“Del capitán de
los argentinos: Acá están los pueblos, las ciudades y nuestro suelo. Acá están
mis compañeros, los utileros, los ayudantes y todos los que se pusieron esta
camiseta. Acá están los clubes de barrio, las canchas de barro. Y las escuelas.
Acá están las alegrías. Las tristezas. Los abrazos y los llantos. Acá está mi
familia y la familia de cada uno de ustedes. Acá están los que ya no están. Acá
estás vos. Acá, en el corazón, está Argentina. Vamos todos juntos de nuevo.
(Que lindo es ser hincha de Argentina).”
A veces los
maestros de la creatividad y la redacción publicitaria son capaces de construir
piezas como esta que compendia toda una historia, la de millones de vidas
entrelazadas que asumen conciencia de ese entrelazamiento cuando juega la
selección argentina: Cinco millones de personas celebrando en plazas y avenidas
la obtención de la tercera estrella en diciembre de 2022, lo que cien líderes
políticos juntos no podrían lograr ni aunque renacieran una y otra vez.
El mensaje que inicia esta columna es tan
perfecto y emocionante que me hizo retroceder hasta 1978, cuando la celeste y
blanca ganó por primera vez una copa del mundo y empecé a comprender que el don
de la palabra y su relación con la pelota permitían que el ser humano expresara
su totalidad de la cabeza a los pies. Personas que juegan al fútbol, no
futbolistas a secas, como diría el procer del castellano futbolero, Cesar Luis
Menotti, nos enseñó que en el buen decir podrían estar guardados muchos
secretos de como llegarle mejor a aquél hombre que salta al verde césped con la
ilusión de hacer un gran partido y de entregarle a la gente de las gradas y a aquella
que aguarda frente al televisor, un espectáculo capaz de llenarle los ojos y
hacer que por sus venas corra la sangre de la felicidad.
Messi les habla
a los argentinos para convocarlos a la reinauguración del sueño y la ilusión de
un nuevo triunfo ahora que se viene una nueva Copa América. Lo hace leyendo un
texto con las pausas que le aconsejan quienes dirigen el audiovisual para
decir, para hablar, para traducir precisamente en palabra, todo lo que su incomparable
talento desata en la gente con los movimientos, los pies, las asistencias para
que alguno de sus compañeros convierta, las triangulaciones infinitas, los
amagues, las gambetas, con los disparos al arco con pelota en movimiento o esos
envíos de pelota parada que entran por las escuadras para sacudir las mallas,
allá donde los mejores porteros no llegan ni en su mejor vuelo. Messi también
puede emocionar con la palabra, como ya lo demostrara en la arenga a sus
compañeros en el vestuario antes de salir a la cancha del Maracaná para ganarle
a Brasil en Rio de Janeiro esa Copa América que la albiceleste pudo obtener
después de 28 años, sumando quince trofeos continentales para su palmares.
Las palabras que
pronuncia Messi certifican eso que el entrenador italiano Arrigo Sacchi dijera
con lucidez sobre este juego que desata pasión, militancia y fanatismo: El
fútbol es lo más importante de lo menos importante. Y eso menos importante
comprende una soberanía popular acerca de una forma de jugar, un territorio del
que ha nacido esa soberanía de estilo, una conciencia y una memoria histórica
que nos recuerda siempre que el fútbol es un proyecto colectivo con quienes
están en las canchas y quienes están afuera generando todas las condiciones
para que en los gramados las cosas sucedan de la mejor manera.
El fútbol es una
forma de ser desde cuando se comienza en el patio de la casa, en el callejón
del barrio, en la cancha de tierra del pueblito más recóndito y para que todo esto pueda materializarse están los
nuestros y las nuestras, los que nos dieron vida y a quienes trajimos al mundo.
El fútbol, en buenas cuentas, forma parte de nuestras construcciones históricas
y eso en Argentina lo tienen más claro que en otros territorios, lo mismo que con
la música, el cine y el teatro y cada vez menos con la política, allá donde el
chanterío es el lado B de la identidad, allá donde un presidente les dice, nos
dice, zurdos de mierda, a aquellos que admiramos a esos comunistas de
pensamiento y entraña que creen que el mundo como el fútbol es una obra
colectiva.
Messi está
jugando en el Inter de Miami con una camiseta rosada que ya se ha vendido por
millones. Se está retirando del fútbol en cámara lenta junto con sus más
queridos compañeros. Ahí están Luis Suárez, Jordi Alba y Sergio Busquets
abrazandosé con el, como en el potrero
jugando un picado a cualquier hora. Lo ha planeado todo en una combinación de últimos negocios como futbolista y de
geografía bien pensada: Juega en Estados Unidos donde ahora tiene lugar la Copa
América y en 2026 la Copa del Mundo. No
sabe si estará en condiciones de jugar un sexto mundial. Lo que siempre tiene
presente es ese “vamos todos juntos de nuevo”. Es el más grande futbolista de
todos los tiempos, por perseverancia y por conciencia de lo que son triunfo y
derrota. Aunque Menotti diga que fue Pelé.
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 15 de junio de 2024
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