Cuatro mandatos consecutivos le han permitido a
Angela Merkel gobernar durante 16 años contínuos como Canciller de Alemania,
primera autoridad política del país según su constitución. Esto significa que
Merkel optó a tres reelecciones y nadie se mosqueó respecto de un supuesto
prorroguismo o eso que metafóricamente se llama en nuestras pampas
caudillistas, eternización en el poder. Cuando las cuentas son tan claras como
el chocolate espeso, no hay margen para equivocaciones. En México hay un
sexenio presidencial sin posibilidades de reelección. Andrés Manuel López Obrador
será presidente una sola vez hasta 2024. Joe Biden tiene derecho a una
reelección según lo señala la constitución estadounidense y luego debe
producirse la retirada, sin traumas ni derechos a pataleo alguno.
La alternancia en los períodos constitucionales
de países dependientes, atrasados y primario extractivistas como el nuestro
puede leerse desde dos prospectivas. La primera señala que para la buena salud
de la democracia es fundamental el pluralismo que permita que tiendas políticas
de distintos perfiles ideológicos y programáticos tengan la oportunidad de
conducir los destinos nacionales. La segunda dice que debido a nuestra
condición tercer mundista, lo ideal es buscar la continuidad gubernamental,
cosa que en gran medida sucedió con los mandatos de Evo Morales que le
permitieron gobernar Bolivia durante casi quince años ininterrumpidos y le
facilitaron encarar profundas transformaciones estatales con repercusiones
directas en la vida de la sociedad.
Con lo que no habíamos contado en nuestra historia
es que la posibilidad de la alternancia y la continuidad se convirtieran en el
núcleo del conflicto dentro un solo partido político. Esto es, alternancia no
en la visión ideológica y programática de Estado, sino en la pugna por el
liderazgo que franquee el paso hacia la candidatura presidencial de las
próximas elecciones a celebrarse en octubre de 2025. En suma, alternancia
dentro una misma organización política, debido a que en el horizonte no se
divisa un proyecto diferente al que viene ejecutando el Movimiento al
Socialismo (MAS) desde 2006, con la interrupción del proceso democrático,
producto, precisamente, de una impugnación ciudadana expresada por la clase
media urbana que sintió el escamoteo de su voto en el referéndum de 2016 y que
compró el relato del fraude presuntamente ideado y ejecutado por Evo Morales en
las elecciones de 2019, con el propósito de consolidar su proyecto
prorroguista.
La alternancia en el ejercicio del poder reduce
las posibilidades de tentaciones golpistas de distintos tamaños e intensidades.
El querer continuar a toda costa en el mando presidencial, pisoteando
legitimidad y reglas de juego, nos llevó a que un puñado de angurrientos
politiqueros sin escrúpulos asaltaran el poder en noviembre de 2019, lo que
devino en un gobierno represivo, corrupto e ineficiente. Si Morales hubiera
aceptado la derrota del 21F inhibiéndose del subterfugio del “derecho humano a
ser candidato”, años después desbaratado
por la Corte Interamericana del Derechos Humanos, el MAS se hubiera
visto obligado a presentar un candidato distinto a su caudillo, lo que hubiera
evitado que los Mesa, Camacho, Ortíz y otros autores, jugaran sin disimulo a un
golpe de Estado que finalmente se impuso e instaló un gobierno de facto hasta
noviembre de 2020.
El estilo decisionista de Evo Morales de hacer
política imponiendo a rajatabla una candidatura que constitucionalmente ya no
le correspondía, fue el gérmen de su derrocamiento y por la tanto de la llegada
inconstitucional de Jeanine Áñez a la presidencia, lección que nos costó como
país, dos masacres y 38 muertos. El voluntarismo de un líder con vocación de
predestinado no debe volver a empujar al país al borde de la cornisa para
terminar en el abismo. La continuidad gubernamental señala en Bolivia una
elección y una posible reelección en diez años contínuos de gestión
presidencial. En ese contexto, Luis Arce Catacora está legalmente habilitado
para buscar un segundo mandato, decisión que debería ser tomada por el MAS de
manera orgánica, ordenada y sin estridencias, pero claro, no estamos en
Alemania, y lo que se ha desatado es un enfrentamiento entre partidarios que
hasta hace unos años se abrazaban como hermanos y compañeros.
Encontrar las dosis exactas de alternancia y
continuidad que permitan una combinación exitosa de cada administración
gubernamental, pasa por estructurar organizaciones políticas con cuadros en
condiciones para el relevo contínuo. En buenas cuentas lo que se debe buscar es
la alternancia en los actores políticos y la continuidad en la programación y
ejecución de las políticas públicas. En este sentido el paso de Evo Morales
hacia Luis Arce en la presidencia debiera ser la síntesis argumental suficiente
para saber de qué se trata la reproducción en el poder, tanto mejor si fuera
sin pugnas por cada uno de sus espacios, pero ya sabemos, la tentación del regreso
puede ser más poderosa que el sentido común en construcción.
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 25 de marzo
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