Un relator de Fox Sports subrayó
el homónimo: Pablo Escóbar Gaviria fue el Patrón del Mal, el jerarca del
narcotráfico colombiano que tanta muerte y tragedia sembró en su país, pero
como estaba jugando el partido que narraba por Copa Libertadores, este otro
Pablo Escóbar (Olivetti) se convertía, a partir de ese momento, en el Patrón
del Bien. Desde entonces, el gran capitán atigrado, de estirpe futbolera
paraguaya por temperamento, valentía y compromiso ha hecho honor al sobrenombre
que le quedará para siempre, pues no sólo fue Patrón en el sentido hacendal de
la palabra, como propietario territorial del campo de juego, sino también en
las connotaciones del patrón de comportamiento que supo imponer constituyéndose
siempre en una misma persona, en la cancha, en el vestuario o en el comedor de
diario de su casa en el que comparte con disciplina cotidiana con su familia de
compañera e hija argentinas, y de pequeños hijos bolivianos.
El 18 de diciembre de 2018, tal
como lo había anunciado un mes antes, se retiro de la práctica del fútbol, fiel
a la seriedad con la que se toma a si mismo. Dijo que colgaría los botines y
con todo el dolor de sus entrañas en un partido en que The Strongest goleó a
Blooming de Santa Cruz por el torneo de la división profesional, anotó cuatro
despidiéndose del verde césped honrando su palabra porque a sus cuarenta años
resultaba sensato determinar la hora de la partida.
Si existe una idea-fuerza que
todavía me liga al fútbol boliviano, como fiel hincha atigrado marcado por el
destino antes de nacer, esa se llama Pablo Daniel Escóbar Olivetti, con quien
tengo grabadas, transcritas y editadas diez horas de conversación que
convertiremos en libro durante este año a pesar de los vientos y mareas que nos
lo han impedido hasta ahora. Grabamos en la soledad y en el silencio de los
recintos soleados y deshabitados del estadio Rafael Mendoza Castellón de
Achumani a fines de 2017 y en esos diálogos queda evidenciado cuan importante
es, por lo menos para mí, como persona y periodista, que un referente de
multitudes tenga la entereza cotidiana para hacer coincidir el Ser y el
Parecer.
Muy rápido, muy de buenas a
primeras, Pablo se convirtió veinte días después en el entrenador del equipo al
que le entregó lo fundamental de su vida deportiva y en el que supo cultivar
sus valores personales. Formado en una escuela nacional y a través de un
programa virtual de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA), se hizo
profesional en la materia y comenzó a dirigir a los compañeros con los que
había compartido el tricampeonato y esa brillante Copa Libertadores de 2017 en
la que Alejandro Chumacero fue uno de los goleadores con ocho anotaciones.
The Strongest está hoy en el
podio de la tabla de posiciones del fútbol profesional, pero un traspié sufrido
en condición de local, saliendo derrotado por Nacional Potosí, luego de ir
ganando 2-0, el último jueves de febrero en el Hernando Siles, ha situado a Pablo en zona de inestabilidad,
de esas que suele fabricar cualquier hinchada a la que caracteriza el exitismo
y la urgencia por resultados al día, asunto que exhibe el costado más
desagradecido de este hecho socio cultural
llamado fútbol definido por el entrenador italiano Arrigo Sacchi como lo
“más importante de lo menos importante”, considerando los millones de
seguidores que en distintas intensidades consagran su tiempo libre animando a
los equipos de los amores de cada quien.
La práctica dirigencial de los
clubes bolivianos informa que ante las primeras señales de inestabilidad en
materia de resultados, la propensión pasa por cambiar precipitadamente al
técnico, y así tenemos varios que han girado una y otra vez por los mismos
equipos, práctica que es una evidencia más de que en nuestro país el fútbol es
frágil y poco competitivo internacionalmente, debido al cortoplacismo de miras.
Mientras en el vecindario sudamericano se continúa trabajando en el mediano y
largo plazo para generar nuevos valores de manera contínua, aquí se trata de de
poner y sacar técnicos como si se tratara de pañuelos desechables: Se extraen
de cajas que inicialmente tienen la apariencia de mágicas, se usan y se botan.
Los símbolos de las
instituciones, aquellas figuras que han hecho historia por calidad, rendimiento
y regularidad en cada una de sus actuaciones se merecen el respeto agradecido
de sus seguidores. Ese es el trato que corresponde darle a este Patrón del
Bien, un futbolista que ha vestido las camisetas atigrada y de la selección
nacional con oficio, talento, pero sobre todo con una convicción propia de los
líderes naturales, esos que deberán ser recordados por siempre, en este caso en
las gradas de la Curva Sur del estadio de Miraflores, allí desde la cual, un
puñado de delirantes y exitistas, confunde un mal resultado con una carrera
impecable que se merece el bronce reservado para los héroes inmortales.
Nuestro Pablo Escóbar es el
Patrón del Bien, y así lo tendremos
presente por siempre aquellos que sentimos el “The Strongest levanta tu
corazón” como una forma de ser, como una manera de vivir.
Originalmente publicado el 04 de marzo en la sección Opinión de la Agencia de Noticias Fides (ANF)
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