lunes, 17 de septiembre de 2018

1 de octubre de 2018


La sabiduría y lucidez de Ana María Romero de Campero me enseñaron que este oficio del periodismo, por tratar a diario con la coyuntura como sustento fundamental en la elaboración de contenidos noticiosos y opinativos, es presa, muy frecuentemente, de la superficialidad y un margen de error en las apreciaciones temáticas que toca encarar, bastante más altos que los de otros oficios o disciplinas profesionales. En ese contexto miro hoy cómo algunos que en cierto momento de sus trayectos fueron periodistas, habitan la cotidianidad con el desagrado que les produce la persistencia de Evo Morales  en la continuación del ejercicio del poder para alcanzar los objetivos que se ha propuesto hacia 2025, cuando Bolivia deba celebrar el bicentenario de su fundación republicana. Ese desagrado ha afectado objetivamente la calidad y la transparencia con la que pretenden continuar sus carreras y los ha convertido en seres de trajes grises, que hasta por la inauguración de un nuevo estadio de fútbol se indigestan. Es aceptable y comprensible el ejercicio del conservadurismo o la simpatía por los amos del norte, pero que eso tenga que afectar el buen funcionamiento del estómago y el sentido del humor, resulta penoso y digno de una resignada tolerancia.
Dicho esto, y sin ninguna otra pretención que la de entregar este espacio del que dispongo en ANF, me planteo el desafío de hacer del Ahora, una especie de catapulta para la mirada que debe proyectarse en el tiempo acerca de acontecimientos que marcarán nuestra historia más allá de las frívolas refriegas electorales tan momentáneas como intrascendentes, y en esa lógica digo que el 01 de octubre de 2018 será un día fronterizo entre el antes y el después del problema marítimo, de una reivindicación a la que Bolivia nunca renunciará, sencillamente porque nació a la vida como país, con costa soberana sobre el Océano Pacífico.
En el juicio planteado por nuestro país ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, exigiendo la demanda de obligatoriedad a negociar que tiene Chile, Bolivia ha acertado por donde se vea: Estrategia sólida, abogados competentes y experimentados, un Embajador y Agente muy concentrado en su trabajo, al que jamás se le ha escapado un adjetivo agraviante en contra de ningún personaje de la política exterior chilena y un presidente del Estado, enfocado en conseguir que la comunidad internacional, a través de una de sus principales instancias multilaterales en materia jurídica, reconozca la existencia de un asunto pendiente de territorialidad y acceso al mar que la mismísima República de Chile se encargo de reconocer en distintos momentos del siglo XX y del siglo XXI.
A quince minutos de las diez de la mañana del 01 de octubre, a nueve días de recordarse los treinta y seis años de la recuperación de la democracia concretada el 10 de ese mismo mes de 1982, los jueces instalados en el Palacio de la Paz, habrán dicho su palabra y estamos casi convencidos que instando, a través de su fallo, a que Bolivia y Chile se sienten a conversar –lease negociar--, desde ahora respaldados por el derecho internacional, no para revisar el Tratado de 1904, no para que se nos devuelva Antofagasta, no para instalar una caricaturesca soberanía ya que eso debe quedar en el anecdotario de los escibidores de twitter, sino mas bien, para instalar un diálogo que esta vez no quede suspendido o mañosamente interrumpido, sino para buscar una solución en la que nuestros dos países, deberán encontrarla de una serie de alternativas que no dañen a Chile en lo más mínimo, y favorezcan a Bolivia en su irrenunciable vocación de regreso al Pacífico. Eso es todo. Para algunos es nada, para otros demasiado desafío, y complejo como cualquier laberinto, que después de haber ensayado varios caminos dentro de él,  tiene objetivamente una sola entrada y una sola salida.



Originalmente publicado en la sección Opinión de la Agencia de Noticias Fides (ANF) el 14 de septiembre.

lunes, 10 de septiembre de 2018

Demócratas light.com

Un buen amigo de sobrias costumbres, conocimiento apreciable de la historia de Bolivia y de los entresijos de la vida de las ordenes salesiana y jesuita, me aconsejó hace un par de meses decir públicamente por qué soy un renegado de la clase media, esa a la que por mi condición socio económica, pertenezco según ciertas categorizaciones sociológicas, aunque no me guste ni una pizca.

Pues bien, considerando sensato y oportuno el consejo de éste amigo, digo ahora que aprecio mucho a las clases medias de países como Argentina y Uruguay, inscritas en el discurso progresista y transformador de nuestra historia signada por desmembraciones, despojos, saqueos, opresión, violaciones a los derechos humanos y tutelaje político digitado desde Washington, y las aprecio y respeto, precisamente, porque una cosa es tertuliar con conocimiento de causa –lease de la historia y sus avatares—y otra hacerlo desde la sarta de prejuicios y vocación discriminatoria emparentada con el supremacismo, que ha caracterizado nuestra historia republicana, con barones de la plata, el estaño y la goma como referentes fundamentales que explican por qué los indios y las indias fueron reducidos a “mulas de carga”, invisibilizando y violando sus orígenes étnico culturales, su derecho a la vida y al trabajo digno, a la participación ciudadana y a la reapropiación de sus tierras y territorios.

La clase media con ínfulas jailonas (viene de high society, para los que no lo saben), esa misma que por obra y omisión, validaba golpizas impunes de dirigentes de organizaciones indígenas, campesinas y Sin Tierra en la plaza 24 de septiembre e inmediaciones de Santa Cruz de la Sierra (2006 – 2008), se ha refuncionalizado en “plataformas ciudadanas” que bajo la consigna del triunfo que por una nariz –51 contra 49—impediría la modificación del artículo 168 de la Constitución que habilite a una nueva postulación a Evo Morales, pretenden erigirse en la voz incuestionable de la democracia expresada en las urnas, ahora que aymaras, quechuas, guaraníes, y todos los pueblos y naciones originarias ya son bolivianos y bolivianas como nunca antes de 2006 lo fueron.

Cualquier manual básico de marxismo dice que existen solamente dos clases sociales  --proletaria y burguesa-- que han escrito la historia moderna de la humanidad a partir de las revoluciones francesa (1789) y rusa (1917), y en esa lógica, la aparición de las clases medias con todos sus matices en las sociedades urbanizadas del siglo XX terminan constituyéndose, según el argot callejero, en clases “a medias” –indecisas, ambiguas, pendulares, oportunistas--, y son las que determinan destinos electorales como sucediera el 18 de diciembre de 2005 que con un porcentaje definitorio, generó el acabose de las dos décadas de gobiernos neoliberales que administraron el poder desde el pacto, la componenda y la repartija, democracia de la que somos parte con sus pocas luces, todas sus imperfecciones y miserias, aunque parte de esa clase media le siguiera entregando su confianza a herederos de la dictadura y de la tecnocracia, con porcentajes de voto que no fueron suficientes para detener la carrera que Evo Morales ostenta como recordman difícilmente igualable de procesos electorales y en permanencia consecutiva en el cargo.

Esa clase media boliviana, que se alimenta de matrices de opinión cual si tratara de un recetario de repostería, utiliza palabras como las siguientes para defender sus pretendidas convicciones democráticas: “Dictadura. Dictadores. Caudillos. Castro-chavismo. Bolivia no debe llegar a ser como Cuba y Venezuela.” No incluye la palabra comunista porque no sabe que es el comunismo, y en realidad porque no sabe de qué consta la compleja historia boliviana antes de que arribaramos a este siglo XXI.

El único objetivo de esa clase media muy conservadora en la retórica familiar, pero absolutamente desmadrada en las redes sociales, es que “el indio tiene que irse”, que se debe “respetar la voluntad del soberano” y ahí juegan sus cartas los operadores financiados por los Ricky Ricones de la política criolla, disfrazados de “analistas políticos” en los medios, y camuflándose  en esas plataformas que como única certeza las mueve la inviabilidad de la candidatura de Evo y después que venga lo que sea, al final si el indio se va, lo que suceda a continuación es lo de menos: He aquí entonces las razones de mi absoluto rechazo a las clases medias bolivianas de barrio tradicional, esas que suscriben con la docilidad movida por sus prejuicios y su racismo, afirmaciones como que Evo ya es parte del pasado y como si en realidad el parque jurásico de la política boliviana no estuviera conformado por esos que vanamente quieren encasillar al MAS en el tablero de la partidocracia, cuando los aciertos y los grandes yerros del MAS son producto de otro tiempo y otra manera de hacer política en una democracia en la que nunca un solo partido contó con dos tercios de voto  parlamentarios.
La clase media, en términos generales, no tiene visión de país porque no lo conoce, porque su sentido de país comienza y termina en un par de gestos patrioteros aprendidos en las horas cívicas escolares. En realidad quiere el retorno al orden establecido de visibles e invisibles.  Sí tiene un listado interminable de prejuicios, de afirmaciones basadas en la prepotencia que otorgan algunas billeteras y cuentas bancarias, y en la histeria moralista que desatan ciertos excesos y desatinos producidos por el poder en sus distintas expresiones --económica, política, judicial, militar o policial--. Pretenden convertir el folklore y el anecdotario político en categoría histórica y por ello sus comentadores redactan y redactan manifiestos en los que queda confundida la lectura crítica con la operación política, formando parte, de esa manera, de los equipos detractores del evismo.  Son neutrales. No tienen partido, no tienen candidato, pero a la hora de la verdad votarán por los de antes, porque no han sabido participar de la construcción de un ahora. Viven de un eslogan machaconamente repetido donde se debe y puede, así como en lugares en los que la falta de respeto en la que incurren los tiene sin cuidado. 

Con todos estos argumentos, tengo que sentirme sereno y convencido, de caminar por la vida como un renegado de la clase media a la que pertenezco sin pertenecer. 


Originalmente publicado en la sección Opinión de la Agencia de Noticias Fides (ANF) el 14 de agosto.

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