martes, 26 de septiembre de 2023

El peligro del desencanto

 En las últimas cuatro décadas, la vida política de Bolivia nos ha enseñado que una alianza entre

pueblos indígenas, campesinos y trabajadores de las ciudades con un sector de la clase media

comprometido en el acompañamiento a ese bloque popular desde los saberes humanísticos,

jurídicos, políticos y sociales, podía generar círculos virtuosos en espiral ascendente que

permitieran estructurar un país dialogante y eficaz en la desactivación de todas las formas de

racismo y de discriminación que han traído consigo desmembramientos territoriales, saqueo de las

riquezas naturales, masacres en defensa del orden establecido y el capital, y violencia política en

nombre de la libertad entendida e impuesta desde el conservadurismo y el liberalismo a lo largo y

ancho de nuestra historia.

Los progresistas bolivianos que pusieron todas las fichas en la ruleta del Proceso de Cambio,

desempeñaron roles de un notable activismo político y de gestión pública, para que la realidad de

la inclusión social y la ciudadanización de conglomerados marginalizados se materializara en tareas

que comenzaron con el cumplimiento de la llamada Agenda de Octubre (2003), la generación de

un proceso constituyente y el cambio de matriz de políticas económicas que mutara de

capitalizaciones y privatizaciones a nacionalizaciones, redimensionando así el tamaño del Estado y

su gravitación en la sociedad, lo que dio lugar a la puesta en vigencia de políticas públicas con

objetivos de equidad en la redistribución de los ingresos nacionales como nunca antes había

sucedido.

Para que esto fuera posible, no fue el Movimiento al Socialismo (MAS) el iniciador de esta que en

su momento se constituyó en gesta épica. La base política de sustentación en el triunfo electoral

primero y en la definitiva toma del poder a continuación, tiene su origen en el Instrumento Político

para la Soberanía de los Pueblos (IPSP) que delineó su andadura a través del pueblo organizado a

través de sindicatos que constituyen movimientos sociales respaldadados por un discurso

emancipatorio y de reivindicación de las mayorías que encontró en el Pacto de Unidad

conformado por campesinos, indígenas, interculturales (antes llamados colonizadores) y mujeres,

el aparato organizativo que relegó a la Central Obrera Boliviana (COB) a un rol de

acompañamiento ideológico y político, y que alcanzó tan grande potencia, al punto de haber

legitimado en las calles, en las carreteras y en las zonas rurales del país, todas las acciones que

luego, el engarzamiento del MAS con el IPSP, llevaría adelante Evo Morales en su periplo

gubernamental de casi tres lustros.

Para la prosecución fluída y convincente de la llamada Revolución Democrática y Cultural era

necesario que el rasgo decisionista, predominante en la acción política de Evo Morales como

Presidente, encontrara sentido estratégico con prospectiva de largo plazo en la continuidad y la

alternancia, cosa que no sucedió porque ese decisionismo eligió la ruta de la búsqueda de una

repostulación contra viento y marea que estuvo expresada en el violentamiento de la decisión de

un No a esas pretensiones en un plebiscito y en un garrafal error traducido en invento

constitucional acerca de una candidatura presidencial, entendida esta como un derecho humano,

enfoque que dio lugar al golpe de Estado de noviembre de 2019 y a una posterior decisión de la

Corte Interamericana de Derechos Humanos, rectificando la gansada del Tribunal Constitucional

de nuestro Estado Plurinacional: “La reelección presidencial indefinida no constituye un derecho


autónomo protegido por la Convención Americana sobre Derechos Humanos ni por el corpus iuris

del derecho internacional de los derechos humanos” (agosto, 2021).

A dos años de la respuesta de la Corte Interamericana a solicitud de opinión consultiva del

gobierno de Colombia, Evo Morales ha decidido que la continuidad y alternancia a la que se vió

obligado para la nominación del binomio Arce-Choquehuanca (2020) ha llegado a su fin y estamos

a las puertas de que pueda suceder lo hasta hace pocos meses inimaginable con una

confrontación entre facciones campesinas por el control de la Confederación Sindical Única de

Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB). Con semejante cuadro de situación, el peligro del

desencanto en un proceso en el que se creyó fervientemente se encuentra instalado. Evo quiere

volver a ser candidato y el presidente Arce no se pronuncia acerca del que sería su legitimo

derecho a la reelección en 2025.

El Pacto de Unidad se va desfigurando en el divisionismo capaz de aplastar ambiciosos proyectos

histórico políticos. Ante situación de tan penosa gravedad, sólo queda citar a Fidel Castro: “Frente

a un enemigo que ataca, la división no tiene ninguna razón de ser y ningún sentido. Y en cualquier

época de la historia, hasta que las revoluciones se hicieron conscientemente, como fenómeno

plenamente comprendido por los pueblos, la división frente al enemigo no fue nunca estrategia

correcta, ni revolucionaria, ni inteligente.”





Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 26 de agosto

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