miércoles, 4 de agosto de 2021

Analista de manual

 

El día en que archondito redactó que una dupla política interesante y con proyección ganadora en elecciones presidenciales la conformaban Juan del Granado y Ernesto Suárez, llegué a la conclusión de que los estudios de posgrado no garantizan lucidez y talento para la prognosis. Suficiente con una simple observación para verificar en qué lugar del tablero político han terminado el ex mirista y el ex adenista. De todas maneras, el analista en cuestión siguió empeñado en ser un funcionario aplicado, pues pasó del Banco Mundial a la representación boliviana en Naciones Unidas en el gobierno de Evo Morales con el que más tarde terminaría enemistado, debido a la chambonada encabezada por un persecutor que lo acusó de haber asumido como embajador de manera indebida, ya que el cargo se lo había dejado en bandeja de plata su antecesor-jefe, Pablo Solón. Desde entonces, el ahora habitante de Puebla, México, emprende sistemáticas arremetidas contra Evo, el MAS, y contra quienes lo expulsaron hacia la vereda de enfrente: Una suerte de embajador que respira por una herida que no sanará nunca.

Dice el analista, oficio que ejerce con fruición, que lo sucedido en noviembre de 2019 es “un intento de falsificación del pasado inmediato” y que según Edward Luttwak, para que haya golpe de Estado son indispensables las condiciones de “infiltración y desplazamiento”, que “no hay golpe si el motor es la gente movilizada”. Para completar su cuadro de interpretación de los hechos, afirma que “todo golpe transcurre del mismo modo”. Estas afirmaciones certifican que para el autor de “Incestos y blindajes” (2003) el  libro-demolición contra Raúl Garafulic padre, y que ahora escribe para el diario de Raúl Garafulic hijo, el concepto de golpe suave no existe, y en el que la llamada estrategia de lawfare es producto de nuestra afiebrada imaginación y por lo tanto lo que sufrió Dilma Rousseff en 2016 a través de un impeachment hurdido por la derecha brasileña bien secundada por los militares, no habría sido un Golpe de Estado.

Lo interesante del analista de manual es cómo justifica entre líneas su condición pitita, al atribuirles a las clases medias urbanas que salieron a gritar “fraude!” la legitimidad necesaria para forzar la renuncia de Evo Morales del gobierno, ignorando deliberadamente a la otra gente movilizada que salió con wiphalas a cerrar filas en defensa de su proceso histórico político y que entre el 15 y el 19 de noviembre fue reprimida y acribillada con un saldo de casi cuarenta muertos, dos centenares de heridos y la inauguración de un régimen represivo, criminalizador y judicializador-extorsivo de la política. En otras palabras, hay una legitimidad que vale y la otra no, vieja práctica de ninguneo e invisibilización de los nadies, a cargo de los operadores del establishment.

El analista dice que la narrativa del “Golpe de Estado” es la mentira del año y por lo tanto, los que creemos firmemente que hubo un quebrantamiento de la institucionalidad democrática boliviana, somos unos mentirosos afanados por querer imponer nuestra versión como verdad histórica. Pues bien, en este tramo corresponde subrayar que a este analista se lo entiende mejor por lo que no dice. Por lo que no quiere mirar. Ni escuchar. Porque incluso concediéndole que no hubo Golpe de Estado, apoyado en su autor de cabecera, Edward Luttwak, sabe perfectamente que la sucesión de Jeanine Añez fue inconstitucional. Que en ese camino del tránsito de segunda vicepresidenta del Senado a Presidenta del Estado Plurinacional, violó por lo menos una docena de leyes tipificadas en el Código Penal como resoluciones contrarias a la Constitución. Que si bien no se suprimió el funcionamiento de la Asamblea Legislativa Plurinacional, Áñez ejerció la representación del Órgano Ejecutivo de facto, considerando que esa legitimidad a la que se refiere el analista estuvo sustentada en motines policiales que contravienen el ordenamiento jurídico, lo mismo que la “sugerencia” de renuncia a cargo de los militares, que también, según su ley orgánica, no deliberan, es decir, están impedidos de actuar en la arena política. ¿Levantamiento popular? ¿Legitimidad?¿Y la legalidad?¿De qué hablas Willis?

El analista quiere creer en los golpes de Estado estereotipados por Hollywood. Y para no reconocer que Áñez y sus colegas senadores Murillo y Ortíz tomaron por asalto el gobierno, recurre a una biblografía en la que no se consignan los golpes blandos y las guerras de cuarta generación, y tampoco está escrito cómo los militares,  los curas de la jerarquía eclesiástica y los embajadores –el tardofranquista León de la Torre de la Unión Europea a la cabeza—se atribuyen “legitimades” que nadie les ha otorgado para decidir en nombre del pueblo. Hay una diferencia abismal que enfrenta la legitimidad contra la injerencia y la violación del Estado de derecho.

El 9 de diciembre de 2020 en su H Parlante-Facebook, el analista se refiere a este periodista: “él sí sabe de lo que escribe”. Con este alegato ya no tendrá dudas acerca de su afirmación.



Columna Contragolpe, originalmente publicada en el diario La Razón el sábado 24 de abril 

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