Recuerdo con nostalgia los días en
que con un aguayo sobre sus espaldas, Evo Morales era uno más de los marchistas
indígenas, uno más de los bloqueadores de carreteras, uno entre todos,
confundido en abrazos y vigilias, transcurriendo noches de cielos estrellados,
de dormir a la intemperie. Hoy día, Evo Morales llega en avión alquilado para
presenciar la entrada del carnaval de Oruro. Entre el cielo y el suelo hay
demasiadas diferencias de espacio, de tiempo, pero sobre todo de actitud.
Los votantes del Movimiento al
Socialismo – Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos (MAS – IPSP)
no se merecen –no nos merecemos- el castigo cotidiano y mediático al que
estamos siendo sometidos debido a unas pugnas desatadas desde la añoranza por
la silla presidencial. Votar por el MAS desde las elecciones de 2002 se
convirtió en el mecanismo que inició el derribamiento del neoliberalismo
secante, indolente, individualista y represivo que ha terminado por fracasar en
gran parte de nuestros países de América Latina, al extremo que ni empresarios
como Doria Medina estarían dispuestos hoy a aplicar las recetas ochenteras
enviadas desde el FMI, el Banco Mundial y el archivo del Consenso de Washington.
Han terminado aceptando, por la fuerza de los acontecimientos históricos,
políticos y sociales, que es necesario
un modelo económico mixto en el que el emprendedurismo capitalista debe
armonizar con el soberanismo nacional popular.
Evistas. Arcistas.
Choquehuanquistas. En estas parcelas se mueven hoy las facciones masistas que
cuentan con unos operadores y portavoces de vergüenza. El diputado Héctor Arce
es el mandado a comparecer ante cámaras y micrófonos para defender a capa y
espada la legitimidad histórica del jefe de su partido. Su discurso no admite
que las pretensiones renovadoras dentro una tienda política, forman parte del
sano ejercicio de la alternancia interna en la que nuevos cuadros deberán
prepararse para tomar la posta. En esas lógica, los ex compañeros llamados
renovadores han sido reducidos a la categoría de traidores y en ese trayecto
dominan los insultos, las calumnias, las descalificaciones de todos los tamaños
sin dejarle ni el mínimo espacio al debate programático con horizonte de
mediano y largo plazo.
En la vereda de enfrente, Rolando
Cuellar, tan impresentable como Arce, se la pasa insultando y descalificando el
presente de Evo y sus responsabilidades en la crisis de 2019. Desde su
cuadrilátero fustiga a diario a los llamados radicales convencidos de que la
vida comienza y termina con Evo. Están mandando a la mierda algo que no
construyeron sólo ellos, sino, fundamentalmente aquellos que desde la
ciudadanía de a pie le depositaron su confianza para que se diseñara y empezara
a ejecutar la edificación de un país más igualitario, con equidad,
redistribución de la riqueza, privilegiando el mercado interno, pero en primer
lugar , incorporando al escenario político y social a cientos de miles de
bolivianos que desde 2006 sintieron que Bolivia también había sido su país, haciendo
flamear tricolores y wiphalas.
En este escenario, el presidente
Arce no dice nada al respecto, dedicado a dirigir su gestión gubernamental,
Choquehuanca, lejísimos del insulto y de la guerra verbal, invoca
permanentemente a la unidad y a la preservación del proyecto político que tiene
al MAS gobernando Bolivia desde 2006, con el execrable interregno determinado
por la llegada de una presidenta ilegitima, inepta, violenta y víctima
propiciatoria del apetito y codicia machistas que caracterizaron a su gobierno.
En los reductos más obsecuentes, Evo
es inamovible y se persiste en la subconciencia de su eternidad en la política
y en el ejercicio de poder, y ya sabemos con detalle cómo puede terminar esa
idea de predestinación en la que queda fuera toda discusión acerca de
pluralidad, de organicidad partidaria, de convenir quienes quedarán en mejores
condiciones para reproducir el poder de acuerdo a lo señalado a la coyuntura
cercana a nuevos comicios presidenciales.
Mientras tanto, el patético show de
masistas sacándose los ojos entre unos y otros no tiene pausa. Y para ello las
carpas del circo mediático bien instaladas por la derecha son amplias y cómodas
para admitir a todas las audiencias, las propias y extañas, en el
convencimiento de que no hay para qué presentarle pelea al partido de gobierno,
si el principal opositor a la gestión presidencial vigente es el mismísimo jefe
de ese partido de gobierno que tiene entre ceja y ceja la candidatura de 2025.
Fidel Castro dijo que sin unidad el
proyecto político emancipador del continente puede muy probablemente terminar
fracasando. Sería interesante que Evo comprendiera que hoy en Cuba, el
presidente es Díaz Canel, escucha a la voz de la experiencia, Raúl Castro, que
sigue siendo un factor de poder en la isla caribeña, sin necesidad de pensar en
cargo alguno. Este modelo de relación sano y constructivo pudo haber sido
adoptado por Evo en Bolivia. Está claro que el ímpetu evista no admite otra
cosa que su propia figura ejerciendo el poder.
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 25 de febrero
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