En una
entusiasta adscripción al modelo político personalista caracterizado por el
liderazgo carismático, Alvaro García Linera ha publicado en en su muy
particular estilo envolvente (Página 12, 29 de junio de 2025), de que está
hecho en América Latina ese tipo de liderazgo. En su texto, García Linera
enfatiza las virtudes, en una suerte de romantización de esos personajes de
nuestra vida pública por los que sus seguidores-adoradores son capaces hasta de
ofrendar sus vidas. De hecho así ha sucedido en 2019, en Sacaba y Senkata,
mientras el líder carismático de Isallawi-Orinoca, volaba hacia el asilo
político que el presidente Andrés Manuel López Obrador le había ofrecido desde
el Zócalo.
Exacerbadas las
ventajas que da a una nación y a una sociedad el contar con líderes
carismáticos cuando estos son progresistas, en “momentos carismáticos” muy
precisos, en el texto no se encuentra en la misma proporción, disección alguna
acerca de los peligros y las
consecuencias devastadoras a las que se puede llegar cuando el líder circunstancial
alentado por grupos palaciegos que ensalzan y envanecen, se dispone a pretender
convertirse en líder perpetuo transgrediendo ciclos espacio temporales por
considerar que estos debieran tener carácter vitalicio, se diría en el Club de
Leones o en el Rotary, o condición eterna, se diría en las iglesias a las que
se acude al encuentro con el Señor Jesucristo o Alá.
García Linera,
textual: “La mayor complejidad surge
cuando el líder carismático busca regresar a funciones gubernamentales directas
después que el momento carismático ha concluido. Un riesgo es hacerlo
repitiendo las propuestas que años atrás fueron efectivas para afrontar la
crisis y que, ahora, resultan insuficientes para abordar los nuevos problemas
sociales. Ese resultado será una autodegradación y colapso de la influencia
política carismática por la irresolución de las demandas populares. Otro
escollo podrá venir del propio grupo de seguidores que exigen su oportunidad de
estar en el gobierno y que, desde el Estado, rompen con el líder que los
levantó y, mediante manipulaciones legales, la proscriben electoralmente, como
en Ecuador y Bolivia. Estos segundones envilecidos, finalmente se ahogarán en
desastrosas gestiones gubernamentales, pero habrán desprestigiado al bloque
nacional-popular y llevado a que se comprima alrededor del líder carismático;
intensa pero ya no mayoritaria ni hegemónica; sin iniciativa histórica y
anclada en la defensa de lo hecho anteriormente.”
Para el caso
particular boliviano, en nombre del compromiso con la historia y contra el
falseamiento de los datos, hay que subrayar, y con lápiz carbón, que para Evo
Morales Ayma (EMA), su “momento carismático” jamás concluyó y continúa
sostenido sobre una cada vez más debilitado, pero existente, culto a la
personalidad.
Examinemos a
continuación el “otro escollo del grupo de seguidores que exigen su oportunidad
de estar en el gobierno y que desde el
Estado, rompen con el líder que los levantó y, mediante manipulaciones legales,
la proscriben electoralmente/…/Estos segundones envilecidos (lease Lenín Moreno
y Luis Arce) finalmente se ahogarán en desastrosas gestiones gubernamentales.”
Sobre esta afirmación es pertinente una corrección para el caso boliviano: Luis
Arce, que sepamos, no exigió nada. Fue EMA quién con su indiscutible dedazo lo
hizo candidato, precisamente porque ejerciendo a toda máquina su liderazgo
carismático, sus entrañas le decían que ni por asomo debía admitir que otro indígena
podría reemplazarlo en la presidencia y fue por este motivo que David
Choquehuanca fue relegado a la candidatura vicepresidencial a pesar de que las
decisiones colectivas de las organizaciones sociales lo habían proclamado, y Arce fue el candidato
producto de la decisión del jefazo. Para decirlo claro y conciso: No fue Arce
el que pidió ser candidato, fue Evo el que vió en su perfil, el argumento para
evitar el riesgo que suponía que indígena ex Canciller relevara a indígena
líder carismático.
Segunda
precisión: No fue que desde el gobierno de Arce se rompió con el líder
carismático. Fue EMA que se desvinculó después que con talante invasivo, con
la autoridad que habilita su liderazgo, decidió
inmiscuirse en decisiones administrativo gubernamentales que no le competían y
a partir del momento en que Arce marcó territorio, dio inicio a una inmisericorde
arremetida que comenzó con el no cumplimiento del artículo 13 del estatuto del
MAS-IPSP (consenso entre cúpula partidaria y
Pacto de Unidad) para llevar adelante un Congreso de renovación de la
directiva, continuó con el rompimiento de la bancada parlamentaria dejando al oficialismo
en minoría para la toma de decisiones (aprobación de créditos, por ejemplo) y
remató con una marcha y un bloqueo de caminos que buscaban el derrocamiento del
presidente Arce para provocar el adelantamiento de elecciones. En síntesis: Fue
el líder carismático el que comenzó a desordenar el jardín para convertirlo en
un erial en el que por mucho tiempo se podrán observar los efectos de la
autodestrucción, producto del rompimiento de la unidad partidaria, promovida,
en primer lugar, por el mismo y en segundo por ese puñado de adulones fundamentalistas
que van tras suyo ciegamente.
EMA ha sido
víctima de su propio liderazgo carismático, sobre el que sigue montado. En mi
investigación periodística “Sabotaje al gobierno de Luis Arce/ Hasta aquí
llegamos Evo” (febrero 2025) , con solo apelar a la recopilación de información
pública, se demuestra en 24 escenarios, que EMA hace funcionar su cerebelo como
si nunca hubiera dejado de ser Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia.
Conclusión: El idolatrado y último líder carismático boliviano ha sido
victimador, no víctima, de todo cuanto su poder le ha permitido satisfacer a su
delirante voluntarismo, desde relaciones personales con menores de edad a las
que alienta a jugar al fútbol hasta hacer picadillo su propio instrumento, el
Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos (IPSP), sin advertir que esto
implicaba algo así como una autocastración política.
Debido al
ejercicio del liderazgo carismático, para el caso, basado también en el
síndrome de la eterna juventud, EMA es responsable en primera fila de la agudización de la crisis
multifactorial que vive hoy Bolivia: Crisis política, crisis institucional,
crisis de la administración de justicia y en los dos últimos años, crisis
económica. Si su tarea se hubiera concebido desde el acompañamiento, como hace
López Obrador con Claudia Sheinbaum en México, probablemente hoy, asunto de
imposible comprobación, García Linera no estaría tachando a Luis Arce de “segundón
envilecido” que por cierto, a estas alturas, a tres meses de la finalización de
su gestión, ha tenido que ejercer una presidencia desgraciada, producto de los nocivos
efectos de los que se ha llevado la peor parte, a los que conduce el liderazgo
carismático, cuando este se asienta en la obsesión personalista y contradice la
cosmovisión comunitaria sobre la circulación en el poder a partir de un sujeto
colectivo, para el caso boliviano, indígena originario campesino.
Originalmente publicado en el Animal Político de La Razón el 5 de julio
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