La memoria histórica de Bolivia guardará por siempre con rabia e indignación todo lo que significó
el gobierno inconstitucional de Jeanine Áñez, sentenciada a diez años de reclusión por atentar
contra la Constitución y las leyes, secundada por personajes a los que ahora mira con decepción,
pero que fueron los actores decisivos para su ascensión a la silla presidencial –Miurillo y Ortíz-- y
con los que compartió tareas parlamentarias con el Movimiento Demócrata Social (Demócratas).
Karen Longaric Brozovic no militaba en Demócratas, pero apareció sorpresivamente como Ministra
de Relaciones Exteriores del gobierno de facto presidido por Áñez. Hasta entonces había cumplido
con una trayectoria vinculada a las relaciones internacionales ocupando cargos en la misma
Cancillería, en el Instituto Internacional de Integración y como primera presidenta de la Comisión
Nacional del Refugiado (CONARE).
Longaric era una señora muy comportada que había ingresado en la Cancillería gracias a su esposo
Franklin Anaya (“Panka”) en tiempos del gonismo, en clara práctica de nepotismo, pero que con
los años supo ganarse un sitial en el espectro del análisis especializado sobre política exterior. En
un par de oportunidades la entrevisté para la televisión y la radio, caracterizando sus
intervenciones por la mesura y la prudencia, por ejemplo, con respecto del fallo emitido por la
Corte Internacional de Justicia en La Haya acerca de la demanda interpuesta por Bolivia contra
Chile debido a nuestro irresuelto problema marítimo.
Hasta que llegó el día en que Karen sintió que era momento de quitarse la máscara y mostrar ante
el país quién era en realidad. A partir de su nombramiento como primera Canciller de la historia de
Bolivia, la internacionalista desplegó todas sus armas para evidenciar que había sido una
furibunda enemiga del MAS y que en esa medida emprendería acciones reñidas con el derecho
internacional, la responsabilidad pública y el respeto por los derechos humanos.
A pesar de saber de la importancia y el respeto que se merece la institución del asilo político,
característica distintiva del gobierno mexicano, Longaric se sumó de manera entusiasta a la
agenda que marcaba el ministro de la Muerte, Arturo Murillo. De esta manera, la Canciller de Áñez
convirtió la residencia de la Embajada de México en una cárcel que mantuvo como presos políticos
a ex autoridades del gobierno de Evo Morales, negándose hasta el final de su mandato a otorgar
los salvoconductos que ella en su calidad de primera presidenta de la Comisión Nacional del
Refugiado conocía por anversa y reversa.
Como si violar el derecho al asilo político no fuera suficiente, la desenmascarada ministra que
residía en La Rinconada, no fue capaz de interponer sus buenos oficios como vecina para frenar el
asedio de efectivos policiales que por la noche utilizaban potentes reflectores para no dejar
descansar a los refugiados Quintana, Arce Zaconeta, Alanoca, Laguna, Zabaleta, Vásquez y Moldiz.
Se trató de un sistemático plan de amedrentamiento y violación a los derechos ciudadanos con la
complicidad de los vecinos del barrio que armaron una especie de barricada para revisar los
motorizados que entraban y salían, vigilia pitita cazamasistas en otras palabras.
Hoy día, desde su autoexilio en Alemania, la señora Longaric se declara perseguida política del
gobierno de Luis Arce acogiéndose al lugar común con el que la demacrada y derrotada oposición
pretende disfrazar las barbaridades perpetradas por una cáfila de delincuentes que violaron
derechos humanos, masacraron 38 personas, consumaron negociados de varios tamaños y
condujeron la economía del país al desastre en el tiempo record de diez meses.
Resulta que la Canciller que violó descaradamente el derecho al asilo político, la que nombró un
embajador de ciencia y tecnología -¡con residencia en La Paz!- , amigo de la hija de la Presidenta,
actuó con negligencia en la repatriación de ciudadanos bolivianos atrapados por el coronavirus en
el lado chileno de la frontera, esa misma señora dice ser perseguida por la justicia cooptada por el
gobierno del MAS.
Karen Longaric Brozovic es la fiel expresión de la vieja Cancillería boliviana, atestada de vividores
de corbata de seda y astutos lobistas como Jaime Aparicio Otero, execrable operador de Luis
Almagro en la OEA, embajador ante el sistema interamericano del gobierno de Áñez, un niñato de
cuello blanco portaestandarte de la Bolivia reaccionaria y fascistoide que vive de propalar mentiras
y se ha especializado en distorsionar la realidad política del país desde Washington.
Longaric ha acudido a la CIDH para denunciar los presuntos atropellos de la que es víctima. Ojalá
que desde la Comisión le puedan enviar un ejemplar o el link del informe del GIEI en el que han
quedado debidamente registradas las tropelías del gobierno de la que fue Canciller. Por lo menos
debería darle vergüenza.
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón, el 17 de junio.
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