Los dioses que protegen los ajayus de
nosotros mortales, o que los desatienden por inequívocas sospechas de
falta de fe, prefieren los caóticos hervideros humanos como las canchas
de fútbol que los laboratorios donde se pueden incubar controlados y
gélidos proyectos en ordenadores de última generación, pero que
ciertamente no están programados para componer cánticos de aliento a un
equipo o para gritar goles como se debe.
Los dioses
que ahora danzan en la cumbre cordillerana son desde diciembre del
pasado año atigrados. Como nunca había conocido en toda su historia de
lucha y gestos lindantes con lo sobrehumano, The Strongest ha sido
bendecido por la suerte, esa que como este mismo periodista afirmara
hace un par de semanas, también juega, siempre y cuando sea invocada con
transparencia y combatividad.
Suerte de campeón le
llaman los amantes de los clichés. Suerte de buscadores que jamás se
rinden habría que decir en este caso, porque la posta que Mauricio Soria
le pasó a Eduardo Villegas para asumir la conducción atigrada estuvo
desde un principio cargada de serenos ánimos de transición, luego de ese
espantoso contraste frente a Aurora (1-2) en el Hernando Siles que
presagiaba quedar en la tabla muy cerca a los candidatos al descenso
indirecto.
Y ayer, la suerte stronguista fue la suma
de sus propios méritos para ganarle a San José con ese rebote en los
pies del portero Lampe de soberbia actuación hasta ese momento, que supo
aprovechar Melgar para sellar el resultado, pero a esa suerte debían
confluir otros resultados para obtener el título y eso en primer lugar
pasaba por la derrota o empate de Oriente Petrolero frente a Nacional
Potosí.
Desde el jueves he confirmado por qué en la
numerología soy afecto primero al siete y después al ocho. Creo que a
partir de ese día decidí invertir el orden de mis prioridades
cabalísticas, pues gracias a los ocho goles atigrados anotados frente a
Guabirá fue posible llegar con la ventaja del gol diferencia que se
convirtió en el factor que definió la obtención del bicampeonato. Ni uno
más, ni uno menos, ocho, considerando que los montereños supieron
anotar el gol del honor, pues eso sería lo último que se pierde.
El gran jugador aurinegro de estos tiempos se llama Pablo Escobar. Por
temperamento y oficio, por interpretar con extraordinaria sensibilidad
en qué consiste eso de sacar la garra en el momento preciso. Potente,
versátil, con el arco adversario metido entre ceja y ceja es el
referente que anima a que en las gradas la pasión se encienda en cada
jornada. Y a lado de él figura Alejandro Chumacero, el socio perfecto
para armar todas las travesuras posibles que gracias a tener ojos en la
nuca, con ese giro hacia la izquierda sobre su propio cuerpo ejecuta el
pase perfecto para el 1-0. Escobar-Chumacero es el primer argumento que
marca la diferencia, donde el temperamento y la calidad se conjugan,
sabedores, ellos, que vestir la camiseta atigrada es vestir la camiseta
más emblemática del fútbol boliviano.
Fue un domingo
perfecto de fútbol. Hasta el mediodía quienes tuvimos el acceso a los
partidos cruciales de la Premier League inglesa, pudimos asistir a un
par de lecciones donde la ética deportiva es el primer valor a honrar si
se quiere llegar lejos. El Queens, colero del torneo le ganaba 2-1 al
Manchester City, y en el otro partido decisivo, el Manchester United se
imponía 1-0 al Sunderland que aunque no tenía nada que hacer en términos
de premios, le jugaba al equipo de Fergusson como si fuera el último
partido de su existencia. Sucedió que entre los minutos 90 y 95, los
celestes del City dieron vuelta el marcador. El Kun Agüero puso el 3-2
con la estampa de los definidores de raza y así se resolvió el título de
la liga más extraordinaria del planeta.
Horas después llegaría una tarde colapsada por las emociones en las que por
minutos fueron campeones The Strongest, San José y Oriente Petrolero.
Los tres se lo jugaron todo, como también lo hicieron Nacional Potosí,
Real Potosí y Blooming, mientras lamentablemente sucedía que en La Paz
una gigantesca camiseta bolivarista había sido desplegada en la curva
norte de un estadio más desierto que el del Sahara.
El peso de la casaca y la profunda fe en sí mismos, que no es otra cosa
que un camino abierto por las almas, ha sido determinante para que ayer
nuevamente The Strongest le haya cambiado el ánimo a nuestra alta La
Paz, esta ciudad que dispara desde sus cuatro costados llamaradas de
celebración contra ese límpido cielo invernal que la hace única.
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