
Senkata) resume perfectamente lo acontecido: “Informes de un día/ de un martes
de muerte/Informan que fueron 9/ 9 hombres menores de 39/ Autopsias confirman/
la causa de muerte/ Los 9 por bala/ Masacre que espanta/ Informes de un día/se
huele la muerte/ Ni el gas lo impedía/ Senkata lo siente/ Ministros que mienten
/ ocultan la muerte/ Sus balas mataban/ de frente y con saña/ Informes de un
día/ informes de muerte/ Golpismo fascista/ racismo candente.”
Escrito por hacedores de la palabra de generaciones
jóvenes, se encuentran textos que van desde las lecto escrituras de ese momento
político de crisis estatal, el recuento crítico de los daños y las tragedias
familiares (ensayos) como consecuencia de las masacres, hasta las formas
creativas del cuento, la dramaturgia, la poesía y un conjunto de fotografías
que registran las convicciones, el dolor, la lucha, y la violencia institucional,
que nuevamente ponen de manifiesto, como ha sucedido a a lo largo de nuestra
historia, quiénes son los masacradores y bajo las ordenes de quiénes actúan. En
este contexto, sería bueno hacerle llegar un ejemplar hasta Chonchocoro a Luis
Fernando Camacho, el que obtuvo la ayuda de papá, para que los militares se
cuadraran en contra del poder constituído violentando las leyes y los cuerpos y
almas de esas hordas masistas y salvajes por las que hoy continúan llorando
desconsolados, padres, madres, abuelos, abuelas, hijos e hijas. Ahora que está
alojando en una pequeña habitación que no se parece en nada a una celda
carcelaria, Camacho podría comenzar con este libro, a conocer la historia de
Bolivia, ese país al que desconoce y en el fondo desprecia, desde esas ínfulas
de karayana que lo definen. Si hay una condena de la que no hay escapatoria es
la de la palabra que se transforma en historia y en memoria popular.
Originalmente publicado en Escape de La Razón el 19 de marzo
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