En la estrategia de manejar los hechos a partir de fragmentos
útiles a cualquier bando, figura esa que ya es consigna proclamada por
comparsas carnavaleras, promociones colegiales y operadores político-mediáticos:
“Bolivia dijo no” el 21 de febrero de 2016. Falso, porque fue la mitad más uno
de Bolivia la que emitió su voto expresando
la negativa a una nueva repostulación de Evo Morales a la presidencia, y
la mitad menos uno dijo sí en el convencimiento de que el año 2025 se
completaría un ciclo estatal con transformaciones significativas que redundan
en cambios trascendentales para la sociedad boliviana con Evo reelegido en
2020.
El periodismo reducido a titulares y la acción de formaciones
políticas inorgánicas circunscrita a eslogans-muletillas que responden a
intereses concretos que Montenegro consideraría pertenecientes a la antinación,
pierden intencionalmente de vista datos
como el del departamento de La Paz donde el sí se impuso con un 55 por ciento
de los votos, asunto que a la hora del resultado final, frío y seco, deja de
ser significativo, aunque ciertos espasmos oficialistas pasen por impugnar el
contenido ético de esa derrota sufrida por el MAS y su líder, relacionada con
la incidencia del llamado Caso Zapata basado en un interminable juego de
impresiones sin jamás demostrar su hipótesis de base, pues nunca se llegó a establecer
que gracias a un supuesto hijo –que nunca nació--, Gabriela y Evo tejieran una
red para traficar influencias y amasar fortuna. Fue la primera vez que la
mentira acerca de relaciones personales era empleada como arma político
electoral, a estas alturas, de comprobada utilidad y éxito.
Pero la realidad de los números, cuando estos forman parte de
una lógica con reglas de juego previamente establecidas y aceptadas por todos
los jugadores, dice con lógica futbolística que ganando 1 – 0 o por goleada, el
triunfador se lleva invariablemente tres puntos y quien no lo asuma en estos
términos, debe ir a llorar al río, independientemente
de que la guerra para conseguir tal objetivo electoral haya pasado de sucia a
mugrienta. Esto es lo que ha sucedido y lo que conduce a manifestar indignación
a quienes ven su voto escamoteado por una decisión del tribunal constitucional
que habilita a Evo Morales, fundamentado en el derecho humano a ser candidato
según lo estatuye el Pacto de San José, así que el presidente como otras
autoridades tienen vía libre según esa decisión para terciar en elecciones
programadas para fines de 2019 y se instala en el debate la diferencia
cualitativa y medular de legalidad versus legitimidad.
Los preceptos de la alternancia en democracia, el combate al
prorroguismo como fórmula para garantizar el pluralismo son para el caso, nada
más que ardides principistas frente a una realidad de la que la oposición en su
conjunto no quiere escuchar, esto es, Evo en el campo de juego de las urnas,
ese en el que a sus ocasionales adversarios les ha inflingido históricas
palizas, de las que no quieren volver a saber porque están concientes de que
con un 30 por ciento de voto duro en el arranque de campaña, “el indio” podría
volver a triunfar aunque muy probablemente sin diferencias tan escandalosas
como la de 2005 en que se impuso al segundo, Tuto Quiroga, 54 por ciento contra
28.
Los enardecimientos coyunturales, las mezquinas opiniones
sobre los méritos y los logros de Evo y su gobierno, cargados de insidia
política y distorsiones para todos los apetitos, serán superados por una mirada histórica que sólo
conceden distancia y tiempo, ya que por ahora estamos en guerra, unos para
bajar la candidatura y otros para llevarla a buen puerto contra todos los
vientos y mareas que no son pocos y se presentan dificultosos de superar.
Hay quienes no salen del asombro cuando se preguntan como un
hombre surgido de las entrañas de la pobreza rural que recogía cáscaras de
naranja arrojadas desde los buses que pasaban por la carretera cercana a su
pueblo para mitigar el hambre cotidiana, pudo sortear escollos de tamaños
diversos para llegar a convertirse en el presidente con más permanencia
consecutiva en el ejercicio del cargo, sin otra formación y experiencia que el
ejercicio sindical y la lucha cocalera, y quien ha concebido y concretado bien
arropado por sus rotundos triunfos electorales, transformaciones en las bases económica y
social de Bolivia, ahora Estado Plurinacional.
Nos esperan veinte meses de lucha, incertidumbre, y
turbulencia callejera, y si hay algo que nos debe quedar claro es que la
influencia de Evo Morales en la vida política del país irá más allá de su
presidencia, culmine esta a principios de 2020 o 2025, si los achachilas
continúan protegiendo su granítica fortaleza para el trabajo y su proyecto y
visión de país logra reinventarse con nombres, hombres y mujeres capaces de
imprimirle una multiplicación de voces regionales que logren derribar el sino
trágico del caudillo que cuando deja de ser, puede terminar reducido a memoria
estática y nostalgia sin consuelo. Hay Evo para rato sin lugar a dudas. Lo que
está por verse es si para completar o no, dos décadas contínuas de cambios
estructurales que podrán comenzar a leerse con serenidad y discernimiento aproximadamente
a mediados de esta primera centuria del tercer milenio.
Originalmente publicado el 30 de enero en la sección Opiniónde la Agencia de Noticias Fides (ANF)
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