El vicepresidente Alvaro García
Linera ha hecho un conteo inexacto de sus neuronas: No tiene setenta millones,
sino, por lo menos ochenta y seis millones, si nos atenemos a la media
científica que informa de qué están hechos los cerebros de todos nosotros,
mortales, normales, inteligentes por condición humana y no por determinación
divina. Lo que seguramente quiso decir el segundo mandatario de nuestro Estado
Plurinacional, no tiene que ver con la cantidad y las supuestas características
enigmáticas de su complejo cerebral, sino con las ideas que ha ido conectando a
partir de la utilización libresca, sistemática, disciplinada de los saberes a
los que ha podido acceder, esto, acicateado por cinco años de reclusión en
Chonchocoro, sitio en el que hay que rebuscárselas creativamente para construír
una cotidianidad cargada de sentido, a fin de no caer en la desesperación a que
puede conducir el encierro, y para mantener cierta coquetería intelectual, mejor
si debidamente adornado con alguna pañoleta de seda que ayude a combatir la
helada altiplánica de la ciudad de El Alto.
Las neuronas de García Linera
tienen que ser iguales a las de Doria Medina, Tuto Quiroga o Rubén Costas, pero
lo que sí puede diferenciarlas de las que poseen sus adversarios políticos a
los que no ha dudado en tachar de mediocres, es que el estudiante de
Matemáticas de la UNAM, lee y escribe, estudia y reinterpreta, vuelve a Marx y
a Gramsci continuamente, e intenta ensamblar la teoría filosófica, política y
sociológica que ha sabido asimilar con habilidad autodicacta, desempeño que le
ha permitido posicionarse como el vicepresidente más influyente de la historia
de Bolivia, porque además de ser un comunista leído y formado, es un disciplinado
jefe de la gestión pública y un enemigo de las estructuras de pensamiento
esquemáticas y reduccionistas de fuente neoliberal, contenidas de un profundo
sentido de injusticia social donde los pobres agravan su condición a diario y
cada vez con mayor desesperanza como lo está demostrando el gobierno de
Mauricio Macri en Argentina, que le ha estirado la mano al Fondo Monetario
Internacional (FMI), reviviendo los 90 del menemismo, aquella época en la que
el modelo de ajuste estructural asoló a
nuestros países con sus oprobiosos niveles de injerencia política y económica.
No creo que sea necesario hacer
aspavientos de las neuronas que poseemos y que podrían conducirnos a
pretenciosas e innecesarias autovaloraciones. Eso de que cada panadero alaba su
propio pan, sobra en el caso del Vicepresidente. En lo que sí podríamos coincidir
es en la crítica que dice que Bolivia cuenta con un promedio abrumador de
políticos que no ha leído la historia de su propia nación, que desconoce y
niega su esencia identitaria, que no concibe al país como parte de la comunidad
internacional en la que ahora juega un rol con características de visibilidad,
y en algunas temáticas, de protagonismo. Ciertamente, García Linera ha
desarrollado una sostenible lectura de la realidad, mientras varios de sus
adversarios de la derecha han optado por el anquilosamiento de sus visiones,
producto de condición de clase, prejuicios ideológicos, rechazo a las miradas
progresistas e inclusivas en nuestras sociedades y menosprecio por el debate y la renovación del pensamiento
que conduzca, por los menos, a nociones elementales del destino que se pretende
para Bolivia.
En el torneo de neuronas todos
quedan más o menos empatados, pero es en el festival de las ideas en el que
algunos han dado patéticas muestras de cómo la demagogia puede conducir a
extravíos que provocan vergüenza ajena, que impulsarían a considerar que el
razonamiento es un derecho humano que estamos obligados a respetar y digo esto
porque la grosería ha sido rebasada en todos sus límites cuando se afirma que
la nueva Casa de Gobierno debería ser convertida en un hospital oncológico para
trescientas camas, en el entendido de que se trata de una ostentosa e
innecesaria edificación destinada exclusivamente a cubrir las expectativas de
autosatisfacción del circunstancial Presidente del Estado.
El antiguo Palacio Quemado es una
vieja casona adaptada y readaptada de manera precaria e insuficiente,
considerando las necesidades de infraestructura y operatividad que reclama un
Estado moderno. Tiene el despacho del presidente, el del vicepresidente, dos
salas de reuniones y un comedor en el tercer piso; los salones Rojo, de los
Espejos, la sala de reuniones de gabinete mas tres oficinas destinadas al
funcionamiento del Ministerio de la Presidencia en el segundo piso; la Jefatura
de la Casa Militar, la sala de prensa y la Gaceta Oficial de Bolivia en la
planta baja…esas son las instalaciones de la central gubernamental del trabajo,
que cuenta, además, con varias oficinas desperdigadas por aquí y por allá a
través de contratos de alquiler. Uno visita el Palacio de Pizarro en Lima, la
Casa Rosada en Buenos Aires, Planalto en Brasilia, Carondelet en Quito o el
Palacio de la Revolución en La Habana, y a simple comparación, lo que tiene La
Paz es propio de un pequeño país anclado en el siglo XIX y por ello queda más
que justificada una nueva infraestructura con suficientes espacios para
oficinas y salas de reuniones , que permitan superar el inquilinato estatal,
más allá de si en el nuevo recinto habrá jacuzzi, sauna o gimnasio, reductos
que no necesariamente están vinculados al lujo y al derroche, sino a la
necesidad indispensable de contar con ambientes que sirvan para el combate al
estrés y a las jornadas laborales de veinte horas contínuas diarias.
Los promotores de esta grosería
demagógica, son precisamente aquellos que conciben al Estado como residual a
los intereses del capital financiero internacional, a la transnacionalización,
el despojo y el saqueo de nuestro patrimonio de
riquezas naturales y recursos humanos. Por eso se empeñan en instalar en
el imaginario esa peregrina caricaturización acerca de cómo es posible que un
gobernante de izquierda pueda aspirar al confort capitalista, cuando ese tipo de privilegios es zona exclusiva de los
adoradores del mercado, esos que compran hoteles de cinco estrellas en los que
muy probablemente no hay siquiera una pequeña enfermería para emergencias.
En un contexto de creatividad
política tan gracioso como vergonzante,
el Vicepresidente García Linera debe tener la plena certeza de que no es
necesario volver a retar a debate “de a cinco” a sus enemigos políticos. Que
con ideas como la de la Casa de Gobierno a ser convertida en hospital, no hay competencia neuronal posible, que la
chacota es parte de la política de cualquier sociedad, y que mientras la
oposición tradicional y conservadora continúe fragmentada y anecdótica, sus
posibilidades de nuevos fracasos electorales seguirán a la orden del día.
Originalmente publicado el 29 de mayo en la sección Opinión de la Agencia de Noticias Fides (ANF)
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