El
desconocimiento al resultado de un referéndum (21 de febrero de 2016), la
habilitación forzada de Evo Morales a la repostulación presidencial a través
del Tribunal Constitucional aduciendo candidatura como derecho humano, y la
conducta fraudulenta de vocales del Tribunal Supremo Electoral suspendiendo y
rehabilitando arbitrariamente el conteo rápido no oficial –que no equivale a un
fraude comprobado—dieron lugar al golpe de Estado del 10 de noviembre de 2019,
iniciado por el candidato de Comunidad Ciudadana, Carlos Mesa, gracias al
precipitado pronunciamiento de la comisión de observadores de la OEA que
cantaron “inexplicable cambio de tendencia en el escrutinio” cuando el TREP fue
injustificadamente interrumpido y repuesto entre el 20 y el 21 de octubre.
Los autores del
golpe son, por orden de actuación, detrás de Mesa, Luis Fernando Camacho,
entonces al mando del Comité Cívico Pro Santa Cruz, los jefes policiales
amotinados en las capitales de departamento, el Alto Mando Militar que le
“sugirió” renunciar a Evo Morales a través del Gral. Williams Kaliman,
Comandante en Jefe; Jorge Quiroga Ramírez junto con su abogado Luis Vásquez Villamor,
coordinadores de acciones logístico jurídicas para que el depuesto presidente
pudiera salir del país y Jeanine Añez accediera a la silla por la vía de una
sucesión que no le corresponde (artículos 169 y 170 de la Constitución Política
del Estado), un poco más atrás, el Senador de Demócratas, Oscar Ortíz, el jefe
de Unidad Nacional, Samuel Doria Medina y la participación injerencista de los
embajadores de la Unión Europea, León de la Torre, y de la República Federativa
del Brasil, Octavio Henrique Díaz, así como
la de Monseñor Eugenio Scarpellini (QDDG) en representación de la
sacrosanta y siempre entrometida iglesia católica, autonombrada para participar
en asuntos terrenales de orden político.
Estos mismos
actores saltaron al escenario electoral previsto para este 2020, con un
candidato que presentaba síntomas de hipocondria, temeroso de salir de casa
para hacer campaña cuando la pandemia lo permitía, el otro georeferenciandosé
como nuevo libertador desde Santa Cruz de la Sierra, y en tercer lugar el heredero del dictador
Banzer, nombrado en primera instancia embajador para explicarle a la comunidad
internacional lo sucedido en Bolivia, para mas tarde convertirse en candidato
(Libre 21) que hizo de la adjetivación sin pausa contra el MAS y sus candidatos,
su intento por trascender ese uno por ciento de las encuestas que le
aconsejaban que se bajara para que el papelón no fuera mayúsculo.
En el primer
escenario, en aquél que pudieron haber acomodado las piezas desparramadas del
rompecabezas, la comedia de equívocos dió inicio cuando Jeanine Añez decidió
descaderar a quienes la hicieron presidenta, lanzándose a la candidatura de una
alianza creada al vuelo –Juntos--,
decisión cuestionada hasta por antiestética, en momentos en que el
coronavirus se convertía en el dispositivo de control sanitario y psicológico
del país, con patrullas de uniformados con trajes de camuflaje transitando las
calles desiertas de las ciudades y el ministro de Gobierno, que se pasó el año
entero, amenazando y pronunciando ultimátums
--hasta carcomer su ilegítima base de sustentación--, instruyendo
investigaciones para perseguir a militantes y a ex personeros gubernamentales
de la última administración masista y así llegamos, luego de tres diferimientos
con olor a prorroguismo, al 18 de octubre que convirtió la demagógica frase de
que un año atrás se había producido en Bolivia un fraude “monumental” en una
derrota como never in the life por la falta de lectura actualizada de lo que
es hoy el país, a partir de la negación de ese sujeto histórico denominado indígena
originario campesino, núcleo de imbatibilidad electoral, ahora sin Evo Morales en
la papeleta.
Además de unos
estrategas desangelados y míopes, hay que apuntar en el coro desafinado de
activistas que creían saber cómo hacer para evitar el retorno del partido azul,
al oportunista de Puebla, desempolvando sus archivos para recordarnos que
alguna vez dijo que David Choquehuanca es un “buen tipo” y al redactor
paraestatal de una burbuja digital que en lugar de denunciar internacionalmente
el violentamiento y la interrupción de nuestro Estado de Derecho, no tuvo mejor
idea que jugar a persecutor mediático publicando fotos de algún colega “zurdo”,
como diría Arturo Murillo, casi invitando al linchamiento: Esa es la estruendosa
“independencia” periodística de quienes juegan con la ventaja de las bayonetas auspiciando sus palabras.
Son tan culpables de este nuevo fracaso de la derecha, como los candidatos a
los que alentaron.
En el contexto
masista del pasado reciente, es bueno precisar que es el momento del no retorno
de aquél ministro que torpedeo el nuevo Código Penal desde dentro porque no lo
había hecho él, poniéndole palos a la rueda a sus compañeros asambleistas. Ni
hablar de ese otro ministro saliente, que junto con su susituta esperaban en
plan emboscada en una vagoneta al dirigente del Chapare, Andrónico Rodríguez en
el aeropuerto del El Alto, con el propósito de conducirlo a una reunión con los
golpistas para firmar la “pacificación” nacional. Es hora de que quienes
convencieron a Evo de su inmortalidad, queden, como corresponde, al costado del
camino, sin perder la oportunidad de hacer silencio para que el Instrumento
Político para la Soberanía de los
Pueblos pueda demostrarse a si mismo y a todo el país, que trascender al líder
histórico es continuar en las grandes
batallas, desde la Bolivia profunda, esa a la que se niegan a viajar los que
creen que para hacer campaña, la realidad se puede monitorear exclusivamente
desde un escritorio.
Originalmente publicado en columna Contragolpe. Diario La Razón, 24 de octubre de 2020.
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