A treinta y cinco años del estreno de “Ese oscuro objeto del
deseo” (1977), última película del maestro Luis Buñuel, demasiadas cosas han
sucedido con las luchas por la igualdad en todos los órdenes y contra todas las
formas de discriminación. A estas alturas, iniciada la segunda década del nuevo
siglo, se hace inocultable que lo oscuro en realidad no es el objeto, sino el
deseo, y por ello, invierto aquí el título buñueleano, al no haber lugar para
el debate acerca de los móviles que guían las tenebrosas conductas extraviadas
y devastadoras de los violadores de niñas y niños que producen a diario el
recrudecimiento de la violencia intrafamiliar en los mundos laterales de la
marginalidad que nos confirman que hay un culto por la importancia del Estado y
poco esmero en la utilización de sus poderosos instrumentos para impactar positivamente
en la convivencia social. En teoría, el Estado se debe a la sociedad, pero cuando
funciona como fetiche o reinvención en sí mismo, las consecuencias pueden ser
las del bloqueo de quienes viven extasiados con el poder, y se conducen
posponiendo para las calendas griegas ciertas obligaciones relacionadas con la
educación, la salud pública y la vida colectiva.
En el contexto descrito, el dominante deseo sexual masculino
en órdenes socio culturales falocráticos como el nuestro, se caracteriza por lo
oscuro, pérfido, malvado, enfermizo y tantas veces aniquilador: Luego del acto
posesivo forzado que conlleva violencia, el desenlace puede ser el exterminio
del otro, y con todo ese contexto decidido y supervisado por los designios
patriarcales hay que abominar la utilización simbólico lasciva de la mujer que
se manifiesta en distintos grados o intensidades de intimidación, en búsqueda
de sujeción a la complacencia masculina, desde las aparentemente insignficantes
“pasarelas” a las que en los programas televisivos se obliga sutilmente a las
invitadas de turno --modelos, candidatas
a reinas de belleza, etc.—hasta la extorsión laboral que adolescentes,
señoritas y señoras deben soportar con cierto tipo de pedidos-instrucciones a
cambio de un salario, generalmente miserable.
Hay que interpelar sin concesiones la integridad de los
varones que basan su relacionamiento social en el record de copulaciones
obtenidas en la vitalidad que les facilitan sus facultades, o dicho de otro
modo, en la supuesta cantidad de trofeos que estos especímenes ostentan en la
imaginaria vitrina de sus heróicos pasatiempos. A esto hay que añadir la
incontinencia verbal de quienes practican la tertulia de a cuantas y a quienes fundieron estos esclavos de la
supremacía basada en la supuesta preeminencia del sexo fuerte frente al otr@,
al débil, utilizable, moldeable, cogible y finalmente desechable.
Hombre y macho son dos cosas distintas. El hombre piensa y el
macho funciona, en tanto la guía de acciones de este último está gobernada por la
obsesiva cacería de presas, muchas veces cometida con la permisiva complicidad
femenina que con su conducta valida esa feroz supremacía, y aquí viene la
segunda parte de este discurso de dominación con el que se perpetúa el
patriarcado totémico y en el que entra en el ruedo algún feminismo que utiliza
solamente el apellido paterno de sus intérpretes, condenando a sus madres a
través del uso de sus “generales de ley” a la inexistencia, enorme
contrasentido de quienes salen todos los días a las calles para reclamarle al
machismo y a esas “otras”mujeres que intervienen en la actividad política y
tienen la desgracia de que sus maridos, involucrados en la misma actividad,
auspicien o fomenten torneos de senos-cintura-caderas.
Machos de oscuras inclinaciones y feministas aparentemente
irreverentes y contestatarias del brutal aparato de poder masculino se diferencian
en tanto para ellos el pene es símbolo de invencibilidad y para ellas un
insignificante artefacto, pero que tienen en común hacer de la mujer un
objeto-dispositivo de lucha, los unos para reproducir incesantemente la
supremacía a través de distintas estrategias de conquista, desde la galantería
hasta la violencia física, y las unas para instrumentarla como máquina de hacer
política en nombre de la reivindicación y la defensa de sus derechos,
abominando el matrimonio y otras hipócritas y opresivas instituciones, de las
que nacieron, en la mayor parte de los casos, ellas mismas, así como sus
herman@s.
Para completar esta lectura, hay que examinar el rol de las
miles de millones de mujeres-cebo que no son precisamente feministas, y les
interesa muy poco no ser sometidas por el hombre. Son precisamente aquellas
dóciles y obedientes ante maestr@s de ceremonias de distintos pelajes, según
las circunstancias, que aceptan caminar
frente a cámaras, haciendo “pasarelas”. Concientes de su condición de objetos,
a partir de los viscosos deseos masculinos, han sabido blanquear el misterio y
manipular el deseo incontrolable del varón con el que las industrias de la
belleza en sus variadas formas hasta la pornografía, pasando por las artes y diversas
expresiones creativas, funcionalizan hasta lo patético la penosa bicefalía
masculina en la que la cabeza inferior dicta qué hacer a la cabeza superior.
Algunas fanáticas verán en esto una especie de venganza
encubierta para instalar la pregunta de quién usa a quién. Lo indiscutible es
que cuando las activistas van a tirar tomates a algún hotel cinco estrellas y
buscan ingenuamente impedir que los varones de las empresas auspiciantes
inicien la cuenta regresiva para iniciar el show, no divisan que el negocio de
lo femenino se concreta siempre y cuándo las féminas quieran. La paradoja está
en querer jalarles las corbatas a los sponsors
por su culpabilidad, cuando las chicas saltan al escenario aceiteadas y semidesnudas
porque se le pega la gana, se sienten bellas, glamorosas, ganadoras y capaces
de hacerle sentir a la babosa concurrencia que lo que más se desea es lo que no
se puede tener.
(PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO ANIMAL POLÍTICO DEL DIARIO LA RAZÓN DE LA PAZ EL 11 DE MARZO)
(PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO ANIMAL POLÍTICO DEL DIARIO LA RAZÓN DE LA PAZ EL 11 DE MARZO)
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