miércoles, 1 de octubre de 2025

Todos estos años de Messi

 

Hay una cantidad incontable de canciones del rock argentino que se han convertido en el transcurso de las  décadas, en himnos con olor a camiseta y potrero, en estribillos cantados con fervor de hinchada. Justo en el día que Lionel Messi jugó su último partido oficial con la camiseta argentina por clasificatorias/eliminatorias mundialistas (3 – 0 contra Venezuela, dos goles de Lio), Charly García decidió concurrir al Monumental y a propósito del encuentro entre ídolos, recordé un fragmento de “El karma de vivir al Sur” (1987): “Me vas a hacer feliz, vas a matarme con tu forma de ser”.

Como a Charly, como a todos los argentinos, como a la mayoría de los futboleros desperdigados por el planeta, Messi ha enseñado a lo largo de sus dos décadas de excelencia futbolística cómo se puede hacer para que alguien conquiste con su forma de ser, una manera de expresar y explicar lo que hace este rosarino formado futbolísticamente en La Masía, para que en su país, el país de Menotti versus Bilardo, y ahora de libertarios versus peronistas, pueda convertirse en el país de la unanimidad en el que la emoción se erige en sentido común indisicutible, en el que la expresividad multitudinaria está ahí para cantarle a ese genio de la pelota que en un viaje de veinte años ha alcanzado cúspides celebratorias sin parangón en la historia de naciones y pueblos, con cinco millones de personas vitoreando en las calles la obtención de una Copa del Mundo (2022).

Cada vez que se acerca el día en que Messi volverá a pisar una cancha argentina, se activa esa vocación de ritual que precede al partido próximo a jugarse. Todos los hinchas de los cientos de cuadros que actúan en las distintas categorías del fútbol rioplatense, y hasta los que habitualmente no son entusiastas seguidores del fútbol, se ponen a calentar los corazones para darle una nueva bienvenida a un señor casado, con tres hijos y una fortuna a la que por imágenes no se lo asocia debido a esa forma de ser tan común y corriente como la de cualquiera de nosotros, mortales de a pie.

Messi  pisa las canchas del Monumental, de la Bombonera o de cualquier otro de los estadios de provincia de la República, y la gente ataviada de celeste y blanco estalla de júbilo, canta y salta sin atisbos de cansancio.  Todo lo que sucede a continuación es juego y fiesta sustentados en la exhibición de ese “fútbol de autor”, así calificado por Marcelo Bielsa cuando abrazó al seleccionador Lionel Scaloni, el día en que se enfrentaron Argentina y Uruguay.

¿Cómo se hace para dilucidar la aparente contradicción entre el talento individual y la construcción colectiva? En estos veinte años, desde que debutara con la camiseta del Barcelona, Messi ha emprendido un viaje repleto de vicisitudes, desde la crisis que lo condujo a renunciar a la selección por resultados  frustrantes (2016) hasta el regreso en que desde la obtención de la Copa América (2021) en el Maracaná de Río de Janeiro ya estaba claro que comenzaba a superarse el dilema de si los compañeros de equipo jugaban para Messi, o a Messi no le alcanzaba desde su lámpara maravillosa para hacer virtuosos a los otros diez futbolistas con los que saltaba a los campos de juego.

Scaloni-Aymar-Samuel y otros componentes del cuerpo técnico de la selección argentina encontraron la fórmula: Messi, con la superlativa inteligencia que lo caracteriza para el juego, engranará en la máquina colectiva (“la máquina” le llamaban al River de los años 40), y el equipo sabrá hacer desde lo posicional y táctico, todo lo que sea necesario para que la genialidad alcance su máxima expresión. Así, Argentina se convertiría en un equipo con precisión en velocidad,  pero sobre  todo por la vistosidad con la que sus intérpretes son capaces de sacarse de encima las marcas de los adversarios, hacer de los pases -  triangulaciones, ejecuciones de geometría perfecta, y conseguir en las finalizaciones, goles de notable factura para coleccionar en el archivo audiovisual.   

Argentina no  juega para Messi, juega con Messi. Y Messi no juega para Messi, juega para Argentina. Así fue junto a Xavi e Iniesta en el Barcelona, y así es ahora con Paredes, De Paul, MacAllister, Hernández, Lautaro, Julián y Almada.  Con estas eficaces ecuaciones, Argentina ha llegado incluso a jugar en los últimos años sin Messi en la alineación, pero con su inspiración permanente. Así sucedió en ese inolvidable 25 de marzo de este año cuando la blanquiceleste le dio un baile memorable a la verde amarilla de una desangelada Brasil. No estuvo Messi en la cancha, pero si en las cabezas de todos sus compañeros que le  tienen un respeto reverencial y un cariño infinito y que esa noche fueron capaces de concretar un 4 – 1 con todo el periodismo especializado brasileño que no ahorro elogios para su clásico rival que se pasó por encima la historia del Pentacampeón mundial.   

En estos veinte años, Messi ha sabido romper todas las rutinas del aburrimiento. Ha hecho felices a millones de futboleros y no futboleros. Será por eso que Charly García, cuando se despidió la noche del jueves 4 de septiembre se limitó a expresarle un “Dios te bendiga.”



Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 06 de septiembre

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