Admiración,
pasmo, extrañeza, estupor, perplejidad, estupefacción, sorpresa, maravilla,
fascinación, deslumbramiento, embobamiento, embeleso, arrobamiento, conmoción.
susto, espanto, sobrecogimiento. Todo eso es lo que provoca la capacidad humana
para el asombro, la necesidad casi instintiva de incorporar experiencias para
sentir que estamos vivos y que nuestros haceres cotidianos avanzan cargados de
sentido existencial. Y todo eso es lo que precisamente se encuentra en
entredicho en esta nueva época en la que el odio y la indiferencia, el
desprecio y el ninguneo se ejercen de manera especializada. La fórmula consiste
en dejar de asombrarse por todo y por nada, dejar de lamentarse por asuntos que
con una buena estrategia marketera y política pueden terminar naturalizándose.
Que sufran los que mueren con las bombas, las torturas, el hambre, la
devastación de la naturaleza, los demás a tomar las cosas con la liviandad con
la que una adolescente curvilinea mueve las caderas haciendo un tik tok de 30
segundos. Manipulación pura.. Adormecimiento perfecto. Nos fuimos a la
mierda…pero bailando.
Benjamín
Netanyahu es el Hitler del siglo XXI. Un genocida del que no se admiten
matices. Continúa propiciando una matanza sistemática de palestinos que va
mucho más allá de quienes militan o empuñan metralletas en Hamas. Se trata de
niños, mujeres y ancianos que han muerto como moscas abatidos por el poder
militar israelí en la Franja de Gaza y alrededores. Dice muy suelto de cuerpo
que en Rafah se equivocaron, que algo salió mal, que no estaba planificado
arremeter en dicha zona, o sea, que pena, ni modo, un error más no tiene porque
complicarle la vida al sinionismo recalcitrante o al propio Primer Ministro
judío que a lo único que apunta es a retener el poder en las próximas
elecciones de su país, aunque los datos de la realidad le digan que debería marcharse
y cuanto antes. No lo hará, el poder es un narcótico que produce dependencia al
que solo la muerte puede ponerle fin.
Benjamín
Netanyahu es la máxima expresión del odio como peor expresión de la condición
humana, pero no es el único. Algunos colaboradores de Javier Milei en el
gobierno argentino decidieron esconder alimentos que tenían destino de
comedores populares, esos con los que sus habituales comenzales lograban no
morir de hambre gracias a los programas sociales. Mientras tanto, como algún periodista
apuntó, el país no tiene presidente, se gobierna con piloto automático,
mientras el libertario que lleva el look del Libertador José de San Martín, un
estilo retro republicanista que tiene confundido a más de uno, viaja, viaja y
cuando aterriza en España no tiene mejor idea que tachar de corrupta a la
esposa del presidente del gobierno, Pedro Sánchez. Repite lo que sus
ultrafachos amigos de Vox van diciendo, al nuevo estilo con que se han impuesto
las redes sociodigitales: Noticias falsas, acusaciones sin pruebas, agravios
como mecanismo de activación de la mentira que significa una nueva forma de
hacer política: El miente, miente que algo queda de Goebbels con el zurdos de
mierda, colectivistas, que ha llevado a la humanidad a su estadío más oprobioso.
No es casual, Milei respeta, admira y ha visitado a Netanyahu a las pocas
semanas de haber demostrado que en lugar de viajar al psiquiátrico, se le puede
decir al chofer que cambie de dirección y vaya para la Casa Rosada.
Jair Bolsonaro
demostró (2019 y 2022) en el Brasil que en el país de la felicidad futbolera,
de la necesidad interior de sambar en carnaval, en ese subcontinente, en el de
la incomparable bossa nova de Caetano Veloso, Vinicius de Moraes y toda esa
banda de fabulosos músicos, en ese país también se puede instalar el odio con
la pesada maquinaria de unas iglesias evangelicas fundamentalistas, unas
fuerzas armadas a las que había que actualizar en anticomunismo y unos
vigilantes de la moral, la justicia y las buenas costumbres asesinando a
activistas lesbianas como Mariel Franco con cuatro disparos en la cabeza
(2018).
El último truhán
se llama Donald (como el pato de Disney) Trump y amenaza con volver a ser
presidente de los Estados Unidos, a cuatro años de perder una elección a la que
tachó de fraudulenta (otro mecanismo de masaje manipulatorio masivo) cuando Joe
Biden recuperaba la Casa Blanca para los Demócratas y a los Republicanos no les
pareció mal que se asaltara el Capitolio en plan Golpe de Estado. Entonces, los
Estados Unidos de la perfecta democracia occidental, se convirtieron en una
patética película documental sobre república bananera o africana según lo dicta
Hollywood.
Netanyahu.
Milei. Bolsonaro. Trump. Todos ellos han demostrado que las combinaciones en
política y economía pueden romper con cierta ortodoxia para combatir a árabes
terroristas, zurdos de distintas tonalidades, pero todos de mierda, y cómo no,
a la “mariconería” como recién ha dicho el jesuita Papa Francisco. Quienes
quieran trabajar y militar en el odio, están en condiciones de aspirar a una
tranquilizante estabilidad laboral en esta sociedad del cansancio de la que nos
habla Byung- Chul Han.
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 01 de junio de 2024
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