viernes, 23 de diciembre de 2022

Cómo pasar a la historia

Muchos años antes de su muerte, Fidel Castro, el comandante eterno de nuestra Cuba revolucionaria instruyó con claridad y determinación que no quería su nombre y su efigie en ninguna obra material. En otras palabras, decidió que su nombre quedara tatuado en corazones y entrañas por decisiones estrictamente personales, así como tuvo que sorprenderse cuando su legendario rostro barbado fue dibujado para siempre en la pierna izquierda de Diego Armando Maradona.

Fidel ha pasado a la historia como el líder de una obra humana heroica y conmovedora para los progresistas del mundo y como el autócrata demonizado por los conservadores y los creyentes defensores de la tramposa democracia plural del mundo capitalista.  Esa obra se llama Revolución y todavía sigue siendo bloqueada por los sucesivos e imperiales gobiernos de los Estados Unidos que no pudieron, ni con 638 intentos de asesinato, eliminar la consigna histórica ¡Patria o muerte! que ya ha trascendido la misma existencia de ese abogado graduado en la Universidad de La Habana y que ha gobernado un país –transformándolo-- de manera contínua durante más de medio siglo, y que en el ranking de permanencia en el poder, sólo queda detrás de Lilibeth, la Reina Isabel Segunda del Reino Unido, que ha fallecido luego de siete décadas ostentando la corona en forma de sombreros de colores desde el palo de rosa más delicado hasta el amarillo más chillón.

Guardando las distancias, en nuestros pagos, el presidente Luis Arce acaba de entregarle el Cóndor de los Andes a la inmensa y entrañable Matilde Casazola, poeta y cantautora que ha consagrado su vida a escribir y a cantar, y que es parte del  patrimonio histórico cultural de Bolivia. A sus once años ganó un premio de Juegos Florales, lo que significa que viene dedicada a la música y a la poesía, siete décadas. ¿Cómo pasará a la historia nuestra Matilde? Simple y llanamente con sus canciones que se podrán seguir escuchando con emoción ahora y después.

 

Leo la biografía de Fidel escrita por Katiuska Blanco y compruebo que la desinformación sobre la revolución cubana, la invisibilización de las grandes transformaciones producidas en la Isla se debe a una estrategia perfectamente articulada por los grandes aparatos mediático ideológicos de Occidente, que han pretendido estereotipar y frivolizar la figura del líder, de la manera en que se van edificando los legendarios personajes del comic, a los que siempre considero agentes de la CIA, provistos de magia y espectáculo cinematográfico de alto vuelo en materia de efectos especiales.  Veo la serie televisiva “The crown” en sus cuatro temporadas, y compruebo la importancia identitaria, cultural y geopolítica de Lilibeth, mandamás de una casa real donde se imponen costumbres enraizadas por varios siglos y que por supuesto provocan gestos de admiración y respeto, así como de rechazo e indignación de quienes consideran a las monarquías , artefactos estatales vetustos, anacrónicos y que deberían ser definitivamente abolidos. Y escucho a Matilde Casazola, a través de su propia voz, y de muchas otras “Desde lejos yo regreso/ Ya te tengo en mi mirada/ Ya contemplo en tu infinito mis montañas recordadas/ Desde lejos, desde aquellos horizontes que se escapan/ Hoy regreso a tu infinito Pachamama Pachamama”. Y así, uno va construyendo su propia memoria histórica, archivo de la vida para compender y sentir los entrecruzamientos de pasado-presente-futuro.

Recodaré siempre a Fidel como al líder más importante de la historia de América Latina. Al líder de los pobres, los obreros y los campesinos triunfantes desde 1959.  A Lilibeth como la jefa de Estado en que los contenidos y formas fueron importantes en las mismas proporciones. Y a Matilde la leeré, la escucharé, a través de su propia voz y y de otras tantas que han multiplicado su talento para la palabra y la música.

Uno recuerda a los personajes de su propia vida, como ellos mismos van construyendo, tantas veces de manera subconciente, cómo quieren ser recordados.  Y ahora que está metido en una “champa” guerra, de esas que la mayor parte de las veces terminan en anécdota, no recordaré a Evo Morales por estas nimiedades, y como no parece empeñado en proyectar su imagen en plan trascendental, será mejor que cada uno decida con que pedazo de Evo se queda. Yo me quedó con el marchista de las carreteras, el propiciador de la inclusión social definitiva y revolucionaria de la Asamblea Constituyente, y el nacionalizador de nuestros recursos naturales, con los que Bolivia comenzó a caminar por los senderos trazados por indígenas, campesinos, y trabajadores de las ciudades. En otras palabras, con el mejor Evo, con el que supo hacer de su presidencia, el escenario para la emergencia única e irrepetible de los de abajo, como nunca antes se pudo en nuestra historia colonial y republicana.



Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 10 de septiembre

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