viernes, 11 de mayo de 2018

La corrupción como estructura mental


Alcaldes y ex alcaldes han quedado enfrascados en el torneo más competitivo de la viveza criolla de los que tengamos memoria en esta democracia victoriosa ante conspiraciones cívico-militares en treinta y seis años contínuos: Edgar Bazán de Oruro, José María Leyes y Edwin Castellanos de Cochabamba,  Edgar Patana de El Alto, y Carlos Bru de Yacuiba, para no referirnos a varios otros pertenecientes a municipios rurales más pequeños,  confrontan problemas de transparencia, sea por falta de ejecución presupuestaria o por esas perversas tentaciones caracterizadas por presuntos y comprobados sobreprecios y coimas.
En el fuego cruzado político, el acento ha sido puesto en la lógica de “trata a mis corruptos por igual que a tus corruptos” como si el problema se circunscribiera a un asunto de equidad y severidad judicial y no a uno más profundo que se inscribe en cómo funcionan las cabezas de los servidores públicos que alcanzan los máximos poderes regionales a través de la confianza expresada por la ciudadanía en las urnas, y que encuentran en su paso raudo y fugaz por el acceso a a los recursos económicos procedentes de diversas fuentes estatales, la manera de asegurar su estabilidad y buen pasar,  disponiendo de dineros que franquean la otorgación de contratos de distintos tamaños y diferente incidencia en la vida de cada comunidad.
Un extraviado escribidor, de esos que abundan gracias a la generosidad del escenario plural y democrático del que gozamos hace casi cuatro décadas, afirmó hace un par de semanas, muy suelto de cuerpo, que el asunto de las mochilas chinas era un mareo de perdiz, insinuando que la gravedad de la corrupción puede medirse a través de una escala de montos, como si el crápula de turno pudiera tipificarse por el tamaño del robo o del monto de comisión, y no por el sentido medular de sus actos.
El que utiliza los bienes públicos para beneficio personal, o lo que estos facilitan en el ejercicio de funciones, es igualmente torcido, independientemente de si trafica con computadoras, mochilas, cemento asfáltico, galletitas para el desayuno escolar o recibe sobornos para la adjudicación de megaobras de infraestructura carretera, porque sencillamente la corrupción es un sistema enquistado en las seseras de los grandes tomadores de decisiones, merced a la maquinaria de la que disponen a gusto y sabor, y no un asunto a encontrarse en manuales de urbanidad, buenas costumbres o en guías de la moral pública y privada, y eso significa que medir este asunto por el tamaño del negocio está bien para la hora de las sentencias ejecutoriadas y no para la comprensión esencial de la problemática.
La corrupción se torna aún más inquietante, cuando los casos se multiplican como hongos que por su extendida práctica se instrumentalizan como arma de desestabilización política y se constituyen en amenaza para la preservación del mismísimo sistema democrático. Le está sucediendo al Perú con sus cinco últimos expresidentes --Alberto Fujimori, Alan García, Alejandro Toledo, Ollanta Humala, y el último, Pedro Pablo Kuczinsky, por supuesto enriquecimiento ilícito, Modo Odebrecht, y por haber ofrecido indulgencias y retribuciones a parlamentarios que evitaran su caída. Sucede también a Brasil con un juez como Sergio Moro que ha logrado mandar a la cárcel a Luiz Inacio Lula Da Silva, por el supuesto “regalo” recibido de la empresa constructora OAS –un apartamento de tres plantas—a cambio del presunto favorecimiento de contratos por parte del gobierno brasileño cuando el líder del Partido de los Trabajadores (PT), era presidente: En este caso, el aparato judicial convertido en un arma de neutralización y control político, que bien podría ser leído como otra variante de corrupción, si se tiene en cuenta que parece haberse vulnerado el debido proceso.
Durante la etapa neoliberal boliviana (1985 – 2005) se han acumulado dos décadas de tramas de corrupción de las más variadas dimensiones y durante el proceso nacional popular (2006-2018), vigente hace doce años, de la misma manera se van registrando progresivamente hechos tan escandalosos y aún más reprochables desde la perspectiva diferenciadora entre democracia representativa y democracia participativa, porque si algo no encaja en el contexto de los procesos emancipadores del continente es tener a un Santos Ramírez traicionando una trayectoria de lucha por una “comisión” que acabó con su prometedora carrera pública o a un Guillermo Achá, acusado de sobreprecios en la compra de unos taladros para explotar hidrocarburos, comprometido a trabajar con eficiencia y eficacia técnicas en la Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) que reclama socios y no patrones.
¿Y qué decir del caso del Fondo de Desarrollo para los Pueblos Indígenas Originarios y Comunidades Campesinas (FONDIOC), mecanismo institucional orientado a dotar de recursos económicos a emprendimientos rurales que certificaran efectivamente que Bolivia había conseguido el gran salto de la democracia del voto, a la democracia deliberativa y de participación ciudadana, progreso político-institucional que facilitó que los dineros del Estado se hicieran accesibles a los más pobres o carenciados en su base material? Simple y llanamente subrayar que deben resignarse al rigor de la ley y sus consecuencias por haber ingresado en el territorio de quienes hicieron del poder político y el ejercicio gubernamental, instrumentos de inaceptable autosatisfacción, tirando al canasto los preceptos de un proceso popular y liberador.
Corruptos de derecha son los que dominan el planeta y hay que perseguirlos cuando se llega a la fase de demostración probatoria de sus tropelías, pero hay que ser aún más disciplinados judicialmente con los corruptos camuflados en la izquierda, porque esos bicharracos terminan convirtiéndose en los potenciales viabilizadores del retorno a prácticas políticas y económicas que quisiéramos definitivamente superadas para nuestras democracias que no deben perder su esencia participativa si lo que se quiere evitar es el retorno de la dictadura del mercado, esa que garantiza la desigualdad y la injusticia social.


 Originalmente publicado el 08 de mayo en la sección Opinión de la Agencia de Noticias Fides (ANF)

No hay comentarios:

El anverso del horror

  Ha sucedido en distintas latitudes que varios creadores audiovisuales fueron advertidos a través de preguntas formuladas por la crítica es...