lunes, 12 de mayo de 2025

El tercer hombre

 

Cuando comenzaba la marcha decidida por Evo Morales contra el gobierno de Luis Arce (“Para salvar a Bolivia”), el hasta entonces presidente del MAS-IPSP, señaló a Andrónico Rodríguez como al tercer hombre del Estado. Estaba diciendo, entre líneas, que como Arce-Choquehuanca habían fracasado y traicionado al pueblo, el presidente del Senado estaba ahí, en la línea de sucesión constitucional y que sus tareas debían enfilar hacia el acortamiento del mandato del que fuera señalado como elegido por el jefazo para la candidatura el año 2020, que derivó en un indiscutible triunfo con el 55.10 por ciento de los votos.

Era 17 de septiembre (2024) y el segundo día de la marcha cuando Evo levantó la bandera a cuadros a Andrónico, marcha que finalmente fracasaría con su llegada a una pasarela de la autopista La Paz-El Alto, próxima a la avenida Montes, en la que se dieron cita apenas tres mil personas, de las cuales, las más descontroladas, no tuvieron mejor idea que cometer destrozos contra una escuela dependiente de la Fuerza Naval, mientras Evo, terminado el acto de cierre, dió media vuelta para regresar al Chapare.

El señalamiento hecho por Morales acerca de la jerarquía y “la misión” que le esperaba a Andrónico, provocó que el mandamás del Senado y Vicepresidente de la Coordinadora de las seis federaciones de campesinos cocaleros, desapareciera de la carretera y que  hasta el día de hoy, sus encuentros con Evo se hicieran esporádicos y excepcionales. Sus penúltimas intervenciones públicas sirvieron para ratificar lealtad en sentido de que el único candidato del MAS-IPSP era Evo Morales.(Sus últimas intervenciones, lo exhiben proclamado como precandidato para las elecciones del 17 de agosto).

Ese era el momento para que Andrónico diera un golpe sobre la mesa para interpelar al jefe de su partido y al Presidente del Estado diciéndoles que había llegado el momento de sentarse y discutir en profundidad las consecuencias que podía traer una fractura irrerversible en el MAS-IPSP. Hubiera significado que el “tercer hombre” estaba en condiciones de dar vuelta al sentido de la misión golpista a la que Evo quería forzarlo, para convertirla en la gran oportunidad de igualarse en musculatura política al jefazo y al Presidente y más todavía, podía haber por lo menos intentado inventar el escenario indispensable para gestar un genuino congreso ajustado al artículo 13 del estatuto que decía que la cúpula partidaria debía concertar los contenidos del mismo con las organizaciones representadas por el Pacto de Unidad.

Hasta ese momento la lealtad al jefazo había sido privilegiada por Andrónico que no dudó en cerrar un acuerdo con Comunidad Ciudadana y Creemos para reelegirse como cabeza del Senado, cuando el contexto parlamentario quedaba caracterizado por haber destrozado la gobernabilidad de la gestión de Arce y acometer un sistemático sabotaje, sobre todo, con la no aprobación de créditos internacionales en momentos en que el país comenzaba a padecer dificultades por iliquidez para el pago de importación de carburantes y de prácticamente la desaparición del dólar de la economía nacional. A continuación, el joven cocalero fue más allá, afirmando en un foro realizado en febrero de este año en Santa Cruz de la Sierra, que el modelo económico había fracasado, igualando así, la crítica contra el gobierno de su propio partido a las que hacen por lo menos hace quince años, personajes de las oposiciones de derecha como Samuel Doria Medina y Tuto Quiroga.

De esta manera, el tercer hombre de Evo se ha convertido en el tercer candidato posible del llamado Bloque Popular. Entre viajes programados fuera del país (Colombia, España, Paraguay, Marruecos) y proclamaciones “espontáneas” activadas por ex masistas y ex evistas (Mario Cronenbold, Jessica Jordan), Andrónico ni se brinda ni se excusa, y es que el no brindarse ni excusarse define su estilo ambiguo, indeterminado, indefinido y culipandero, que según el diccionario de la lengua española significa “evadir una dificultad prevista para no enfrentarla”.

Evo está inhabilitado pero se autodefine candidato, aunque sin sigla partidaria. Arce es el candidato a la reelección de un MAS-IPSP fuertemente golpeado por la división que se expresa formalmente en la Asamblea Legislativa Plurinacional. Andrónico,--que sepamos, todavía militante del MAS-IPSP-- parece que sí, parece que no, sería la opción de salvataje, producto del apantallamiento que han generado dos encuestas realizadas por la derecha que lo sitúan como primera opción ganadora.

En esto anda la que se constituyera en primera gran fuerza política boliviana del siglo XXI con un caudillo obsesionado con el retorno, un presidente víctima de una emboscada sistemática desde que se hiciera candidato, y una figura de nueva generación que hasta ahora no exhibe necesarias cualidades de liderazgo y determinación si se trata de ponerse al frente de un proyecto político con vocación de poder.



Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 03 de mayo   

De regreso a Lima para morír

 

La reina del papel couché, Isabel Preysler, acababa de romper con Mario Vargas Llosa. Había decidido deshacer su noviazgo de revista del corazón –¡Hola!- para terminar ahuyentando las miles de hojas de papel ahuesado en las que descansan las soberbias novelas del escritor peruano. Como recién había pasado  a formar parte del registro de los “ex” de Isabel, no se me ocurrió otra cosa que traer a la memoria una canción de Julio Iglesias, el primero de los cuatro célebres ex de esta señora filipina, reportera estrella de reinas, príncipes, casas reales y otros lugares de diseño en los que el lujo es más importante, por supuesto, que la fiesta de un chivo, donde se puede leer la historia ficcionada de un dictador centroamericano, narrada con la rigurosidad y la maestría del escritor arequipeño.

Julio Iglesias no sospechaba en 1987 cuando se publicó este su disco, que terminaría cantándonle “Un hombre solo” sin querer queriendo nada menos que al úlitmo novio de la madre de sus hijos, entre los que figura como primogenito otro cantamañanas igual que el, de nombre Enrique, y que ha hecho de la pseudopoética para señoras que juegan al bridge, la marca exitosa traducida en millones de copias vendidas por continentes y mares.

Lo tenía bien merecido Vargas Llosa, por arriesgarse a jugar a chico estupendo a los ochenta y pico años, con una señora de setenta y pico, pero que parece de cincuenta. En el último tramo de su vida, luego de descubierta una dolencia incurable de la que no se ha sabido gracias a la discreción disciplinada de los suyos, retornó al redil familiar limeño, arropado por Patricia, Alvaro, Gonzalo y Morgana.

Dicen que habían celos de por medio. Dicen que eran incompatibles el vaporoso estilo de vida de Isabel, la reportera estrella de ¡Hola! con la disciplina literaria de Mario. Dicen , por lo tanto, que la vida del espectáculo público de alfombra roja es incompatible con la de la cultura, las ideas, los libros, la ficción, la novela. Falso. Vargas Llosa con el egocentrismo propio de su celebridad, creía que todo cabía en un mismo sitio. Alrededor suyo. Que a su tercera edad, era suficiente con que las erecciones fueran novela, cuento o columna de opinión donde exponía sus esquemáticas ideas neoliberales anticomunistas, bañadas de rencores contra su propio pasado como militante del boom literario latinoamericano de los 70-80.

Si de algo se salvó, Vargas Llosa al haber roto con Isabel, es de haber dejado de ser padrastro temporal de Enrique Iglesias, ese joven casado con la relampagueante tenista rusa Ana Kournikova, que ha seguido por el insoportable camino paterno de la balada romántica y nos ha taladrado de manera inmisericorde durante por lo menos dos décadas cuando teníamos que escucharlo por culpa del taxista o el micrero de turno. Desconsolado, el coqueto escritor comentó alguna vez cuando se alojó en casa de su hijastro que “habían muchas canchas de tenis, pero ninguna habitación apta para poder escribir”.

Finalmente, Vargas Llosa no terminó como el hombre sólo de la canción. Fue un entusiasta militante de la revolución cubana para pasar a converso rabioso neoliberal. Estuvo casado con una tía. Estuvo casado con una prima, Patricia, que le reabrió la puerta de la casa familiar para enfrentar su tránsito hacia la muerte: Infidelidad perdonada. Además de sus dos hijos y una hija, ya tenía media docena de nietos. Es Premio Nobel de Literatura. Ingresó por merecimientos en la academia francesa. Fue candidato a la presidencia del Perú y perdió contra un outsider (Alberto Fujimori) de origen cholo japonés, es decir que como político fracasó y cada vez que lo recordaba seguramente sufría de tormentos, y cuando su última pareja le dijo adiós, tuvo que saber, de manera definitiva, que en la vida no todas son victorias del ego, sino que a veces se imponen motivos sentimentales por fuera del control del oficio para escribir, todos los días, en los mismos horarios, con disciplina jesuita.

Hay, sin embargo, un motivo para seguir creyendo en el novelista peruano que dejó este mundo a poco de habe cumplido 89 años y para ello hay que leer Tiempos recios” (2019) que recrea la Guatemala de los años 50 cuando los Estados Unidos usando a la omnipresente CIA auspició a Carlos Castillo Armas para derrocar al gobierno de Jacobo Arbenz. El neoliberal de las columnas de El País de España, queda aquí suspendido por el autor de ficción que se despacha sin concesiones en una descripción de los métodos intervencionistas y tutelares de los gringos en América Latina. Es que el subconciente colectivo es muy poderoso y con esto queda demostrada una afirmación rotunda de Juan Rulfo: “La literatura es una mentira que sirve para decir la verdad” y que el propio Marito enfocaría a partir de su libro de ensayos “La verdad de las mentiras”. Vargas Llosa creyó que escribir dentro la burbuja que le preparó Isabel era posible. Finalmente supo que la cursilería también puede ser literatura y que en la profundidad más recóndita de su alma nunca dejó de habitar un antiimperialista.

(Columna originalmente publicada el 31 de diciembre de 2022 y actualizada debido al fallecimiento del escritor peruano).




Originalmente publicada en la columa Contragolpe de La Razón el 19 de abril

Educación, la asignatura olvidada

 

Llegué al mundo durante el primer año del segundo mandato de Paz Estenssoro. Fui al kinder bajo  la bota militar de Barrientos. Me asustaron con el comunismo que llegaba con Jota Jota Torres y la Asamblea del Pueblo liderizada por Juan Lechín. Me hicieron creer que durante el septenio dictatorial del banzerato se había salvado al país del comunismo. Continuó Pereda Asbún  que con golpe al golpista pretendió ejercer la presidencia luego de unas fraudulentas elecciones: Duró cuatro meses en la silla. Arribó a continuación otro milico, David Padilla Arancibia, del que casi nadie recuerda nada. Irrumpieron García Meza y Arce Gómez con su narcodictadura, luego de las presidencias de Guevara Arce, Natusch Busch, el masacrador de Todos Santos y Lidia Gueiler defenestrada, por su primo  en segundo grado, destacado jinete del Ejército.

Se instaló la nueva democracia después de las intrascendtes presidencias de los generales Torrelio y Vildoso, con una primera alianza que atemorizaba porque era naranja por fuera y roja por dentro, a la cabeza de Hernán Siles Zuazo con su MNRI, secundado por el MIR y el Partido Comunista. Siles Zuazo era el rival histórico de Paz Estenssoro en el MNR de la Revolución del 52, quien volvió al poder en 1985 para completar un cuarto mandato con la ayuda de Banzer que luego de pelearse con Sanchez de Lozada, le prestó apoyo a su ex perseguido, Jaime Paz Zamora, que siendo tercero en las elecciones del 89 llegó al Palacio Quemado.

Sanchez de Lozada, delfín de Paz Estenssoro, fue presidente entre el 93 y el 97, para que Banzer lo sustituyera hasta su muerte, convirtiéndose en el único militar golpista de los 70 en América Latina, regresando al poder por la vía democrática. Tuto Quiroga, delfín de Banzer, sustituyó  por cáncer terminal al General y le quedó sabor a poco luego de ejercer mandato sólo por un año. Volvió Sanchez de Lozada que en el primer y único año de su segundo mandato (2002 – 2003) hizo del país un desastre con 68 muertos bajo su presidencia antes de huir del país en octubre. Lo sucedió Carlos Mesa, a quién había contratado como candidato vicepresidencial sacándolo de su trono televisivo, también le fue mal y tuvo que renunciar para entregar la banda presidencial por sucesión constitucional al presidente de la Corte Suprema de Justicia, Eduardo Rodríguez Veltzé que honró el sentido transitorio de su gobierno para convocar a elecciones que dieron lugar al triunfo de Evo Morales en 2005, que caracterizó sus dos primeros mandatos por transformaciones políticas, económicas y sociales con la definitiva incorporación de indígenas y campesinos a la ciudadanía boliviana, hasta que decidió desbarrancarse desconociendo el resultado de un referéndum que lo inhabilitaba para una nueva repostulación.

A  través de sucesión inconstitucional o golpe de Estado, asumió Jeanine Áñez que gobernó flanqueada por varios de los que ahora pelean por la candidatura dizque unitaria de la derecha. Su gobierno puede entendenalmente publicada en la columna Contragolpe de La Razón el 05 de abrilrse como un globo de ensayo de lo que le podría sucederle a Bolivia si llegan a ganar elecciones, Tuto Quiroga, Samuel Doria Medina o Manfred Reyes Villa. A continuación, por paliza electoral, ganó la presidencia Luis Arce, bendecido por el dedo del jefazo histórico del MAS, Evo Morales, que en realidad le había hecho una emboscada para ponerle todos los santos días, palos a las ruedas a la nueva gestión de su partido, el MAS-IPSP. Los caudillos son así, no toleran que haya otros que puedan superar sus records electorales y así nos va.

 Este apretado y esquemático resumen histórico es desconocido por las generaciones tiktokeras y de los nombrados solamente puede reconocerse a Paz Estenssoro como autor de una reforma educativa, inscrita en las medidas transformadoras de la Revolución del 52. Dicha reforma estaba referida a la universalización del acceso a educación y que según  la Constitución del 67 se trataba de “una función suprema y primera responsabilidad financiera del Estado.”

A 73 años de de la llamada revolución nacional, la educación en Bolivia ha sido sistemáticamente subordinada a segundos y terceros planos. Nunca más, ninguna de las gestiones presidenciales citadas, volvieron a pensar y a inscribir en el primer lugar de sus prioridades a la educación pública, notablemente limitada frente a la educación impartida por privados a través de escuelas y colegios de élite, de convenio religioso dominantemente católico o de gestión cooperativa. Ni que decir de las carreras de formación universitaria y de escuelas técnicas, públicas y privadas.

Por cómo se perfilan las campañas electorales que desembocarán en elecciones el próximo 17 de agosto, las políticas educativas volverán a quedar por fuera del debate político y así seguirán transcurriendo la vida con una educación que reclama a gritos, nuevas políticas para la generación de recursos humanos y contenidos actualizados en el proceso enseñanza-aprendizaje ajustados a este siglo XXI, bajo las coordenadas de memoria, presente y futuro.  

Con panorama tan sombrío, podríamos comenzar por ponernos de acuerdo para leer “Pedagogía del oprimido” (1968) del gran pedagogo brasileño Paolo Freire. Combatir el desconocimiento debiera ser otra de las más altas funciones del Estado.



Originalmente publicada en la columna Contragolpe de La Razón el 05 de abril 

Antonio Gasalla, el genial travestido

 

Cuando se apagan las luces del teatro Solís de Montevideo, un reflector apunta hacia la puerta de ingreso: Comienza a caminar lentamente hacia el escenario como si flotara entre nosotros, espectadores, Soledad Dolores Solari, una mujer con apariencia de solterona amargada, con los cabellos lacios y planchados, con una carterita ridícula colgandolé en la muñeca derecha. Todos mudos e hipnotizados, miramos el trayecto de esta que en realidad es una maestra de escuela que vive sin la compañía de nadie y tiene la capacidad de vomitar todos los prejuicios y fobias con las que ha construido una personalidad feroz y prejuiciosa cargada de malicia y lucidez. Detrás de Soledad, debajo, encima o de costado, hay un actor dueño de un estilo huracanado y desopilante que se llama Antonio Gasalla y que a los 84 años acaba de dejar este perro mundo, después de un padecimiento de demencia senil que lo condujo por el laberinto de la desmemoria que se manifestaba en actitudes como las de mandar a la concha de su madre a los noteros de los programas televisivos del espectáculo bonaerense que lo abordaban en las inmediaciones de su apartamento.

Habitante de personajes femeninos en el teatro, la televisión y el cine, Gasalla supo desatar risas y carcajadas, producto de interpretaciones con personajes femeninos por el mismo creados, que quedarán por siempre registrados en el imaginario colectivo porteño, en esa mágica ciudad que resulta más difícilmente comprensible si no se conoce algo de sus actrices, actores, escritores, músicos, boxeadores y cracks del fútbol.

Ya en el escenario ante una sala abarrotada de público, Soledad Dolores Solari, nombre nada casual de su personaje, comienza a hablar mientras plancha la ropa, exponiendo su pensamiento en voz alta acerca de todo lo que pasa por fuera de ese hábitat que solo es capaz de compartir consigo misma. Su timbrada voz no necesita micrófonos, sus ojos bien abiertos son de una expresividad que pasa de la reflexividad a la ira, de la escandalización a la sentencia moral.

Gasalla pudo ser una mujer afeada por sus frustraciones, otra mujer felliniana (Barbara Don´t Worry, presentadora de televisión), profesora de educación sexual (la maestra Noelia) y la Abuela que se sienta en el living de Susana Jiménez para enrostrarle las barbaridades que todos piensan, pensamos, y que la mayoría reprimida por los manuales de urbanidad y buenos modales no se atrevería a decir. Durante varias temporadas, la viejita llena de achaques y la cabeza intacta no se guarda nada y le profiere a la histórica rubia de la televisión argentina todo lo que se le canta: el tamaño de las tetas, los galanes con los que se habría, o no podido acostar y los hombres que como instintivos machos van detrás de las mujeres provistos de malas intenciones. Como todos sus personajes, la Abuela-Gasalla lo dice todo sin filtros, siempre atraviada de vestuarios femeninos, y maquillajes que destacan su feminidad, su mal gusto o su decrepitud.

Es tan incontenible la influencia de Gasalla, que en la actualidad se presentan en el teatro nuevas versiones de “Esperando la carroza” (1985), película de Alejandro Doria que a través de una comedia excesiva, retrata a la “famiglia” porteña de clase media que tiene a Mamá Cora –la primera abuela de todas sus personajes—en el centro del desmadre y la confusión, propia de esa cultura de conventillo en la que los comportamientos ruìnes son el resultado de pugnas e intrigas familiares. Hoy día, Martín “Campi” Campilongo es la Mamá Cora del teatro, o sea, el intérprete del mismísimo Gasalla que inmortalizó al personaje que mantiene vigencia durante cuatro décadas y que recupera actualidad en el teatro Broadway de Buenos Aires. Así de indeleble será la marca de un estilo, la de un teatro útil para estudiantes de sociología que a través de las ficciones y los delirantes personajes puestos en escena por Gasalla, se puede conocer con nitidez cómo es esa clase media, heredera de las taras europeas, sobre todo italianas y españolas.

Antonio Gasalla será recordado por su talento para ser varias mujeres en los escenarios y en el último tiempo por la obra teatral “Más respeto que soy tu madre” en la que el capocómico se mete en la piel de Mirta Bertotti, una ama de casa que combate domesticamente con su marido, un suegro adicto a las drogas y tres hijos adolescentes y que estuvo cinco años consecutivos en cartelera en el teatro Gran Rex, sumando un millón de espectadores.

También capaz de interpretar personajes masculinos, Gasalla copratagonizó con la inmensa Graciela Borges la película “Dos hermanos” (Daniel Burman, 2010) en la que se narra una relación de amor-odio, que sólo pueden encarnar intérpretes de muchos quilates y enorme rodaje en las tablas y en las locaciones cinematográficas.

Se ha ido Gasalla, aunque en realidad los grandes actores, aquellos que son capaces de contarnos las vicisitudes de la vida desde el juego escénico, nunca se van debido a esa mágica eternidad que son capaces de construir entre los mortales, estos genios de la palabra y la interpretación actoral.



Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 22 de marzo

 

Eunice

 

Entre las Fernandas del cine brasileño hay 26 años de travesía y dos películas que confluyen en la carrera del director Wálter Salles. En 1998, Fernanda Montenegro encabezó el elenco de “Estación Central” que le valió a la actriz una nominación para el Oscar. Seis años después, Salles volvió a la carga con “Diarios de motocicleta” (2004) con la que “Al otro lado del río” del uruguayo Jorge Drexler se alzó con la estatuilla hollywoodense a mejor canción original que en lugar de ofrecer palabras de circunstancia en el momento de recibir el premio, se permitió  la travesura de cantar su composición, luego de que los organizadores decidieran que la interpretación de la misma estaría a cargo de Carlos Santana y Antonio Banderas. Desobediente con la academia de la industria cinematográfica,  Drexler puso en evidencia por qué podía ganar la música de una película referida a los viajes que el Che Guevara había realizado en carreteras sudamericanas en 1952.

Montenegro nominada en 1998, Drexler, oscarizado por su canción en 2004-5 y finalmente,  por su interpretación en “Aún estoy aquí”, la otra Fernanda (Torres) hija de la Montenegro, era también nominada a mejor actriz por su rol protagónico y que le ha significado al cineasta carioca, premios internacionales entre los que resuena por su impacto comercial y mediático, el Oscar a mejor película internacional, que antes se le llamaba oficialmente “película extranjera”.

Walter Salles proviene de una acaudalada familia de empresarios banqueros (Unibanco, Itaú), pero que a contracorriente de la predominante ideología del mundillo de los ricos, sus películas son de una clara e inequívoca orientación progresista. Un comunista. Un zurdo dirían los ex ministros Arturo Murillo Prijic y Branko Marinkovic.  En una declaración hecha al diario El Mundo de España Salles ha dicho que cuando la derecha llega al poder “lo primero que ataca es a la educación pública y a la memoria.”

Precisamente, “Aún estoy aquí” es una película basada en la memoria del activista político Rubens Paiva (Selton Mello), detenido, desaparecido y asesinado por la dictadura brasileña en 1971, memoria escrita (e interpretada en la película) por Marcelo, hijo de Rubens y de Eunice Facciola Paiva (Fernanda Torres) que luego del apresamiento político de su esposo se convirtió en una prominente abogada defensora de los derechos humanos en Brasil.

Hasta aquí, cualquier reaccionario de los que amenazan como moscas por calles y plazas estaría gustoso de pensar que se trata de una película-panfleto, pero cuando uno se interna en la narración de Salles, sabe que está asistiendo a la historia de una familia que festeja la vida cotidiana en una sencilla casa  situada a pocos pasos de la playa de Copacabana. “Aún estoy aquí” es una propuesta con fuerte base de información política e histórica, pero pone el foco en la personalidad de Eunice, que mientras su esposo hace activismo por teléfono desde su escritorio y al mismo tiempo sabe ejercer de padre amoroso y presente, maneja con lucidez maternal las relaciones con sus hijas e hijo que transitan entre la adolescencia y  la juventud, en tiempos compulsivos en que sobrevuela sobre nuestras cabezas el Plan Cóndor.

De la luminosidad diaria, las risotadas a las horas del almuerzo, los tiempos compartidos junto al mar con la elección de una fotografía que nos remite a los viejos álbums de hace por lo menos medio siglo donde quedan registradas imágenes de tiempos felices, la película pasa súbitamente hacia lo sombrío y oscuro determinado por la presencia paramilitar en la casa de los Paiva, primero para llevarse a Rubens y luego para vigilar a Eunice e hijos y así evitar posibilidades de desesperados pedidos de socorro. El tiempo de la angustia y la impotencia cierra con la detención de Eunice a la que se incomunica para masajearla psicológicamente hacia la resignación de que su compañero nunca más retornará, resignación que se convertirá en fortaleza para aceptar la fatalidad con entereza y hacer de la resistencia emocional una forma de vida cotidiana.

Transcurridos los peores momentos de la crisis familiar, cuando un periodista de la revista Placard les pide a Eunice y familia que pongan caras de circunstancia y que “no sonrían” para ilustrar la cobertura sobre el asesinato de Rubens, Eunice-Fernanda Torres les dice a hijas e hijo que hagan lo contrario: ellos no conciben, a pesar del dolor, una vida capturada por los rencores y las amarguras. El recuerdo amable del padre es más poderoso que la impotencia de haberlo perdido por sus convicciones y compromisos con las causas de la democracia y la libertad. Tristeza nao tem fim, felicidade sim cantaron Vinicius de Moraes y Tom Jobim: con “Aún estoy aquí”, Wálter Salles respaldado por las Fernandas, madre e hija, Montenegro y Torres, acaba de desmentirlos.




Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 08 de marzo

El tercer hombre

  Cuando comenzaba la marcha decidida por Evo Morales contra el gobierno de Luis Arce (“Para salvar a Bolivia”), el hasta entonces president...