martes, 19 de octubre de 2021

El día en que el banzerismo derrocó a Evo Morales

 

Los admiradores del mítico Victor Paz Estenssoro, líder de la Revolución de 1952 y cuatro veces presidente de la República, ya deberán resignarse ante las evidencias históricas que dan cuenta de la impronta del General Hugo Banzer Suárez en la política boliviana del último medio siglo. El día en que el Doctor Paz decidió apoyar el golpe de agosto de 1971 (98 muertos, medio millar de heridos) hipotecó para siempre al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) que se fragmentó en varios “emenerres” y cabó su tumba que lo tiene como cadáver insepulto desde 2003, año en que Goni se derrumbó por sus crasos errores de apreciación sobre un país que estaba a punto de cambiar. El principal propiciador de la nacionalización de las minas, la reforma agraria, la reforma educativa y la instalación del voto universal, que había renunciado a la presidencia en 1964, producto de la conspiración de su Vicepresidente, el Gral. René Barrientos Ortuño, regresaba del  exilio de Lima para subordinar a su partido al militarismo bien conectado con el poder hegemónico imperial. Dicho y hecho, una vez que las Fuerzas Armadas se consolidaron en el poder, en 1974, Banzer luego de haber utilizado a movimientistas y falangistas para pasarle un barniz de legitimidad a su dictadura,  se deshizo de ellos, para armar un gabinete exclusivo de generales, coroneles, almirantes y contraalmirantes.

A partir de entonces Banzer no dejó de ser más importante y decisivo en la agenda política boliviana que Paz Estenssoro. Tan evidente fue la visión estratégica del dictador de los 70, que en 1985 se acercó nuevamente al MNR, ya en igualdad de condiciones partidarias al  haber fundado Acción Democrática Nacionalista (ADN) en 1979. Banzer había pasado de su septenio autoritario con terrorismo de Estado incluido, al escenario democrático en el que a través del Pacto por la Democracia se recomponía su relación con el MNR pazestenssorista, ofreciendolé apoyo desde el parlamento, sin condicionamientos, y valiéndose de los contactos de un par de tecnócratas de su partido para facilitar la llegada al país del economista de la Universidad de Harvard, Jeffrey Sachs, encargado de escribir los lineamientos inaugurales del neoliberalismo que adquirió carta de ciudadanía con el decreto 21060 que rigió la política económica boliviana durante veinte años. De esta manera, el MNR, la ADN, el empresariado privado y las fuerzas militares sometidas al poder civil democrático, iniciaban un nuevo ciclo en la historia de Bolivia.

PACTO

Banzer había combinado el aceite con el vinagre, amigando al MNR con sus antiguas víctimas de la Falange Socialista Boliviana (FSB) que en pacto civil militar se repartieron el primer gabinete de ministros el 21 de agosto de 1971. Veintidos años más tarde, el mismo General asoció a su ADN con quienes fueran activistas en la clandestinidad que lo combatieron, encabezados por Jaime Paz Zamora del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) poniéndole la firma al Acuerdo Patriótico (AP) entre 1989 y 1993. Dos conciliaciones partidarias de apariencia imposible fueron gestadas por este militar, único en América Latina entre sus camaradas del Plan Cóndor, por haber sido capaz de regresar al poder por la puerta democrática: Sólo en Bolivia podía suceder semejante cosa, dice el lugar común. Banzer se metió al bolsillo a Paz Estenssoro en 1971, se lo sacó de encima en 1974 y se abuenó con él en 1985. En buenas cuentas, hizo lo que le dió la gana con quién alguna vez definiera el poder como un maravilloso instrumento. También lo hizo con los miristas de Paz Zamora, a quienes persiguió en su dictadura por comunistas que querían “sustituír la gloriosa tricolor por el trapo rojo con la hoz y el martillo” para en 1989, a través de un impensado acuerdo entre la derecha y la izquierda con perfil social demócrata (ADN-MIR), sacar otra vez de en medio al cerrándole el paso a la presidencia a Gonzalo Sánchez de Lozada que había ganado las elecciones de ese año.

En 1995 entrevisté al Gral. Banzer en su oficina de la calle Hermanos Manchego (Fundemos) y en el piso 10 del edificio Gloria de avenida Arce, apartamento en el que residía en La Paz. En las dos entrevistas me hizo un par de revelaciones que explican su dimensión: “Decidí romper las negociaciones con Sánchez de Lozada para definir la presidencia de la República porque me ofreció dinero a cambio de mi respaldo. Me ofendió de tal manera que nunca más quise saber de él. Creyó que con su fortuna todo era posible y conmigo se equivocó, por eso al final nos sentamos a conversar con el MIR y decidimos apoyar a Jaime que había sido tercero en las elecciones para que asumiera la presidencia.” En el segundo encuentro le pregunté si era cierto que le había sacado la pistola a Max Fernández, el empresario cervecero, jefe de Unidad Cívica Solidaridad (UCS): “Lo encañoné porque había ofendido mi honor en una nota periodística, lo conminé a que se retractara exactamente en el mismo espacio y con la misma extensión en el mismo medio de comunicación”. Estas confesiones que forman parte de varias de las confidencias que Banzer me hizo, nos permiten, a veinte años de su muerte, extraer conclusiones acerca del temperamento y la determinación de este militar nacido en Concepción, Santa Cruz, bien entrenado por la Escuela de las Américas en tiempos de la guerra fría contra ese enemigo interno, el comunismo, que tenía su epicentro en Moscú y su satélite latinoamericano y caribeño en La Habana.

Banzer hizo posible el Pacto por la Democracia en 1985 y generó el Acuerdo Patriótico en 1989. Y para completar su protagonismo en la construcción del Estado de Derecho en el país, fabricó una Megacoalición para su presidencia democrática (1997 – 2002) en la que entraron como en una bolsa de gatos, además del MIR de Paz Zamora – Oscar Eid, la UCS ya entonces comandada por Johny Fernández luego de la muerte de su padre Max, Conciencia de Patria (CONDEPA) de Carlos Palenque, Nueva Fuerza Republicana (NFR) de Manfred Reyes Villa y hasta el Frente Revolucionario de Izquierda (FRI) del que en sus orígenes fuera jefe del maoísta Partido Comunista Marxista Leninista (PCML), Oscar Zamora Medinacelli, quién había sido su candidato a la vicepresidencia en las elecciones de 1989. En su obsesión por pasar a la historia como un auténtico demócrata, Banzer pactó con ángeles y demonios de los 80 y los 90, con excepción de Sanchez de Lozada, y su legado sigue vigente tal como pudo comprobarse de manera rotunda en el golpe de Estado que llevó a la presidencia a Jeanine Áñez el 12 de noviembre de 2019.

Las operaciones psicológicas de la derecha boliviana tuvieron éxito indiscutible con la instalación de matrices del miedo que conducen a la conspiración como extrema necesidad de sobrevivencia: “Nosotros o los indios”. Así tenemos que Evo Morales es un comunista. Evo Morales nos va a quitar nuestras casas y eliminará la propiedad privada. Evo Morales hará de nuestros hijos, unos ateos al abolir la religión católica. Evo Morales quiere que Bolivia sea como Cuba y Venezuela. De esta manera la acumulación de tensiones y el odio al indio, convertido y funcionalizado en campesino desde la Revolución del 52, que gobernaba Bolivia desde 2006, se hacía cada vez más evidente hasta que llegó el 28 de noviembre de 2017, día en el que el Tribunal Constitucional habilitó una nueva candidatura con un argumento recientemente rebatido por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, decisión que sirvió para cuajar la idea fuerza clave que exigió dos años de trabajo conspirativo: Evo Morales --a título de derecho humano a una nueva reelección-- quiere eternizarse en el poder.

Plenamente posicionada la imagen de un autoritario y prorroguista ante la clase media urbana “apolítica”, Evo Morales creyó que podía capear aguas turbulentas hasta conseguir un nuevo triunfo en octubre de 2019. No cayó en cuenta, y menos sus asesores en contrainteligencia, que al haber enfatizado un discurso antiimperalista y antinorteamericano durante sus tres mandatos consecutivos, efectivamente quedaba demostrado que era un comunista, cuando el comunismo como modelo político-económico en los hechos de la geopolítica mundial había dejado de existir. De esta manera, el banzerismo empezó a funcionar con toda su carga ideológica, y sus matrices culturales de pacto entre civiles, militares y policías, para dar lugar al  derrocamiento del primero gobierno popular con identidad indígena y campesina que había tenido Bolivia desde 1825.

MOTOR

El poder del espíritu del Gral. Banzer fue el nervio motor para que la conspiración fuera exitosa. Tuto Quiroga, su ex vicepresidente, coordinaba la salida de Evo Morales de Bolivia con el Comandante de la Fuerza Aérea, Gonzalo Terceros. Oscar Ortíz que había sido subsecretario en su gobierno democrático (1997-2002), operaba desde el Senado con gran éxito una sucesión presidencial inconstitucional. Desde Santa Cruz, el gobernador Rubén Costas, compañero de Banzer en la fraternidad Los Tauras, hizo de su aparente pasividad personal un arma de control de la capital cruceña en esos días en que no volaba ni una mosca sin el  permiso del Comité Cívico. Luis Fernando Camacho, sin tener profunda conciencia de que el banzerismo podía ser hereditario, uso a su papá, falangista armado en el golpe del 71, para transar con militares y policías que “se pusieran al lado del pueblo”, entendiéndose por pueblo en dicho contexto, al ciudadano movilizado con la tricolor, católico, anticomunista, odiador del indio, nada que ver con el nacionalismo popular de los inicios de Paz Estenssoro en los 50, que en gran medida fue heredado por el Movimiento al Socialismo (MAS) que es nacionalista revolucionario antes que comunista o socialista, aunque el discurso antiyanqui confunda.

Los pocos falangistas de los 70 que quedan, sus hijos y hasta nietos, los militares de esa misma generación, empresarios, agroindustriales y ganaderos, y hasta la sociedad civil a través de grupos de choque como la Unión Juvenil Cruceñista fundada en 1957 por el que fuera ministro de Salud de la dictadura banzerista, otro falangista, Carlos Valverde Barbery, ingresaron en una especie de máquina del tiempo, para que 48 años después de llamar “revolución” al Golpe de Estado, Luis Fernando Camacho, presidente del Comité Cívico Pro Santa Cruz, fuera portador de la herencia del Frente Popular Nacionalista (FPN)  --militares, movimientistas y falangistas, autores del golpe del 71-- para derrocar a Evo Morales de la presidencia, recibiendo además el apoyo de la OEA, la jerarquía católica y de embajadores como el de la Unión Europea, el franquista León de la Torre. La armonía ideológica que se había logrado, contaba incluso con la participación de un ex mirista como Samuel Doria Medina que ayudaría a un pseudoperiodista español de apellido Entrambasaguas en su ingreso a Bolivia como operador de persecuciones mediáticas contra dirigentes del MAS, tal como lo había hecho en Madrid, acosando a Pablo Iglesias, entonces líder del izquierdista Unidas Podemos. Y como actor de reparto completaba el cuadro, el nostálgico pazestenssorista Carlos D. Mesa Gisbert, ex vicepresidente del MNR de Sánchez de Lozada, que sin otra prueba que una interrupción de un conteo no oficial de votos, instaló la matriz “fraude” para iniciar el tramo final de la conspiración.

Aviones de combate sobrevolaban rasantes en El Alto o en Challapata, lo mismo que sucediera con Laikakota en La Paz el 71. Y días después como en el septenio del banzerato, masacres en Sacaba-Huayllani y Senkata, para eliminar masistas ondeando whipalas tal como sucedió en Tolata y Epizana en 1974, arremetiendo contra indígenas quechuas a los que se condenó por subversivos. “Si encuentran un comunista, mátenlo, yo me hago responsable” dijo Banzer en esa trágica oportunidad que ofrecía recompensa por la caza de estos revoltosos, que en la actualidad formarían parte de las “hordas masistas” criminalizadas por un aventajado alumno de los métodos represivos de las dictaduras militares, el ministro de la muerte, Arturo Murillo.

Los dilemas ideológicos acerca de una Bolivia neoliberal, nacional popular, nacionalista revolucionaria o de izquierda nacional, excluyen del análisis al militarismo desarrollista y capitalista de Estado en dictadura y del neoliberalismo en democracia con el que el Gral. Hugo Banzer Suárez se manejó como actor decisivo de la política boliviana. Fue presidente de facto, iniciador de los pactos partidarios en 1985 y en 1989, apoyando a Paz Estenssoro y a Paz Zamora y en reciprocidad, éste último respaldó su presidencia democrática iniciada en 1997 con algo más del 20% de la votación cuando el presidente era elegido de entre los tres primeros en el Parlamento Nacional.

Banzer evitó en 1971 que un soviet boliviano se consolidara con la Asamblea del Pueblo que otro histórico del MNR, fundador en 1963 del Partido Revolucionario de Izquierda Nacional (PRIN) el legendario Secretario Ejecutivo de la Central Obrera Boliviana (COB), Juan Lechín Oquendo, dirigía con la venia de ese otro General de Ejército, Juan José Torres Gonzáles, que presidía el país, y que el 2 de junio de 1976 fuera asesinado bajo las coordenadas del Plan Cóndor, cinco años después de haber sido derrocado por su camarada del Ejército, el en ese momento Coronel Banzer. Aquellos episodios caracterizados por la violencia política y la eliminación del enemigo me provocaron la siguiente pregunta: ¿Cuál era el objetivo del Gral. Terceros de ordenar que el avión en el que Evo Morales aterrizaba en Chimoré fuera llevado al hangar militar del aeropuerto el 10 de noviembre de 2019?

Los fascistas de los 70 y los fascistoides del nuevo siglo han establecido conexiones que forman parte de una manera de hacer política. Cuando no es por el camino de la formalidad democrática de acuerdo a sus conveniencias y a las exigencias de sus estructuras de poder, queda el recurso de la fuerza y del trastocamiento de las obligaciones institucionales en democracia. Así tenemos un país con médicos que hacen paros como arma desestabilizadora. Curas católicos que arman reuniones paralelas a la formalidad democrática para definir el destino de la presidencia del Estado. Embajadores que meten sus narices hasta en las habitaciones de los refugiados políticos tal como lo hacía el de la Unión Europea, León de la Torre, en la residencia de la embajada de México entre el 11 y 12 de noviembre de 2019. Conversos e impostores disfrazados de defensores de los Derechos Humanos que aborrecen a los “izquierdos humanos” y por eso nada más defienden a Jeanine Áñez y hacen silencio acerca de los masacrados y humillados, aymaras y quechuas, de Sacaba-Huayllani y Senkata.

LEGADO

Este es el legado que Banzer le ha dejado a Bolivia. Luchar contra los enemigos y ponerles la etiqueta que convenga a cada coyuntura para sacarlos de en medio. Lo que el General ya no sabe es que las indias y los indios bolivianos aprendieron a ganar elecciones. Superaron el miedo a que uno de los suyos, iletrado, sin estudios universitarios, pero con gran capacidad de conducción sindical,  pudiera ser presidente del país “para gobernarnos a nosotros mismos” como ha afirmado recién el vicepresidente David Choquehuanca. Lo que el dictador de los 70 tampoco puede ya saber, pero sus herederos sí, es que los instrumentos político sindicales de las mayorías bolivianas han funcionado catorce años con un gobierno que demostró que era posible ser pragmáticos --“nosotros hablamos y negociamos con todos”, me dijo alguna vez el ex vicepresidente Alvaro García Linera—pero con sujeción a la identidad plural de un Estado que ahora tiene visibilizados a todos sus actores étnicos, fundamentalmente a aquellos que hasta hace dos décadas, se avergonzaban por sus  apellidos y ahora los llevan con orgullo pronunciándolos a voz en cuello.

Incluido el golpe del que fuera su ministro de Asuntos Campesinos y Agropecuarios, Gral. Alberto Natusch Busch en 1979 contra Guevara Arce, otra vez, con la complicidad del MNR --Bedregal Gutiérrrez – Fellman Velarde con Paz Estenssoro por detrás-- que derivara en la Masacre de Todos Santos, Hugo Banzer Suárez pasó de la brutalidad de las dictaduras militares, con la suya como la más importante por duración y posicionamiento ideológico, a los pactos en democracia para regresar al poder “por las buenas”. Pero la historia lo enseña, cuando un indio campesino desbodediente es capaz de obsesionarse con el ejercicio presidencial, hay siempre la posibilidad de arrebatarselo a la mala, tal como sucedió en 1971 cuando los obreros comunistas y trotskistas pretendían consolidarse como factor poder.  Sin la salvadora presencia de Banzer o su nefasto legado, según desde donde se lo mire, el país de los últimos cincuenta años no podríacomprenderse si no se lee con rigurosidad crítica el trayecto de este General nacido en un pueblo chiquitano, al que los cruceños que saben de historia, le llaman el pueblo de los gatillos fáciles.



Originalmente publicado en La Razón el domingo 29 de agosto como parte de la serie Memoria y Archivo

 

 

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