La reina del papel couché, Isabel
Preysler, acababa de romper con Mario Vargas Llosa. Había decidido deshacer su
noviazgo de revista del corazón –¡Hola!- para terminar ahuyentando las miles de
hojas de papel ahuesado en las que descansan las soberbias novelas del escritor
peruano. Como recién había pasado a
formar parte del registro de los “ex” de Isabel, no se me ocurrió otra cosa que
traer a la memoria una canción de Julio Iglesias, el primero de los cuatro
célebres ex de esta señora filipina, reportera estrella de reinas, príncipes,
casas reales y otros lugares de diseño en los que el lujo es más importante,
por supuesto, que la fiesta de un chivo, donde se puede leer la historia
ficcionada de un dictador centroamericano, narrada con la rigurosidad y la
maestría del escritor arequipeño.
Julio Iglesias no sospechaba en
1987 cuando se publicó este su disco, que terminaría cantándonle “Un hombre
solo” sin querer queriendo nada menos que al úlitmo novio de la madre de sus
hijos, entre los que figura como primogenito otro cantamañanas igual que el, de
nombre Enrique, y que ha hecho de la pseudopoética para señoras que juegan al
bridge, la marca exitosa traducida en millones de copias vendidas por
continentes y mares.
Lo tenía bien merecido Vargas
Llosa, por arriesgarse a jugar a chico estupendo a los ochenta y pico años, con
una señora de setenta y pico, pero que parece de cincuenta. En el último tramo
de su vida, luego de descubierta una dolencia incurable de la que no se ha
sabido gracias a la discreción disciplinada de los suyos, retornó al redil
familiar limeño, arropado por Patricia, Alvaro, Gonzalo y Morgana.
Dicen que habían celos de por
medio. Dicen que eran incompatibles el vaporoso estilo de vida de Isabel, la
reportera estrella de ¡Hola! con la disciplina literaria de Mario. Dicen , por
lo tanto, que la vida del espectáculo público de alfombra roja es incompatible
con la de la cultura, las ideas, los libros, la ficción, la novela. Falso.
Vargas Llosa con el egocentrismo propio de su celebridad, creía que todo cabía
en un mismo sitio. Alrededor suyo. Que a su tercera edad, era suficiente con
que las erecciones fueran novela, cuento o columna de opinión donde exponía sus
esquemáticas ideas neoliberales anticomunistas, bañadas de rencores contra su
propio pasado como militante del boom literario latinoamericano de los 70-80.
Si de algo se salvó, Vargas Llosa
al haber roto con Isabel, es de haber dejado de ser padrastro temporal de
Enrique Iglesias, ese joven casado con la relampagueante tenista rusa Ana
Kournikova, que ha seguido por el insoportable camino paterno de la balada
romántica y nos ha taladrado de manera inmisericorde durante por lo menos dos
décadas cuando teníamos que escucharlo por culpa del taxista o el micrero de
turno. Desconsolado, el coqueto escritor comentó alguna vez cuando se alojó en
casa de su hijastro que “habían muchas canchas de tenis, pero ninguna
habitación apta para poder escribir”.
Finalmente, Vargas Llosa no
terminó como el hombre sólo de la canción. Fue un entusiasta militante de la
revolución cubana para pasar a converso rabioso neoliberal. Estuvo casado con
una tía. Estuvo casado con una prima, Patricia, que le reabrió la puerta de la
casa familiar para enfrentar su tránsito hacia la muerte: Infidelidad
perdonada. Además de sus dos hijos y una hija, ya tenía media docena de nietos.
Es Premio Nobel de Literatura. Ingresó por merecimientos en la academia
francesa. Fue candidato a la presidencia del Perú y perdió contra un outsider
(Alberto Fujimori) de origen cholo japonés, es decir que como político fracasó
y cada vez que lo recordaba seguramente sufría de tormentos, y cuando su última
pareja le dijo adiós, tuvo que saber, de manera definitiva, que en la vida no
todas son victorias del ego, sino que a veces se imponen motivos sentimentales
por fuera del control del oficio para escribir, todos los días, en los mismos
horarios, con disciplina jesuita.
Hay, sin embargo, un motivo para
seguir creyendo en el novelista peruano que dejó este mundo a poco de habe
cumplido 89 años y para ello hay que leer Tiempos recios” (2019) que recrea la
Guatemala de los años 50 cuando los Estados Unidos usando a la omnipresente CIA
auspició a Carlos Castillo Armas para derrocar al gobierno de Jacobo Arbenz. El
neoliberal de las columnas de El País de España, queda aquí suspendido por el
autor de ficción que se despacha sin concesiones en una descripción de los
métodos intervencionistas y tutelares de los gringos en América Latina. Es que
el subconciente colectivo es muy poderoso y con esto queda demostrada una
afirmación rotunda de Juan Rulfo: “La literatura es una mentira que sirve para
decir la verdad” y que el propio Marito enfocaría a partir de su libro de
ensayos “La verdad de las mentiras”. Vargas Llosa creyó que escribir dentro la
burbuja que le preparó Isabel era posible. Finalmente supo que la cursilería
también puede ser literatura y que en la profundidad más recóndita de su alma
nunca dejó de habitar un antiimperialista.
(Columna originalmente publicada el 31 de diciembre de 2022 y
actualizada debido al fallecimiento del escritor peruano).
Originalmente publicada en la columa Contragolpe de La Razón el 19 de abril
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