Hay una cantidad
incontable de canciones del rock argentino que se han convertido en el
transcurso de las décadas, en himnos con
olor a camiseta y potrero, en estribillos cantados con fervor de hinchada.
Justo en el día que Lionel Messi jugó su último partido oficial con la camiseta
argentina por clasificatorias/eliminatorias mundialistas (3 – 0 contra
Venezuela, dos goles de Lio), Charly García decidió concurrir al Monumental y a
propósito del encuentro entre ídolos, recordé un fragmento de “El karma de vivir
al Sur” (1987): “Me vas a hacer feliz, vas a matarme con tu forma de ser”.
Como a Charly,
como a todos los argentinos, como a la mayoría de los futboleros desperdigados
por el planeta, Messi ha enseñado a lo largo de sus dos décadas de excelencia
futbolística cómo se puede hacer para que alguien conquiste con su forma de
ser, una manera de expresar y explicar lo que hace este rosarino formado
futbolísticamente en La Masía, para que en su país, el país de Menotti versus
Bilardo, y ahora de libertarios versus peronistas, pueda convertirse en el país
de la unanimidad en el que la emoción se erige en sentido común indisicutible,
en el que la expresividad multitudinaria está ahí para cantarle a ese genio de
la pelota que en un viaje de veinte años ha alcanzado cúspides celebratorias
sin parangón en la historia de naciones y pueblos, con cinco millones de
personas vitoreando en las calles la obtención de una Copa del Mundo (2022).
Cada vez que se
acerca el día en que Messi volverá a pisar una cancha argentina, se activa esa
vocación de ritual que precede al partido próximo a jugarse. Todos los hinchas
de los cientos de cuadros que actúan en las distintas categorías del fútbol
rioplatense, y hasta los que habitualmente no son entusiastas seguidores del
fútbol, se ponen a calentar los corazones para darle una nueva bienvenida a un
señor casado, con tres hijos y una fortuna a la que por imágenes no se lo
asocia debido a esa forma de ser tan común y corriente como la de cualquiera de
nosotros, mortales de a pie.
Messi pisa las canchas del Monumental, de la
Bombonera o de cualquier otro de los estadios de provincia de la República, y
la gente ataviada de celeste y blanco estalla de júbilo, canta y salta sin
atisbos de cansancio. Todo lo que sucede
a continuación es juego y fiesta sustentados en la exhibición de ese “fútbol de
autor”, así calificado por Marcelo Bielsa cuando abrazó al seleccionador Lionel
Scaloni, el día en que se enfrentaron Argentina y Uruguay.
¿Cómo se hace
para dilucidar la aparente contradicción entre el talento individual y la construcción
colectiva? En estos veinte años, desde que debutara con la camiseta del
Barcelona, Messi ha emprendido un viaje repleto de vicisitudes, desde la crisis
que lo condujo a renunciar a la selección por resultados frustrantes (2016) hasta el regreso en que
desde la obtención de la Copa América (2021) en el Maracaná de Río de Janeiro
ya estaba claro que comenzaba a superarse el dilema de si los compañeros de
equipo jugaban para Messi, o a Messi no le alcanzaba desde su lámpara
maravillosa para hacer virtuosos a los otros diez futbolistas con los que
saltaba a los campos de juego.
Scaloni-Aymar-Samuel
y otros componentes del cuerpo técnico de la selección argentina encontraron la
fórmula: Messi, con la superlativa inteligencia que lo caracteriza para el
juego, engranará en la máquina colectiva (“la máquina” le llamaban al River de
los años 40), y el equipo sabrá hacer desde lo posicional y táctico, todo lo
que sea necesario para que la genialidad alcance su máxima expresión. Así,
Argentina se convertiría en un equipo con precisión en velocidad, pero sobre
todo por la vistosidad con la que sus intérpretes son capaces de sacarse
de encima las marcas de los adversarios, hacer de los pases - triangulaciones, ejecuciones de geometría
perfecta, y conseguir en las finalizaciones, goles de notable factura para coleccionar
en el archivo audiovisual.
Argentina
no juega para Messi, juega con Messi. Y
Messi no juega para Messi, juega para Argentina. Así fue junto a Xavi e Iniesta
en el Barcelona, y así es ahora con Paredes, De Paul, MacAllister, Hernández,
Lautaro, Julián y Almada. Con estas eficaces
ecuaciones, Argentina ha llegado incluso a jugar en los últimos años sin Messi
en la alineación, pero con su inspiración permanente. Así sucedió en ese
inolvidable 25 de marzo de este año cuando la blanquiceleste le dio un baile
memorable a la verde amarilla de una desangelada Brasil. No estuvo Messi en la
cancha, pero si en las cabezas de todos sus compañeros que le tienen un respeto reverencial y un cariño
infinito y que esa noche fueron capaces de concretar un 4 – 1 con todo el
periodismo especializado brasileño que no ahorro elogios para su clásico rival
que se pasó por encima la historia del Pentacampeón mundial.
En estos veinte
años, Messi ha sabido romper todas las rutinas del aburrimiento. Ha hecho
felices a millones de futboleros y no futboleros. Será por eso que Charly
García, cuando se despidió la noche del jueves 4 de septiembre se limitó a
expresarle un “Dios te bendiga.”
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 06 de septiembre
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