sábado, 24 de febrero de 2024

Un cumpleaños pitita

 

El día en que algún investigador acucioso reveló que Ludwing Van Beethoven había nacido el 11 de diciembre de 1770 y no el 16 como hasta ese momento creíamos, sentí una contrariedad que me llevó a decidir que, se diga lo que se diga, el genio oriundo de Bonn, Alemania, nació el 16, fecha en la que llegué al mundo, y fecha en la que también vió la luz Cayetano Llobet Tavalora, un activista del Partido Socialista – 1, compañero cercano de Marcelo Quiroga Santa Cruz que con el transcurrir de los años se convirtió en uno de los protagónicos portavoces televisivos del neoliberalismo, y que tenía la deferencia de invitarme a sus noticieros nocturnos en P.A.T. (principios del siglo XXI) para hablar de fútbol. Aunque lo taché de converso –había pasado a la derecha con absoluta convicción—nunca se molestó conmigo por haberle dicho tal cosa, expresando su desacuerdo con la tranquilidad del hombre maduro, orgulloso de su amistad con el embajador de los Estados Unidos, Manuel Rocha.  

Las evocaciones a Beethoven me dicen que se puede componer la música más hermosa del mundo, imaginando y creando desde una sordera genial, sonidos y silencios que al final de cuentas son una misma cosa, y también se podía sostener diálogo animado y sincero con personas como el Tano Llobet (1939 – 2011) que quiso el destino que su hija María y mi hijo Sebastián trabaran amistad bailando hip hop con desparpajo y vocación acrobática hace seis – ocho años.

Mi hija Camila tuvo la idea de llevarme al teatro en que María y Sebastian exhibieron alguna vez sus habilidades danzísticas, justo en este último 16 de diciembre para ver y escuchar los taconeos de Milena Tejada, una bailaora boliviana que reside en Sevilla y llegó hasta La Paz, con un elenco (guitarrista, cantaora y cantaor), para demostrar que se puede  ir de los Andes hasta Sevilla y conquistar el potente embrujo del flamenco (Camarón de la Isla, Paco de Lucía, Sara Varas, Cristina Hoyos, Antonio Gades, Joaquín Cortéz).

Cuando llegamos al teatro Nuna, lo presentía, me sentí incómodo ante ciertas presencias de gente con la que hace más de dos décadas no tenía contacto. Algunas de ellas, pertenecientes al jailonerío paceño, otras al mundo empresarial tradicional, y lamentablemente casi todas, mujeres y varones de canas entre opacas, mal teñidas y algunas más platinadas y brillantes que por supuesto no compiten con las mías, habían sido convocadas en modo pitita, horrible palabra que se debe a un bautizo involuntario a cargo de Evo Morales que se quiso burlar de una capacidad bloqueadora fashion y que le significó el tiro por la culata: Los pititas fueron determinantes para que el golpe de Estado que le asestaron en noviembre de 2019 tuviera éxito.

En la antesala en la que aguardábamos el inicio del espectáculo, una gerente legal de banco me volcó la cara con gesto indigesto, se diría que  casi con altivo despecho, aunque nunca fueramos más que amigos de encuentros esporádicos. Vi lateralmente al dueño de una fábrica de chocolates con un llamativo audífono que tiene un hijo diputado que se la pasa persiguiendo e insultando a sus adversarios masistas. También apareció un reaccionario de armario que ha escrito puntualmente una apreciable cantidad de sandeces en forma de columna dominical con las ínfulas de las que se nutre el diletante culto. Por ese pasillo también pasó un burócrata de la Fundación Cultural del Banco Central del gobierno de Jeanine, y una pedagoga más o menos histérica que le chocó el auto a mi hijo mayor por estacionar indebidamente y a mí me llenó de insultos en una agencia de banco tratándome de “masista delincuente”, pero a gritos: no olvido que su hermana melliza me ayudó una vez en plena avenida 6 de agosto a incorporarme luego de ser levemente atropellado por un taxista ansioso.

Cuando estuve sentado en mi butaca, la última de la fila más alta de la gradería situada a la izquierda, pude constatar, con un solo golpe de vista, como en estas últimas dos décadas Bolivia había cambiado. Que el hijo y la hija del abogado que redactó el decreto 21060 sentados una fila debajo de la mía, habían estado tan sesentones como yo, y que lo último que me pasó con esta señora es que me insultó --con similar odio al expresado por la pedagoga--, y su jovencito hijo me amenazó en la puerta de un edificio de apartamentos de Achumani.

En medio dell brillo artificial pitita, hubo alguien que se portó con la sobriedad de siempre: Florencia Ballivián, esposa de Salvador y madre de Salvador (Romero), historiadora y creo que alguna vez directora del Archivo de La Paz. Y por supuesto que en ese territorio socio- cultural casi alienígena tenía que romper paisaje tan gris otra respetable historiadora, Magdalena Cajías, quién fue ministra de Educación y Cónsul General en Chile.

Cuando el show terminó, Camila, siempre tan cuidadosa y considerada conmigo me dijo: “Pa, la próxima vez pensaré mejor tu regalo de cumpleaños”, lo que me provocó una sonora carcajada. 




Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 30 de diciembre.

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