Ya no es Camacho, es la libertad y
la justicia. Ya no vale discutir si cometió delitos o no y por ello se
determinó su detención preventiva, sino la forma en que habría sido apresado
con una narrativa que quiere imponer la versión de un secuestro violento. Esto
significa que Camacho es el preso político 181, no uno de los violentadores del
orden constitucional en octubre-noviembre de 2019. Como el gobernador de Santa
Cruz – no el golpista de 2019—es prisionero por una lucha de supremos ideales,
hay que victimizarlo y para ello la información casi diaria dice que no le
permiten recibir visitas, le introducen una cámara en su dormitorio para
espiarlo con aviezas intenciones proctológicas, porque de celda de recinto
penitenciario, el hábitat del individuo en Chonchocoro tiene nada, en tanto se
le ha otorgado un espacio con características de estrellas hoteleras,
precisamente para intentar neutralizar más instalaciones mediáticas
relacionadas con violaciones a sus derechos ciudadanos.
En esta incesante guerra política
boliviana, la batalla cotidiana por demostrar quién ostenta y defiende valores
humanos y libertades ciudadanas, la estrategia es clara: Camacho no es un
golpista, es un defensor de la democracia que encabezó la movilización
ciudadana contra un tirano que quería atornillarse en el poder para siempre, y
por lo tanto, no es un ciudadano con presuntos delitos en su haber, sino un
perseguido –y capturado-- político, víctima del autoritarismo, de la dictadura
masista, del terror judicial activado por el partido azul, el partido con un
presidente del Estado que vive recibiendo el embate diario del mismísimo jefe
histórico defenestrado al que no le entra en la cabeza que la repostulación es
una opción posible y legítima para quién ejerce mandato por primera vez.
Libertad. Justicia. Democracia.
Dicen que por todo esto lucha el sacrificado gobernador de Santa Cruz y en ese
transcurrir de titulares tendenciosos y mal intencionados, y gigantesca
manipulación informativa, al gobierno y a su instrumento político partidario le
está faltando proactividad y creatividad para recordarnos sobre qué otros
valores humanos se comenzó a gestar el que se llama proceso de cambio:
Democracia sí, pero con inclusión social como nunca antes a partir de un cambio
en la matriz del funcionamiento del Estado. Procesos electorales sí, pero con
ampliación de lo representativo a lo participativo con un significativo
ensanchamiento del espacio para la incorporación de nuevos actores sociales y
étnicos para la toma de decisiones. Libertad económica sí, pero con la
inserción del fundamental concepto de equidad para que la redistribución
alcance a sectores a los que nunca les llegó casi nada en la historia republicana.
Desarrollo productivo sí, pero con preceptos soberanistas innegociables que hoy
han reducido los márgenes del saqueo perpetrado con la inversión extranjera y
sus agentes locales. Es decir, más democracia, por su ampliación en materia de
derechos individuales y colectivos, y en sus mecanismos de participación,
políticas económicas con prioridad en el potenciamiento del mercado interno y
por lo tanto, democracia más plural que en cualquier otro momento de nuestra
historia, pero paradojicamente, combatiendo débilmente el empeño de los
fabricantes de mentiras desde las oposiciones, en sus expresiones
parlamentarias, mediáticas, empresariales e institucionales.
En la utilización de un conjunto de
técnicas de direccionamiento informativo, la maestría y el doctorado en Mentira
Sistemática significa graduarse en la cancha de la pelea, y para ello, los
reinvindicadores de la democracia y la libertad contra la dictadura y el
autoritarismo, utilizan artefactos como los comités cívicos y ese esperpento
llamado CONADE para justificar el golpismo, las violaciones a los derechos
humanos y las masacres nada menos que en una audiencia virtual con la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Se trata de organizaciones de
cultura logiera en que unas cuantas roscas se eligen y reeligen permanentemente
para saltar al escenario público y atribuirse la representatividad del “pueblo
boliviano”, otra patraña fácilmente desmontable, eso sí, con estrategia,
convicción y acciones sistemáticas diarias que por ahora no se vislumbran.
Luis Fernando Camacho, Jeanine Áñez
y su hija Carolina, Rómulo Calvo y otros autores del mismo riñón ideológico,
son los cultores de la violencia política verbal que contradice sus supuestas
convicciones democráticas. Persiguieron, judicializaron, criminalizaron, y masacraron
al masismo, esa categoría de bestias humanas que no se merecen una vida digna y
respetable. De eso están hechos estos demócratas y libertarios, de un racismo
inocultable y de una auténtica vocación por el exterminio de lo plebeyo. El 181
es un preso político, no un golpista con entrañas fascistas. Lo dicen con toda
arrogancia y cinismo, los mandamases de la mentira organizada.
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 11 de febrero
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