Ser mestizo desde el conocimiento de lo indígena
es inscribirse en la comprensión más cercana a la profunda identidad de
Bolivia. No pertenecer a una nación originaria, pero asumir que antes de
que Bolivia fuera Bolivia hubo pueblos-naciones y organizaciones
sociales que luego se vieron sometidas a un brutal choque cultural en el
que se manejaban con igualada prioridad la evangelización y el saqueo,
es comprender como corresponde la génesis de por qué somos
plurinacionales y encaramos el de-safío de combatir la autosuficiencia
pseudointelectual de “mestizistas” a ultranza que pretenden reafirmar
sus certezas con el fórcep de la pedagogía nacional de Franz Tamayo y
profieren estupideces ciclópeas como ésa de que a partir de la nueva
Constitución “los indígenas serán ciudadanos de primera y los demás
seremos de segunda”.
Nada más dinámico y mutante que
la identidad étnico-cultural de una sociedad, más todavía si ésta se
presenta tan diversa y entrecruzada, como la boliviana. Y en este marco
de comprensión se puede concluir que ha sido justamente la armonización
de lo indígena de tierras altas y tierras bajas con lo nacionalista
revolucionario campesino que se ha podido articular el llamado Pacto de
Unidad, desde el que Evo Morales Ayma, con el Instrumento Político para
la Soberanía de los Pueblos (IPSP), empezara a caminar con rumbo
inequívoco hacia la toma legítima del poder para transformar al país,
encarnando las históricas aspiraciones, demandas y
reclamos-reparaciones para acabar con el sojuzgamiento y la inequidad,
cosa a la que se nombra como proceso de cambio.
Pasamos, entonces, de pluriculturales y multilingües, a gestionar el
proceso de autoidentificación como nación de naciones y así, como
Cecilio Guzmán de Rojas retrataba en el Cristo aymara al indígena como
ser pétreo de facciones perfectas, pero inmóvil, brillantemente
diseccionado por Javier Sanjinés, no resulta a estas alturas tan
dificultoso desentrañar cómo la historia y las luchas de los pueblos
bolivianos encuentran sustento simbólico y arrasadora acción política en
un solo dirigente, a partir de la multiforme figura de Evo, como
indígena, campesino, cocalero-colonizador —hoy conceptualizado como
intercultural— que cambia de hábitat del gélido altiplano orureño al
subtrópico cochabambino por un elemental instinto de sobrevivencia. Y si
a esos componentes le agregamos el perfil sindical como pasaje previo
al liderazgo político, será sencillo comprender cómo llegó a convertirse
en el indiscutible ganador de la democracia liberal y representativa
boliviana a partir de 2002.
Y es precisamente el
neocolonialismo —liberal e individualista— el que produce a diario la
colisión cultural contemporánea en la que un país, con formas de ser
preexistentes a la creación de la República en 1825, se engarzó de mala
manera con la uniformización mundial dada a partir del mercado, su
evolución e instalación en las vidas cotidianas de todo el planeta como
implacable ordenador, controlador y uniformizador de comportamientos,
desde el narcotráfico y el contrabando, hasta prácticas cotidianas como
acudir al supermercado y por la tarde a las salas multicine.
El capitalismo salvaje, tan despiadado como eficaz, está concebido para
el ensanchamiento de la brecha de la desigualdad y la injusticia
social, pero de eso está hecho el mundo del que formamos parte, y como
el mercado político continúa funcionando con absoluto éxito también en
Bolivia, tenemos que muchos principistas y revolucionarios lo son hasta
el momento en que un instrumento político empieza a crecer desmesurada y
caóticamente, más si pretende “volver y ser millones”, en tanto lo
que se reparte no alcanza para todos en una cultura rentista y
clientelista como la nuestra, producto de las prácticas vigentes hasta
nuestros días originadas en el populismo del Movimiento Nacionalista
Revolucionario (MNR).
Es así que la construcción de
la carretera San Ignacio de Moxos-Villa Tunari, ahora interrumpida, ha
terminado por convertirse en el nuevo distribuidor de posiciones
político prebendales gracias a la traición cometida por Adolfo Chávez,
que instrumentalizó la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia
(Cidob) para acceder a un puñado de ítems en la Gobernación de Santa
Cruz, que esta vez, con cierta sagacidad, ha encontrado la inmejorable
posibilidad de poner a “indios contra indios” o a “indios ambientalistas
contra campesinos cocaleros depredadores” como punta de lanza, luego de
fra- casados los anteriores intentos de desestabilización que buscaban
el derrocamiento de Morales y su gobierno.
Había que
meterle un cimbronazo al Pacto de Unidad para erosionar la consistencia
del proceso, a partir de pasos equivocados reconocidos por el propio
Gobierno, y ahora intentar recomponer el tablero cuando varias de las
fichas ya se mueven en otros escenarios resulta doblemente difícil: La
Cidob está recientemente aliada con Rubén Costas, “mestizista” y negador
de lo indígena hasta hace unos meses, enemigo y persecutor de ayer y
aliado de hoy.
El macizo proceso de transformaciones
encontró en este proyecto de vertebración caminera al contrainstrumento
para generar un encarnizado debate y conatos de enfrentamientos (VIII
marcha) entre indígenas, pretendidos defensores de la “inmaculada” área
protegida del Isiboro Sécure versus campesinos “interculturales”
etiquetados como desarrollistas y depredadores del medio ambiente. Los
acontecimientos potenciados por los medios de comunicación de la derecha
han permitido instalar el maniqueísmo reduccionista con “indígenas
buenos” versus (campesinos) “cocaleros-narcotraficantes”.
La carretera se ha convertido en el elemento refuncionalizador del
batallar opositor boliviano. A través de la furibunda objeción al tramo
II de esa vía que conectaría Cochabamba con el Beni se ha logrado
dividir a quienes hasta hace un año formaban parte de un mismo proyecto
histórico. Recomponer el Pacto de Unidad se convierte, por tanto, en una
tarea indispensable si no se quiere perder el horizonte de largo
aliento, según todos quienes creemos, de construir una democracia
transformadora y con auténtica capacidad autogestionaria de las
mayorías, para la que hay que conseguir llevar el asunto de la carretera
a un auténtico fojas cero, a fin de reiniciar el proyecto con orden e
inclusión.
(PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO ANIMAL POLÍTICO DEL DIARIO LA RAZÓN DE LA PAZ 06 DE MAYO)
(PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO ANIMAL POLÍTICO DEL DIARIO LA RAZÓN DE LA PAZ 06 DE MAYO)
1 comentario:
Peñaloza,este artículo sí me ha gustao. Aquí luces un poquitín más objetivo.
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