Morír con
detención preventiva prolongada por siete años tiene que indignar. Le ha
sucedido a Marco Antonio Aramayo que en su calidad de administrador del Fondo
de Desarrollo para los Pueblos Indígenas Originarios y Comunidades Campesinas
(FONDIOC), cargó sobre su humanidad con todo el desbarajuste estructural
producido en una entidad en la que campeó el desorden, el prebendalismo, la
ineficiencia y la corrupción. Muchos de los dirigentes que recibieron
apreciables montos de dinero, originalmente previstos para proyectos en sus
comunidades, aprovecharon sus estatus y convirtieron al FONDIOC en la expresión
del otro lado del progresismo, ese que está vinculado a la vulneración de los
postulados de las transformaciones relacionadas con el llamado Vivir Bien. Si,
Vivir Bien, en exclusividad para una rosca, mientras quienes debían aspirar a
mejores condiciones, sus hermanos y hermanas de a pie, ni siquiera se enteraron
de la descomunal impostura que decidieron protagonizar y que lastima la esencia
de la “Revolución democrática y cultural”.
Hay que abominar
al izquierdismo tendencioso que mira al imperialismo, al fascismo, a las
iglesias fundamentalistas, y a otras formas de amenaza planetaria, como las
únicas explicaciones y justificaciones que dan lugar a la desigualdad, al
agravamiento de la pobreza, y a la superlativización de las grandes fortunas concentradas en pocas manos. No es creíble la democracia de Daniel Ortega
en Nicaragua, y tampoco lo son los
corruptos que cometieron desmanes con PDVSA en Venezuela. Otra cosa es creer en
los nicaragüenses y en los venezolanos que combaten el viejo orden, desde la
autenticidad de la calle, desde los ideales que no se negocian con el FMI, el
Banco Mundial y la OTAN.
Aramayo murió
asediado por la infamia, por la utilización desalmada que se hizo de sus
responsabilidades funcionarias, para concentrar solamente en el, toda la mugre
que significó el manejo del que debió ser modelo institucional económico social
de emancipación honrando el sentido de equidad con el que Evo Morales encabezó
la agenda de Octubre (2003), consistente en la Asamblea Constituyente, la
generación de inclusión social a partir de los preceptos de la nueva Carta
Magna y la nacionalización de los hidrocarburos. Nada de eso sucedió con el
FONDIOC, porque se desfiguró en una agencia de favorecimiento de nefastos
intermediadores sindicales, en uso abusivo de la representación de pueblos y
naciones indígenas originarias campesinas.
Apenas vislumbró
que la carga pesada de las responsabilidades administrativas y consecuentemente
penales de sus actos, recaería casi exclusivamente sobre sus espaldas, Aramayo debió dar un paso al costado. Debió
decir “no pondré mi firma en documento alguno que luego me conduzca a la
cárcel”. Ya se sabe de sobra que resultaba fácil y utilitario endosarle un
manejo irregular sistemático que le desgració la vida hasta conducirlo a la
muerte, resultado de las penurias soportadas bajo un régimen penitenciario que
es la expresión más putrefacta de un sistema judicial que hace aguas por todas
partes, que funciona descontrolado y no aparece hasta ahora un equipo de
pensantes que empiece a enderezar las cosas, considerando, en primer lugar, que
una reforma profunda pasa por una visión transversal que debe contemplar la
educación, la formación académica y el entrenamiento concienzudo en materia de
servicio público, y no por las vociferaciones de iluminados que juegan a
espadachines salvadores.
El lado B del
progresismo le hace el juego a la corrupción y a la amenaza del retorno al
viejo orden. El FONDIOC pasó a formar parte de ese lado B y a continuación
viene lo más nauseabundo: Los adalides
del neoliberalismo, los ladrones de cuello blanco, los vividores de la
democracia pactada, los que venden apartamentos a policías de dudosa reputación
evadiendo impuestos, los que negociaron para beneficio propio nuestros recursos
naturales durante décadas, utilizan a Marco Antonio Aramayo como a un héroe. Manosean su nombre para embarrar al
MAS, a los operadores de justicia y al ministerio público con ruines propósitos
de descalificación de un proceso que es bastante más grande y complejo que el
desastroso manejo de este fondo que ha llevado a la tumba a este pobre señor, para tristeza inconsolable de sus
familiares.
“La estrategia
de la izquierda es no robar” dijo alguna vez el gran Pepe Mujica. En otras
palabras, el progresismo, los instrumentos políticos para la liberación de
nuestros pueblos, terminan pareciendosé a las oscuras corporaciones
transnacionales, cuando quedan atrapados por la codicia y por el individualismo
que enajena. Es la manera más fácil de hacerle el juego al establishment del
primer mundo porque cedieron ante la frívola manera de acceder a Don Dinero a
través del ejercicio del poder. Esos no son progresistas. Esos no son de
izquierda. Son los impostores que hacen trizas los sueños de los que de verdad
creen en las utopías del bien común.
Originalmente publicado el 23 de abril en la columna Contragolpe de La Razón
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