domingo, 9 de abril de 2023

Operadores mediáticos ad nauseam

 

Hasta que llegó el día en que unos indios insolentes ondeando whipalas irrumpieron en el gobierno y luego en el poder, momento en el que la vajilla de porcelana de la abuela se hizo añicos y hasta ahora, con todos los pedazos esparcidos por el comedor, las delirantes bandas de opinadores, “analistas”, tiktokeros, trols y demás fauna reaccionaria, continúan tratando de reconstruir el rompecabezas como si la restauración conservadora consistiera en uno de esos puzles de cinco mil piezas que se van armando con mucha cabeza y paciencia, cosa que no está sucediendo porque lo que falta precisamente es pienso y tomarse en serio al país.

Se trataba de una antigua vajilla a la que tenían acceso unos comensales privilegiados que desde su gran mesa hicieron y deshicieron la Bolivia excluyente y racista, corrupta y clientelista, arrastrada desde la revolución de 1952, revolución que se hizo golpista y que conviritió a los “emenerristas” en socios históricos del militarismo autoritario y fascista de las dictaduras que dominaron Sudamérica entre los 60 y 80.

Todo estaba bajo control hasta que, destrozados los platos hondos, planos y platillos, los indios y los campesinos se sentaron a la mesa y sin ningún pudor comenzaron a tomar sultana con marraqueta en jarros de peltre, ese sustituto de la plata inadmisible para el abolengo y el buen apellido. A partir de ese momento (2006), los bolivianos que soportaban sobre sus hombros, todas las veces que fuera imperativo, gasolinazos, impuestazos y demás medidas ajustadas desde los organismos crediticios internacionales, decidieron que podían gobernar nuestro país al que convirtieron de República a Estado Plurinacional y al que se metieron a fuerza de victorias electorales aplastantes.

Un verdadero horror. Una desfachatez. Un sindicalista bloqueador de carreteras y productor de hoja de coca provocó la ira de blancos y blancoides, quienes lo tipificaron como la personalización demoniaca del populismo, el autoritarismo, la deformación de la democracia representativa y decente. A partir de entonces unos que eran, o por lo menos parecían periodistas, se transformaron en operadores mediáticos, esto es, activistas políticos financiados por agencias norteamericanas de penetración e injerencia, que deben su origen y existencia a las razones anticomunistas de la guerra fría de control y dominación sobre América Latina como puede comprobarse con la misma revolución del 52 en la que metieron mano y hasta el fondo, las administraciones gringas de Kennedy y Johnson.

Con la detención preventiva de Luis Fernando Camacho, gobernador de Santa Cruz de la Sierra, principal activista y materializador de la sucesión inconsitucional que llevó a la señora Jeanine Áñez a la presidencia, los operadores mediáticos, guarecidos bajo el paraguas de instituciones decadentes como la Asociación Nacional de la Prensa (ANP)  y la Asociación de Periodistas de La Paz, han salido indignados a protestar por agresiones de las que fueron víctimas “sus” periodistas en medio de los desmanes, el vandalismo, los incendios, y demás destrozos ocasionados por militantes de la Unión Juvenil Cruceñista a la que por supuesto jamás calificarán como hordas, ya que las hordas en Bolivia solo pueden estar conformadas por masistas –militantes, afines o simpatizantes del Movimiento al Socialismo (MAS)-- según su obsesivo y enfermiza mirada.

Busco y no encuentro. La ANP y la asociación paceña de esos periodistas, tan gremiales como mediocres tantos de ellos, ¿dijeron algo cuando se desataron los atropellos del gobierno de facto de Áñez, como por ejemplo la persecución sistemática desatada contra este diario, La Razón, gracias a iniciativas claramente represivas y atentatorias contra la libertad de expresión, pero fundamentalemente contra la verdad, inventando versiones de negocios “raros” y conexiones con otros medios que nunca existiteron? No podían hacerlo porque precisamente los persecutores mediáticos eran ellos mismos, con capacidad incluso, de acceder a información confidencial de la Unidad de Investigaciones Financieras (UIF), en clara conducta violatoria de la ley.

Estos dizque periodistas han sustituido la palabra esclarecedora y transparente por la mentira y la manipulación informativa sistemática, pero a diferencia de 2019, el masismo ha vuelto a las calles para demostrar otra vez que es mayoría y es con mayorías y minorías que se hace democracia en la cotidianidad, con la aceptación de que esas mayorías son las legitimadoras indiscutibles de la democracia, y las que fueron víctimas de la sañuda persecución, encarcelamiento y tortura sobre la que estos operadores mediáticos miraron para otro lado durante la gestión de Arturo Murillo, ministro cazador, ahora sentenciado y cumpliendo condena en Miami, el paraíso vacacional de muchísimos que hasta hace tres lustros se sentaban a comer en la reluciente, y ahora hecha añicos,  vajilla de la abuela.




Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 14 de enero

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