La sabiduría y lucidez de Ana María Romero de Campero me
enseñaron que este oficio del periodismo, por tratar a diario con la coyuntura
como sustento fundamental en la elaboración de contenidos noticiosos y
opinativos, es presa, muy frecuentemente, de la superficialidad y un margen de
error en las apreciaciones temáticas que toca encarar, bastante más altos que
los de otros oficios o disciplinas profesionales. En ese contexto miro hoy cómo
algunos que en cierto momento de sus trayectos fueron periodistas, habitan la
cotidianidad con el desagrado que les produce la persistencia de Evo
Morales en la continuación del ejercicio
del poder para alcanzar los objetivos que se ha propuesto hacia 2025, cuando
Bolivia deba celebrar el bicentenario de su fundación republicana. Ese
desagrado ha afectado objetivamente la calidad y la transparencia con la que
pretenden continuar sus carreras y los ha convertido en seres de trajes grises,
que hasta por la inauguración de un nuevo estadio de fútbol se indigestan. Es
aceptable y comprensible el ejercicio del conservadurismo o la simpatía por los
amos del norte, pero que eso tenga que afectar el buen funcionamiento del
estómago y el sentido del humor, resulta penoso y digno de una resignada
tolerancia.
Dicho esto, y sin ninguna otra pretención que la de entregar
este espacio del que dispongo en ANF, me planteo el desafío de hacer del Ahora,
una especie de catapulta para la mirada que debe proyectarse en el tiempo
acerca de acontecimientos que marcarán nuestra historia más allá de las
frívolas refriegas electorales tan momentáneas como intrascendentes, y en esa
lógica digo que el 01 de octubre de 2018 será un día fronterizo entre el antes
y el después del problema marítimo, de una reivindicación a la que Bolivia
nunca renunciará, sencillamente porque nació a la vida como país, con costa
soberana sobre el Océano Pacífico.
En el juicio planteado por nuestro país ante la Corte
Internacional de Justicia de La Haya, exigiendo la demanda de obligatoriedad a
negociar que tiene Chile, Bolivia ha acertado por donde se vea: Estrategia
sólida, abogados competentes y experimentados, un Embajador y Agente muy
concentrado en su trabajo, al que jamás se le ha escapado un adjetivo
agraviante en contra de ningún personaje de la política exterior chilena y un
presidente del Estado, enfocado en conseguir que la comunidad internacional, a
través de una de sus principales instancias multilaterales en materia jurídica,
reconozca la existencia de un asunto pendiente de territorialidad y acceso al
mar que la mismísima República de Chile se encargo de reconocer en distintos
momentos del siglo XX y del siglo XXI.
A quince minutos de las diez de la mañana del 01 de octubre,
a nueve días de recordarse los treinta y seis años de la recuperación de la
democracia concretada el 10 de ese mismo mes de 1982, los jueces instalados en
el Palacio de la Paz, habrán dicho su palabra y estamos casi convencidos que
instando, a través de su fallo, a que Bolivia y Chile se sienten a conversar
–lease negociar--, desde ahora respaldados por el derecho internacional, no
para revisar el Tratado de 1904, no para que se nos devuelva Antofagasta, no
para instalar una caricaturesca soberanía ya que eso debe quedar en el
anecdotario de los escibidores de twitter, sino mas bien, para instalar un
diálogo que esta vez no quede suspendido o mañosamente interrumpido, sino para buscar
una solución en la que nuestros dos países, deberán encontrarla de una serie de
alternativas que no dañen a Chile en lo más mínimo, y favorezcan a Bolivia en
su irrenunciable vocación de regreso al Pacífico. Eso es todo. Para algunos es
nada, para otros demasiado desafío, y complejo como cualquier laberinto, que después
de haber ensayado varios caminos dentro de él,
tiene objetivamente una sola entrada y una sola salida.
Originalmente publicado en la sección Opinión de la Agencia de Noticias Fides (ANF) el 14 de septiembre.
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