miércoles, 4 de agosto de 2021

El tiempo en Bolivia gira ahora a la izquierda

 

Dicen los militantes del orden establecido que ahora el reloj del edificio histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional gira al revés. ¿Por qué deberíamos aceptar que las manecillas de la hora y los minutos deben siempre girar a la derecha, como si se tratara de una verdad única? ¿Por qué, si ahora giran a la izquierda desde junio de 2014, estarían dando vuelta de manera incorrecta, contraviniendo convenciones universales? Este asunto comenzó a relativizarse cuando aparecieron los relojes digitales con los cuáles aprender la hora en el primero de primaria dejó de ser una necesidad ineludible, en tanto las manecillas fueron sustituídas por los números concretos de horas, minutos y hasta segundos. A partir de entonces, los relojes clásicos con horero y minutero se convirtieron en exquisiteces preferidas por espíritus clásicos en los que predomina el respeto por el pasado occidental y eurocéntrico y por las tradiciones mundanas de las grandes urbes.

Fue el ahora Vicepresidente David Choquehuanca el que expuso las razones por las que tenemos el reloj de la plaza Murillo de La Paz, girando por siniestra, considerando que siniestra significa mano izquierda y no otra cosa, como los fanáticos de las películas de terror creen. En aquél tiempo, Choquehuanca era el Canciller del Estado Plurinacional de Bolivia y argumentó decisión tan fundamental afirmando que había que ser desobedientes y creativos para tener éste que se llama Reloj del Sur, considerando que en nuestro hemisferio la sombra se mueve hacia el otro lado –no al revés como dicen los que creen que toda la vida en tiempo y espacio deber ir por derecha—tal como lo hace la sombra de los relojes solares como bien apunta Marc Redondo en Meteored (Tiempo.com).

Han transcurrido siete años de la instalación de este reloj, que dicho sea de paso, implica la visibilización de una mirada ideológica distinta, la de los pueblos del llamado Abya Yala, nombre de nuestro continente según los indígenas gunas de Panamá y Colombia que significa “tierra en plena madurez” o “tierra de sangre vital” y que se opone al nombre de América debido a que el navegante Américo Vespusio, tripulante de la travesía de Colón, fue el primero en avistar esta parte del mundo en 1492, arribando del otro lado del charco.

Cuando nuestro tiempo empezó a girar hacia la izquierda según el reloj del primer órgano institucional de la democracia que dejó de llamarse Parlamento o Congreso, para convertirse en Asamblea Legislativa Plurinacional, empezaban a germinar ideas con respecto de la sustitución de los palacios y las casonas de instituciones públicas que caracterizaron al Estado colonial republicano y eso se puede comprobar ahora, cuando observamos desde distintas zonas de La Paz, dos edificios de 22 y 29 pisos construidos en lo que fueron los garajes del Palacio de Gobierno con salida por la calle Ayacucho y del antiguo Parlamento, con puerta hacia la calle Colón, cuadra entre las calles Ballivián y Comercio.

En 2018 se produjo  la inauguración de una nueva estructura para el funcionamiento de las oficinas de la Presidencia del Estado Plurinacional. Se trata de un edificio que a distancia se percibe como un gigantesco monolito de concreto, acero y ventanas polarizadas, con incrustaciones de la iconografía de los pueblos indígenas de tierras altas y bajas. El concepto de Palacio, habitado desde tiempos remotos por gobernantes provenientes de familias reales –reyes, príncipes, etc.—y que mantuvo su nombre en las repúblicas modernas fue sustituído en Bolivia por el de Casa Grande, una torre como le llamarían los arquitectos, que no es más ni menos que una caja rectangular que cobija al personal burocrático de la presidencia del Estado y de cinco ministerios que dejaron de pagar alquileres a privados para convertirse en propietarios de sus espacios horizontales de trabajo.

La Casa Grande del Pueblo no es otra cosa que un convencional edificio de oficinas, aunque en su momento la primera ministra de Comunicación del gobierno de Jeanine Áñez, Roxana Lizárraga, hubiera intentado montar la idea de que se trataba de un lugar repleto de lujos innecesarios, exponiendo mediaticamente con ánimo morboso, las sabanas del apartamento asignado al Presidente del Estado. Quienes en su momento calificaron la obra como un despilfarro y hasta se atrevieron a proponer que se convirtiera en un hospital público, todavía no comprenden que en un casco urbano histórico hace varias décadas destrozado por la construcción de edificios colindantes con las antiguas edificaciones –el edificio Arco Iris enfrente de la Villa de París, calles Comercio esquina Socabaya, por ejemplo—el gobierno decidió resignificar a una pieza de antigüedad el neoclásico Palacio Quemado con escalinata de marmól imperial y pilastras dóricas, jónicas y corintias, espejos biselados, moblaje Luis XVI bañado con pan de oro,  sillones rococó, tapices de Beauvais,  tapices bermellón crema y rosa, y cortinaje verde esmeralda en el Salón de los Espejos.

El Palacio de Gobierno inaugurado en 1853 por Manuel Isidoro Belzu y en el que fue muerto por un riflero y se vivara a continuación a Mariano Melgarejo, fue diseñado por José Nuñez del Prado  y remodelado en los gobiernos de Ismael Montes (1913) y en el de Bautista Saavedra (1923) para celebrar el centenario de la fundación de la República. En él también fueron asesinados los presidentes Agustín Morales (1872) a manos de un sobrino suyo y Gualberto Villarroel (1946), al que se arrojó del balcón principal hacia la calle, para luego colgarlo en la farola de enfrente, situada a pocos metros del llamado Kilómetro Cero de la Plaza Murillo.

Tiene mucha historia el Palacio y entre los datos que casi nadie conoce, figura la eliminación de un mural de Miguel Alandia Pantoja que el dictador René Barrientos, mandó a retirar por contener alusiones explícitas y contrarias a las actuaciones de las Fuerzas Armadas en tiempos posteriores a la Revolución de 1952. Algunos años más tarde, en el gobierno de Jaime Paz Zamora se recuperaron sus colores interiores originales crema y pardo, en el de Jorge Tuto Quiroga se blindaron las ventanas del despacho presidencial  y en el de Carlos Mesa se recuperó parte de la decoración de 1923. El año 2019, cuando en un arrebato de nostalgia y retorno simbólico a la vieja República, Jeanine Áñez decidió no utilizar el despacho de la novísima Casa Grande, la Unesco ya le había otorgado  el Escudo Azul, creado en 1954, distinción orientada a proteger bienes culturales.  El episodio más legendario, nunca plenamente confirmado, se habría producido el 2 de agosto de 1938, en este que ahora exhibe la calidad de museo y alberga a algún ente estatal cuando el presidente Germán Busch le habría propinado al escritor Alcides Arguedas unas cuantas bofetadas, hasta hacerle sangrar los pómulos, reprochándole su “Pueblo enfermo”. Dice también la leyenda que en el Palacio se pueden escuchar llantos nocturnos y de madrugada de espíritu que datan del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX.

Horrible. Un adefesio. Un despilfarro. Rompe con la armonía arquitectónica de lugar tan histórico y fundacional de Bolivia. Esas y otras críticas le han llovido a la Casa Grande que tiene ahora debajo al Palacio que cobijó un último acto antidemocrático en su salón de los Espejos: La irregular posesión e investidura de Jeanine Áñez que recibió la banda presidencial de parte de oficiales militares. Lo cierto es que el Palacio de tantos episodios, desde su primera versión construida por manos indígenas y que comenzara a ser edificado en 1559 ha cedido paso a una Casa Grande que mirada interiormente tiene formas arquitectónicas inspiradas en Tiahuanacu en concordancia con su fachada y características exteriores.

La  que fuera propiedad original de la Compañía de Jesús (sacerdotes jesuitas) construida en honor de la Vírgen de Loreto en 1852, y en 1830 se convirtió en un salón de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), y que finalmente diera lugar a la construcción del Palacio Legislativo durante la presidencia de José Manuel Pando, luego de la guerra federal  inaugurada en 1905, dejará de ser el recinto de senadores y diputados que conforman la Asamblea Legislativa Plurinacional que funcionará en el nuevo edificio con estructura antisísmica con salas de sesiones para las dos cámaras, así como con un hemiciclo específico para interpelaciones a autoridades provenientes de otros órganos del Estado.

El también neoclásico edificio histórico del parlamento boliviano diseñado por el arquitecto
Antonio Camponovo, que fuera cerrado durante las dictaduras militares y reabierto para la puesta en funcionamiento de la Asamblea Popular convocada por la Central Obrera Boliviana (COB) en1971, durante la presidencia del Gral. Juan José Tórres Gonzáles, con el liderazgo de Juan Lechín Oquendo y el Partido Comunista de Bolivia (PCB), se convertirá en la vieja expresión simbólica de una vida institucional democrática atiborrada de altibajos y que con la recuperación del Estado de Derecho en 1982, nos permitió escuchar a memorables oradores como Marcelo Quiroga Santa Cruz por el Partido Socialista -1 y a astutos moderadores como Wálter Guevara Arce, presidiendo el Senado.

Con el tiempo girando hacia la izquierda, la Casa Grande sustituyendo al Palacio Quemado, y el nuevo edificio remplazando al viejo Palacio Legislativo, el Movimiento al Socialismo (MAS) ha cambiado la Plaza Murillo y sus inmediaciones en quince años. Evo Morales y Alvaro García Linera inauguraron la Casa Grande del Pueblo en 2018. Luis Arce y David Choquehuanca harán lo mismo con la flamante Asamblea Legislativa Plurinacional este 2021, mientras todos quienes ejercieron y todavía mantienen roles desde las oposiciones partidarias deben resignarse a que estas transformaciones de fuerte simbolismo, expresan un nuevo tiempo y un nuevo espacio en una Bolivia que ya sólo podrá recordar como parte de un pasado superado, por ejemplo la gran casona donde se encuentra el colegio San Calixto, en la manzana conformada por las calles, Genaro Sanjinés, Indaburo Pichincha y avenida Armentia, y fuera propiedad del Mariscal Andrés de Santa Cruz, o el Museo Nacional de Arte y la Villa de Paris, propiedad del descuartizador de Tupac Katari, Francisco Tadeo Diez de Medina, Alcalde Ordinario de la ciudad de La Paz.

A la Casa Grande del Pueblo, la nueva edificación de la Asamblea Legislativa Plurinacional que le han significado al Estado una erogación de aproximadamente 100 millones de dólares, hay que sumar el nuevo edificio del Ministerio de Economía y Finanzas Públicas, situado en la esquina de la avenida Mariscal Santa Cruz y calle Loayza, el segundo edificio de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) que se encuentra al lado del Ministerio de Justicia en la avenida 16 de Julio (El Prado) y la nueva sede de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) entregada en mayo pasado con el nombre de su recientemente desaparecido Secretario Ejecutivo, Orlando Gutiérrez, y que se encuentra situada exactamente en la que funcionara la Central Obrera Boliviana (COB) donde paramilitares asesinaron a Marcelo Quiroga Santa Cruz el 17 de julio de 1980 (golpe de García Meza) y allá donde se encuentra un histórico árbol, plaza Venezuela, en el que tantas veces se podía ver siempre erguido, durante las mañanas, a su mítico Secretario Ejecutivo, Juan Lechín Oquendo,  con un cigarrillo apagado entre los labios en esa batalla que sostenía diariamente para dejar de fumar tabaco. Otro tiempo, el del reloj que gira a la izquierda, y otros espacios son los que caracterizan a la Sede de Gobierno, en estos inicios de la tercera década del Siglo XXI.




Publicado en La Razón el 01 de agosto como parte de la serie Memoria y Archivo.

No hay comentarios:

El anverso del horror

  Ha sucedido en distintas latitudes que varios creadores audiovisuales fueron advertidos a través de preguntas formuladas por la crítica es...