En base a una
ponencia de Gabriel García Márquez (La
procuración de justicia: problemas, retos y perspectivas presentada en
México), la revista española Cambio 16 (diciembre de 1993) tuvo la iniciativa
de recoger firmas en apoyo a la legalización de las drogas. Algunos de los
nombres de quienes se adscribieron a semejante movida hablan por sí sólos:
Fernando Savater, Milton Friedman, Carlos Fuentes, Joan Manuel Serrat, Manuel
Vásquez Montalban, Antonio Escohotado, Daniel Samper, Carmen Rico-Godoy, Carlos
Monsivais, Mario Vargas Llosa. En la misma edición (Nº1150) de la revista para
América figura una entrevista de alguien que se oponía a tan ambiciosa idea. Se
trata de quién fuera Subsecretario de Defensa Social del Ministerio del
Interior, Gonzalo Torrico, que ejercía como funcionario del gobierno de Jaime
Paz Zamora, en representación del partido del Gral. Banzer, Acción Democrática
Nacionalista (ADN). Dice Torrico, entre otras cosas “legalizar crearía gran
adicción”.
La revista
Cambio 16 asumió el texto de García Márquez que ya era Premio Nobel de
Literatura como un “Manifiesto a favor de la Legalización de las Drogas” que en
sus partes salientes dice: “La
prohibición ha hecho más atractivo y fructífero el negocio de la droga y
fomenta la criminalidad y la corrupción a todos los niveles. Sin embargo los Estados Unidos se comportan como si no lo
supieran. Colombia con sus escasos recursos y sus millares de muertos, ha
exterminado numerosas bandas y sus cárceles están repletas de delincuentes de
la droga. Por lo menos cuatro capos de los más grandes, están presos y el más
grande de todos se encuentra acorralado.(Para cuando se publicó este material,
Pablo Escóbar ya había muerto)/ En Estados Unidos, en cambio, se abastecen a
diario y sin problemas 20 millones de adictos (en la actualidad la cifra bordea
los 30 millones) lo cual sólo es posible con redes de comercialización y
distribución internas muchísimo más grandes y eficientes./ Puestas así las
cosas, la polémica sobre la droga no debería seguir atascada entre la guerra y
la libertad, sino agarrar de una vez al toro por los cuernos y centrarse en los
diversos modos posibles de administrar la legalización. Es decir, poner término
a la guerra interesada, perniciosa e inútil que nos han impuesto los países
consumidores y afrontar el problema de la droga en el mundo como un asunto
primordial, de naturaleza ética y de carácter político que sólo puede definirse
por un acuerdo universal con los Estados Unidos en primera línea./ Y por
supuesto con compromisos serios de los países consumidores para con los países
productores. Pues no sería justo , aunque si muy probable, que quienes sufrimos
las consecuencias terribles de la guerra nos quedemos después sin los
beneficios de la paz. Es decir que nos suceda lo que a Nicaragua, que en la
guerra era la primera prioridad mundial y en la paz ha pasado a ser la última.”
A 29 años de tan
grande iniciativa que por supuesto no prosperó en ningún sentido, las cosas siguen exactamente igual. O peor.
Las ficciones televisivas seriales han convertido a los narcotraficantes en los
portaestandartes de la épica de moda. Trabajar en el narco significa el sueño
de alcanzar poder y dinero transitando por la avenida más corta, cuando en
términos generales significa autocondenarse a una vida de clandestinidad y
sobresaltos, con la muerte acechando a toda hora. Está claro: Las políticas de
lucha contra el narcotráfico sirven para tapar dos agujeros cuando en ese mismo
instante se están abriendo seis en lugares próximos en los que se capturan
narcotraficantes. Se trata de una guerra inútil, sin fin y que a estas alturas
sirve para que algunos liberales contradictorios desde sus espacios
periodísticos usen el tema para autocalificar a nuestro país en su calidad de
productor de hoja de coca como un narcoestado y para estigmatizar al principal
dirigente campesino que representa a las organizaciones de productores en la
zona del Chapare como al “cocalero Morales.”
La lucha contra
la producción y comercialización de las llamadas sustancias controladas
continúa siendo en un entramado dispositivo de control político a cargo de los
gobiernos estadounidenses, en el que además, sus propios combatientes suelen
transgredir la delgada línea que los lleva a usufructuar de conexiones con los
capos de la droga y de generar sistemas informativos dentro las fuerzas
regulares represivas para ayudar a estos empresarios ilegales a tomar recaudos
cada vez que un operativo es inminente.
Quienes siguen
desgañitándose acerca de los países a los que periódicamente se pretende
arrinconar por su calidad narco, no comprenden que este es un asunto que no
pasa por la moral, sino por la compleja condición humana. Si algún día
llegaramos a aceptar la iniciativa de García Márquez y los intelectuales que lo
respaldaron en 1993, seguro que se trataría de una contribución para hacer de
este planeta un lugar más habitable y menos absurdo.
Originalmente publicado el 09 de abril en la columna Contragolpe de La Razón
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