sábado, 3 de febrero de 2018

Evo más allá de la presidencia

En la estrategia de manejar los hechos a partir de fragmentos útiles a cualquier bando, figura esa que ya es consigna proclamada por comparsas carnavaleras, promociones colegiales y operadores político-mediáticos: “Bolivia dijo no” el 21 de febrero de 2016. Falso, porque fue la mitad más uno de Bolivia la que emitió su voto expresando  la negativa a una nueva repostulación de Evo Morales a la presidencia, y la mitad menos uno dijo sí en el convencimiento de que el año 2025 se completaría un ciclo estatal con transformaciones significativas que redundan en cambios trascendentales para la sociedad boliviana con Evo reelegido en 2020.
El periodismo reducido a titulares y la acción de formaciones políticas inorgánicas circunscrita a eslogans-muletillas que responden a intereses concretos que Montenegro consideraría pertenecientes a la antinación,  pierden intencionalmente de vista datos como el del departamento de La Paz donde el sí se impuso con un 55 por ciento de los votos, asunto que a la hora del resultado final, frío y seco, deja de ser significativo, aunque ciertos espasmos oficialistas pasen por impugnar el contenido ético de esa derrota sufrida por el MAS y su líder, relacionada con la incidencia del llamado Caso Zapata basado en un interminable juego de impresiones sin jamás demostrar su hipótesis de base, pues nunca se llegó a establecer que gracias a un supuesto hijo –que nunca nació--, Gabriela y Evo tejieran una red para traficar influencias y amasar fortuna. Fue la primera vez que la mentira acerca de relaciones personales era empleada como arma político electoral, a estas alturas, de comprobada utilidad y éxito.
Pero la realidad de los números, cuando estos forman parte de una lógica con reglas de juego previamente establecidas y aceptadas por todos los jugadores, dice con lógica futbolística que ganando 1 – 0 o por goleada, el triunfador se lleva invariablemente tres puntos y quien no lo asuma en estos términos, debe ir  a llorar al río, independientemente de que la guerra para conseguir tal objetivo electoral haya pasado de sucia a mugrienta. Esto es lo que ha sucedido y lo que conduce a manifestar indignación a quienes ven su voto escamoteado por una decisión del tribunal constitucional que habilita a Evo Morales, fundamentado en el derecho humano a ser candidato según lo estatuye el Pacto de San José, así que el presidente como otras autoridades tienen vía libre según esa decisión para terciar en elecciones programadas para fines de 2019 y se instala en el debate la diferencia cualitativa y medular de legalidad versus legitimidad.
Los preceptos de la alternancia en democracia, el combate al prorroguismo como fórmula para garantizar el pluralismo son para el caso, nada más que ardides principistas frente a una realidad de la que la oposición en su conjunto no quiere escuchar, esto es, Evo en el campo de juego de las urnas, ese en el que a sus ocasionales adversarios les ha inflingido históricas palizas, de las que no quieren volver a saber porque están concientes de que con un 30 por ciento de voto duro en el arranque de campaña, “el indio” podría volver a triunfar aunque muy probablemente sin diferencias tan escandalosas como la de 2005 en que se impuso al segundo, Tuto Quiroga, 54 por ciento contra 28.
Los enardecimientos coyunturales, las mezquinas opiniones sobre los méritos y los logros de Evo y su gobierno, cargados de insidia política y distorsiones para todos los apetitos,  serán superados por una mirada histórica que sólo conceden distancia y tiempo, ya que por ahora estamos en guerra, unos para bajar la candidatura y otros para llevarla a buen puerto contra todos los vientos y mareas que no son pocos y se presentan dificultosos de superar.
Hay quienes no salen del asombro cuando se preguntan como un hombre surgido de las entrañas de la pobreza rural que recogía cáscaras de naranja arrojadas desde los buses que pasaban por la carretera cercana a su pueblo para mitigar el hambre cotidiana, pudo sortear escollos de tamaños diversos para llegar a convertirse en el presidente con más permanencia consecutiva en el ejercicio del cargo, sin otra formación y experiencia que el ejercicio sindical y la lucha cocalera, y quien ha concebido y concretado bien arropado por sus rotundos triunfos electorales,  transformaciones en las bases económica y social de Bolivia, ahora Estado Plurinacional.
Nos esperan veinte meses de lucha, incertidumbre, y turbulencia callejera, y si hay algo que nos debe quedar claro es que la influencia de Evo Morales en la vida política del país irá más allá de su presidencia, culmine esta a principios de 2020 o 2025, si los achachilas continúan protegiendo su granítica fortaleza para el trabajo y su proyecto y visión de país logra reinventarse con nombres, hombres y mujeres capaces de imprimirle una multiplicación de voces regionales que logren derribar el sino trágico del caudillo que cuando deja de ser, puede terminar reducido a memoria estática y nostalgia sin consuelo. Hay Evo para rato sin lugar a dudas. Lo que está por verse es si para completar o no, dos décadas contínuas de cambios estructurales que podrán comenzar a leerse con serenidad y discernimiento aproximadamente a mediados de esta primera centuria del tercer milenio.

Originalmente publicado el 30 de enero en la sección Opiniónde la Agencia de Noticias Fides (ANF)

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