El Secretario Ejecutivo de
Falange Socialista Boliviana (FSB), Sergio Portugal Jofré (junio, 2001) publicó
un documento que con el título “Bolivia engrandecida y renovada”, da cuenta detallada
de aspectos que caracterizaron las violaciones a los derechos humanos cometidas
durante los gobiernos del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) entre 1952 y 1964: Inicio de la persecución. Gobiernos promotores de la represión
política. Asesoramiento de elementos extranjeros para la represión. Violaciones
de los derechos humanos. Violación de los derechos constitucionales, que
prohíben la proscripción por motivos políticos. Confiscaciones de bienes, robo
a los detenidos, allanamientos de morada. Víctimas de la represión. Control
Político. Autores de represión y torturas. Algunos métodos de tortura
utilizados. Campos de concentración. Algunos casos sobresalientes de
persecución. Gran redada del 15 de abril de 1955. La primera “Marcha del
hambre” de 1956, en el mundo. El primer secuestro aéreo en la historia del
mundo. Violación de la autonomía universitaria. Ataques contra Santa Cruz.
Primera invasión de Santa Cruz. Matanza de Terebinto y Poza de Las Liras.
Matanza de Cuartel “Sucre” y asesinato de Oscar Unzaga de la Vega.
En dicho contexto, Claudio San
Román y Luis Gayán Contador fueron los mastines de la peor cara del proceso
político asentado en la legitimidad de sus transformaciones ciudadanas y sociales con el respaldo de milicianos
y barzolas, algo así como los paramilitares de los períodos de facto que
emergerían progresivamente después, con la llegada de René Barrientos Ortuño al
poder, el 4 de noviembre de 1964, iniciando casi dos décadas de gobiernos
militares dictatoriales.
La imagen actualizada que tenemos
de Paz Estenssoro y Siles Zuazo nos remite a la de un líder que terminó
convirtiéndose en el iniciador de la era neoliberal en democracia (1985) y a la
del segundo jefe movimientista pactando a través de la llamada Unidad
Democrátrica Popular (UDP, 1982) con la izquierda representada por su propio
partido, el Movimiento Nacionalista Revolucionario de Izquierda (MNRI), uno de
los tantos desprendimientos del partido revolucionario original, junto con el
Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y el Partido Comunista de Bolivia
(PCB), y convirtiéndose en el vehiculador del complejo tránsito de las
dictaduras hacia el ejercicio de una democracia plena y plural con los
espectros de la violencia política ahuyentados, vaya paradoja, por el
desgobierno y la ingobernalidad que derivó en una feroz hiperinflación que
obligó a un adelantamiento de elecciones para 1985.
La imagen de Paz Estenssoro de los años 80
conservó parte de un perfil autoritario y violento, reprimiendo sin
contemplaciones la llamada “Marcha por la vida” y confinando a dirigentes políticos y
sindicales a la localidad de Puerto Rico, departamento de Pando, tal como
hiciera en décadas pasadas en que puso en funcionamiento los campos de
concentración descritos en esta investigación, para aplicar con la vía
despejada el decreto 21060, mientras que la de Siles Zuazo sería la del líder
bonachón y condescendiente que todo lo permitía, incluído el desgobierno
generado por la Central Obrera Boliviana (COB) encabezada por el mítico y
también movimientista de origen político, Juan Lechín Oquendo, perteneciente al
ala de izquierda del MNR y en su momento candidato a la vicepresidencia junto
al pragmático Paz Estenssoro. Ese “Doctor Siles” nada tenía que ver con aquél que
alentó la reapertura de esos mismos campos de concentración y acciones
persecutorias y represivas contra sus adversarios de los 50 y 60.
Como hemos podido leer, los Estados Unidos de América fue un aliado
fundamental de esta que podríamos llamar “Revolución vigilada”, --y por lo
tanto no considerarla una auténtica Revolución en el sentido pleno de la
palabra-- a través del financiamiento de la represión e incluso la formación
técnico profesional de San Román en el mismísimo corazón del tan cinematográfico
FBI, algo así como un Ministerio Público con licencia para emplear todos los
métodos que fueran necesarios para neutralizar delincuentes y enemigos
políticos del sistema, no importando los grados de violación a los Derechos
Humanos a los que pudieran atreverse.
Los Estados Unidos, a través de
su embajador Douglas Henderson (1963-1968), llegaron al extremo de pertrechar
de armamento a las milicias organizadas y dirigidas por el propio San Román con
la presencia de la CIA, de USAID, de la Alianza Para el Progreso, agencias que
monitorearon y respaldaron el proceso político de entonces que ingresó en fase
de crisis terminal cuando las Fuerzas Armadas irrumpirían en acción a la cabeza
del Gral. René Barrientos Ortuño.
Thomas C. Field Jr. registra en
cuerpo, alma y esqueleto, la sujeción de los gobiernos movimientistas a los
Estados Unidos en su extraordinaria investigación Minas, balas y gringos – Bolivia
y la Alianza para el Progreso en la era de Kennedy (2014):
“Con un fuerte apoyo de Washington, el presidente Victor Paz Estenssoro
se empeñó en arrastrar a Bolivia hacia su visión de modernidad. Su enfoque
autoritario del desarrollo estaba alimentando la rápida militarización del
campo boliviano (zonas rurales), y las Fuerzas Armadas habían sido desplegadas contra
los mineros recalcitrantes. Descritos por modernizadores en La Paz y Washington
como obstáculos para el progreso económico, los izquierdistas abandonaron en
masa al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) de manera tal que el
partido revolucionario se atrofió hasta convertirse en el reducto de
tecnócratas del desarrollo y oficiales militares. Mientras Paz Estenssoro
comenzaba su tercer mandato --discutible
desde un punto de vista constitucional, cambiando la constitución para
habilitarse a una nueva reelección durante un Estado de Sitio con el apoyo de
Lechín (nota de investigación periodística)—los mineros de izquierda y las
guerrillas de derecha luchaban para derrocarlo. La izquierda boliviana había
sido finalmente empujada a un incómodo acercamiento con los eternos enemigos de
derecha del MNR, alejada por el reciente anticomunismo de Paz Estenssoro, por
un trato autoritario con los obreros y por su descarada alianza con los Estados
Unidos. A pesar de todo, la administración Johnson (Lyndon/ 1963 -1969) nunca
se apartó de un enfoque favorable al MNR que su predecesor había asumido,
incluso cuando Paz Estenssoro enfrentó una amplia insurrección popular. Hacia
mediados de 1964, el régimen del MNR operaba exclusivamente a gusto y antojo de
las Fuerzas Armadas, y el desarrollo impulsado
por los militares amenazaba con asumir un significado más literal.”
“Con el inquebrantable apoyo de la liberal Alianza para el Progreso --nota
de investigación periodística: dedicada entre otras tareas al control de la
natalidad y a la esterilización de mujeres campesinas en las áreas rurales, a
través de los llamados Cuerpos de Paz--, el Presidente Victor Paz procedió a
crear un Estado autoritario orientado al desarrollo, dedicado a la
transformación de Bolivia según su visión de una nación moderna. Las
conspiraciones de izquierda y de derecha contra su gobierno fueron numerosas a
mediados de 1964, pero el asediado reformador sobrevivió, en gran parte gracias
a la férrea resistencia de la administración (Lyndon) Johnson (Presidente de
los Estados Unidos, sucesor de Kennedy, luego de su asesinato) a un golpe militar. Sin embargo la implacable
presión estadounidense para que el régimen de Paz Estenssoro rompa las
relaciones diplomáticas con Cuba equivalía a echar por tierra el maquiavélico
modus vivendi del líder del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) con el
comunismo interno. A medida que más facciones de la izquierda se sumaban a la
conspiración contra Paz Estenssoro, los líderes militares del país hicieron oídos
sordos, con mayor frecuencia, a las recomendaciones de Washington. Frente a una
sociedad cercana a la rebelión total, los generales del presidente finalmente
se echaron para atrás. Antes que dirigir sus armas contra sus compatriotas en
nombre del desarrollo, el Alto Mando militar forzó a Paz Estenssoro a dimitir a
principios de noviembre de 1964. Decenas e intrincadas conspiraciones habían
fracasado en su intento de derribar al MNR a lo largo de sus doce años en el
poder. Para los autoproclamados nacionalistas revolucionarios del país,
resultaba una cruel ironía ser derrocados mediante un confuso y azaroso golpe,
puesto en marcha por uno de los suyos, el general René Barrientos. “
Todo pasa (La impunidad y la
cultura política boliviana)
Sin juicios de responsabilidades,
sin investigaciones concluyentes, sin la conformación de comisiones de la
Verdad para todas las épocas, se ha construído
la cultura política boliviana inaugurada a mitad del siglo XX, con la
irrupción de la Revolución de 1952, que ha transitado por las rutas del “todo
pasa”, de la impunidad y sin el debido esclarecimiento de asesinatos políticos,
conculcación de derechos ciudadanos, y violaciones a los derechos humanos
relacionadas con la libertad política, de pensamiento y expresión.
Hay un elemento fundamental en
nuestra historia del poder, relacionada con los pactos partidarios que suele
contribuir a extender dichos mantos de impunidad nunca más descorridos. Así
sucedió con la conformación del Frente Popular Nacionalista (FPN) creado por el entonces Coronel Hugo Banzer
Suárez, instalado en la presidencia de la República, luego de derrocar al Gral.
Juan José Torres Gonzáles a través de un cruento golpe de Estado (19-21 de
agosto de 1971), que tuvo la capacidad de juntar al Movimiento Nacionalista
Revolucionario (MNR) y a Falange Socialista Boliviana (FSB) bajo las
directrices de las Fuerzas Armadas de la Nación para conformar un gobierno
“anticomunista”, con claridad acerca de lo que la estrategia norteamericana de
entonces llamaba el “enemigo interno”, alentada doctrinalmente desde la llamada
Escuela de las Américas por la que Banzer pasó en su trayectoria de formación
militar que es definida de la siguiente manera por el periodista Mariano
Vázquez: “Establecida en 1946 en Panamá, allí se formaron 61.000 militares
latinoamericanos de 23 países en técnicas de contrainsurgencia, tortura,
infiltración, espionaje y persecución de opositores. El aprendizaje que
recibieron lo utilizaron para sumir a la región en su hora más oscura. El
Terrorismo de Estado y la Doctrina de Seguridad Nacional fueron implementados
por las dictaduras utilizando la desaparición forzada como método.”
De esta manera, quedaba
extinguido para siempre el legítimo reclamo por justicia de parte de
falangistas contra movimientistas, por la memoria contra el autoritarismo y la
instauración del terrorismo de Estado ejercido en los 50 y parte de los 60
durante los doce años de gobierno de la llamada Revolución Nacional. Podría asumirse como una especie de síndrome
de Estocolmo con víctimas finalmente enamoradas de sus victimadores de ayer,
con las que llegan finalmente a un acuerdo con el propósito de gozar del
ejercicio del poder, no importando cuanto de tragedia y escombros humanos hayan
quedado atrás. Esta es la interpretación que suele no encararse a la hora de
preguntarnos por qué los crímenes políticos a cargo del movimientismo de Paz
Estenssoro y Siles Zuazo quedaron en la impunidad, y no sólo eso, por qué luego
de superada la etapa de las dictaduras militares regresaron para gobernar sin
que se revisaran y procesaran trayectorias o prontuarios políticos, erigiendo a
Siles Zuazo, como ya dijimos, como el paladín de la restauración democrática
con todas las libertades vigentes que ello implicaba, y a Paz Estenssoro como el
salvador de la patria, recuperándola de la debacle económica sustentado en el
Consenso de Washington, en gran medida provocada por la ineptitud gubernamental
de la UDP que reinauguró el Estado de Derecho el 10 de octubre de 1982.
Hay que concebir al MNR, a FSB y
a las FF.AA. de la nación como un triángulo de articulación del proyecto de
poder de los 70 más tarde reproducido con el Pacto por la Democracia firmado en
1985 por Banzer y Paz Estenssoro, jefes de partidos políticos inscritos en el
Estado de Derecho, y por supuesto que con la conformación del Acuerdo
Patriótico (AP) en el que el ya General, Banzer, con su partido Acción
Democrática Nacionalista (ADN) cerró un acuerdo con Jaime Paz Zamora del
Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), organización política nacida en
la clandestinidad y perseguida por las dictaduras encabezadas por el propio
Banzer que logró la “hazaña” de producir un “entendimiento” político en dos
momentos distintos: Primero con el MNR y FSB entre 1971 y 1974, y ya en democracia
entre su propio partido ADN con el MIR para cogobernar entre 1989 y 1993.
De esta manera, a través de
episodios histórico-políticos rocambolescos, la impunidad en el ejercicio de la
violencia política en Bolivia sigue intacta, aunque la Revolución del 52 exija
continuamente revisionismo histórico para relativizar su importancia
transformadora, debido, precisamente, a su falta de autenticidad, a partir de
la dependencia del gobierno boliviano a los designios imperiales, de la gran
corrupción que es capaz de generar un proyecto político hegemónico y de la
violencia política, y por lo tanto el autoritarismo que debiera desactivar
legitimidad, pero que con la fuerza de un poder mayoritario termina
imponiéndose y permitiendo una narrativa oficial, encargada de esconder o
invisibilizar las grandes sombras que ayudan a dimensionar la importancia de su
gravitación política, económica, social y cultural con exactitud.
Memoria y justicia, son los
elementos y valores centrales que terminan siendo subsumidos –desaparecidos— y
que ponen en evidencia ese Todo pasa, que sirve para consagrar el olvido y la
infamia.
Publicado en el suplemento Animal Político del diario La Razón el 11 de octubre
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