La
Vicepresidenta de la Cámara de Diputados, Susana Rivero, tuvo la insolencia de
no contestar a una pregunta del operador mediático de CNN en español, Fernando
del Rincón, entrevistador más cercano a la disciplina de cuadrilátero de boxeo
que a la del buen hacer periodístico. “¡Conteste a la pregunta!” insistía una y
otra vez, mientras Rivero le mostraba un mapa boliviano pintado de azul para
exhibir cómo había ganado el Movimiento al Socialismo (MAS), la elección
presidencial del 20 de octubre de 2019.
Tamaña
irreverencia le costó a Rivero que aproximadamente cincuenta personas que se
autonombraban militantes de Comunidad Ciudadana de Carlos Mesa, se dirigieran
hacia la puerta de su casa para averiarle la barda, la acera, lanzar pintura a
las paredes y repetir como robótica consigna “¡Conteste a la pregunta!”,
sumadas a ello temerarias calumnias y frases discriminatorias. Aquél, día, en
su casa se encontraban solamente Susana y nuestros hijos, mientras a la misma
hora y el mismo 30 de octubre, le sucedía prácticamente lo mismo a la ministra
de Salud, Gabriela Montaño, que tuvo que soportar idéntico amedrentamiento en
las puertas de su casa, a la cabeza de un ex funcionario de la embajada de
Estados Unidos, de apellido materno Sánchez Bustamente, sobrino de Gonzalo
Sanchez de Lozada.
Rivero y Montaño
daban la cara en defensa de la victoria de Evo Morales en las urnas, como no lo
hacían otros masistas como por ejemplo, el ministro de Comunicación, Manuel
Canelas, quién en alguna oportunidad afirmara que “Carlos Mesa era como su
segundo padre”. Confusos y atemorizantes fueron esos días, en los que, sobre
todo las representantes masistas de clase media, defendieran con todas sus
fuerzas algo que ellas consideraban legal y legítimo: la obtención de un
triunfo indiscutible, eso sí, absolutamente convencidas a esas alturas que esa
victoria había sido perfectamente perforada por la narrativa del “fraude
monumental” y que de ahí en más, la crisis de los veintiún días terminaría con
el gobierno al que apenas le faltaban sesenta días para fenecer constitucionalmente.
Razones de
seguridad obligaron a Rivero y a sus hijos a refugiarse en casa de una
compañera y amiga por temor a que las amenazas pudieran traducirse en acciones
de hecho emparentadas con el linchamiento. Llegó el 10 de noviembre, y mientras
policías y militares ya habían consumado el festejo de quienes querían a Evo
renunciado, desembarcamos en la residencia de la embajada de México cuando ya
se sabía que Adriana Salvatierra y Victor Borda, presidentes del Senado y
Diputados habían renunciado, y la instrucción cupular decía que la decisión
pasaba por dejar sin posibilidades de sucesión constitucional a los golpistas.
Ese mal cálculo del retorno de Evo a la silla presidencial más pronto que
tarde, dejó a miles de masistas, hombres y mujeres de las ciudades y las zonas
rurales en estado de indefensión, lo que dió lugar a las muertes producidas en
Sacaba, Senkata y El Pedregal con el Decreto Supremo 4078 que otorgaba licencia
para matar a las Fuerzas Armadas: Que el juicio de Responsabilidades a Jeanine
Añez se sujete con rigor a un Debido Proceso.
Quedarse en la
embajada mexicana hubiera sido autocondenarse a permanecer atrapada durante
casi un año, por lo que decidimos trasladarnos a casa de una amiga, luego retornar
a la casa propia para emprender viaje fuera del país la madrugada del 19 de
noviembre, evitando en lo posible las miradas asesinas y las agresiones de
quienes disfrutaban con morbo de la caída de Evo y la llegada al poder de una
senadora gracias a la derecha civil-policial-militar que ya nombramos en
distintos artículos y que se irán de este mundo con el estigma que la historia
ya les ha reservado hacia la eternidad: Golpistas. Y para siempre.
Indefenso e
indignado, subrayando que en lo personal, a este periodista el gobierno
autoritario de Jeanine Añez no le dijo ni hizo nada, con Susana e hijos tuvimos que abandonar
Bolivia, asediada por militantes del acoso y la agresión callejera, con
fotografías en el aeropuerto de El Alto, el de Bogotá y hasta en calles de
Buenos Aires que se encargó de publicar gentilmente Raúl Peñaranda en Brújula
Digital con rebote en Página Siete, medios de los que dispuso, durante este
último año para ejercitar persecución mediática en sintonía con las emprendidas
a nivel político por el ministro de gobierno, Arturo Murillo.
Amenazas de
muerte, y hasta un espía que se instaló en una casa de a lado para instar al
vecindario a “impedir que Rivero vuelva a habitar su casa” (¿?), mas la
aparición de un grupo llamado “Tigres fuertes” conformado por jailones de la
zona Sur de La Paz que me fotografiaba donde podía para luego generar debate
sobre cuál sería la forma de “sentarme la mano”, son el tipo de acciones que
llevaron adelante estos que fueron configurandosé en algo así como grupos
irregulares sin el grado de organización de la Resistencia Juvenil Cochala y la
Unión Juvenil Cruceñista. Supongo que el pitita Brockman no se refiere a todos
estos en su fallido proyecto editorial desmentido por el triunfo, otra vez del
MAS, sin Evo en la papeleta.
Entre noviembre
de 2019 y marzo de 2020 salí e ingresé a Bolivia en tres oportunidades para
compartir con mi familia en el autoexilio al que nos obligó la furia
revanchista y bestial del murillismo. Rivero no volvió a contactar durante su
permanencia fuera del país a sus compañeros de partido. Sí estuvo en
comunicación con dos ex parlamentarias y una ex ministra a título
exclusivamente personal, y luego de este año azotado por el golpe, el
autoritarismo persecutorio del gobierno transitorio, la corrupción
desvergonzada, desde el robo de gallinas hasta un sobreprecio de respiradores
que nunca llegaron a funcionar, todavía no cesan los insultos, las calumnias y
las amenazas callejeras: Una “pedagoga” que dirige una “Casa del adolescente”
financiada por Samuel Doria Medina me encaró en la puerta de una sucursal
bancaria gritandomé “¡masista delincuente!” en el mismo tono en el que Del
Rincón le profería a Rivero el ¡conteste la pregunta!”. Es obvio que no voy a
pasarme los días contestando que no soy ninguna de las dos cosas, que mi
militancia política tiene exclusiva relación con el Partido Socialista 1 de
otro asesinado por la derecha civil- militar (1980), el extraordinario Marcelo
Quiroga Santa Cruz.
No eran
milicianos revolucionarios. Se trataba de pititas conservadores que en su
legítimo derecho de reclamar por el no respeto al resultado del referéndum del
21 de febrero de 2016, ejercen persecución política desde las redes sociales,
en lugares públicos de manera insistente y cotidiana hasta la llegada del
Corona Virus, y que ahora, shockeados por el enmudecedor triunfo del MAS del 18
de octubre, persisten en su idea de querer imponer una Bolivia que ya no existe
más, la de los privilegios excluyentes de una decadente e insensible mirada sobre
este territorio de diversos nacido antes de 1492.
Originalmente publicado en el suplemento Animal Político del diario La Razón el domingo 29 de noviembre de 2020.
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