Las campañas
electorales resultan escuálidas para quienes se toman en serio la línea de
tiempo colonial, republicana y plurinacional. Cien días carajo. Un día carajo.
Ni un día, ahora mismo. Se farrearon la plata de las empanadas, es decir, del
gas. Quieren que seamos como Venezuela y Cuba. El modelo económico ha fracasado
(firmado, Andrónico Rodríguez). Evo será candidato si o si, de lo contrario no
habrán elecciones…¿De verdad creen que con este tipo de expresiones, con este
coyunturalismo barato, se resolverán los problemas del país que tiene
históricamente irresuelto el choque entre nación cívica y nación étnica?
(“Rescoldos del pasado, Conflictos culturales en sociedades postcoloniales”, Javier
Sanjinés, PIEB, 2009).
Impuesto el
nuevo tiempo cotidiano a través de las redes socio-digitales,
vivimos/soportamos la dictadura del aquí y ahora, prescindiendo del antes, del
ayer, del pasado como acumulación de memoria, sentido comunitario e identidad.
Todos los candidatos están en el juego,
llevados de las narices por la oligarquía tecnológica, incluidos aquellos que
se precian de ser antiimperialistas hasta el tuétano, pero que usan las redes
imperiales para hacer de las noticias falsas la narrativa que les permite
sostenerse en el debate político.
Ese lugar común
que dice que lo importante siempre queda pospuesto por lo urgente es en el que
hoy día navegamos hacia el 17 de agosto de 2025. Todos, absolutamente todos los
candidatos, neoliberales y nacional populares coinciden en que sin la
asistencia del crédito internacional no habrá manera de controlar la economía,
inyectando dólares al mercado, estabilizando los precios de la canasta básica
de alimentos y regularizando la
provisión de combustible que permita recuperar la normalidad que permite el
contar con diésel y gasolina, necesarios para un considerable espectro de las
actividades productivas.
Las fórmulas
para remontar este momento adverso de la economía nacional borran fronteras
ideológicas. Unos acudirían al Banco Mundial y al Fondo Monetario
Internacional, los otros persistirían en que los grandes negocios pasan por
tratar con China y Rusia, que no se meten en listas de comandantes y ministros,
en tanto su pragmatismo no pasa por el intervencionismo en los asuntos internos
de países dependientes como el nuestro. Esto significa que quedará otra vez
pospuesta la discusión estructural de por qué no podremos tener otra cosa que
estas dos bolivias a las que el ya citado Sanjinés caracteriza de la siguiente
manera: “Las concepciones de nación cívica
y de nación étnica deben ser consideradas como dimensiones problemáticas
de un mismo fenómeno: la construcción del Estado-nación. La búsqueda de una
ecuación entre ambas nociones, entre, por una parte la nación como una
comunidad política de ciudadanos, y, por otra la nación como una mezcla de
culturas, fue en el pasado y sigue siendo hoy, una lucha constante en el
imaginario político de las sociedades latinoamericanas."
Lo cívico, tal
como lo señala la práctica del Comité Pro Santa Cruz es negación de lo diverso
y potente expresión racializadora, mientras que lo étnico trae lo ancestral, lo
originario, como marca del pasado-presente que se transfiguran en un solo
tiempo: Aymaras, quechuas, guaraníes y todos los pueblos indígenas desde el
antes, desde siempre y con marca distintiva en el ahora debido a la constitucionalización
de esa “mezcla de culturas” a la que se refiere Sanjinés y que se traduce en la
puesta en vigencia del Estado Plurinacional.
En otras
palabras, este asunto hace a la esencia
de los orígenes de lo boliviano, antes y después de la fundación republicana, y
fueron el MNR el siglo pasado (Revolución de 1952) y el MAS-IPSP en sus dos
primeras gestiones gubernamentales, las únicas dos expresiones políticas en
nuestra historia que se tomaron en serio la reorganización de la sociedad desde
la mestización de lo indígena (campesinos) y desde la inclusión a la ciudadanía
desde lo originario campesino con resultados que a ojos vista resultan
inacabados, imperfectos y que mantienen dicha cuestión nacional medular en la
suspensión contínua de su tratamiento. El político que no quiera entender que
Bolivia es un país de indios, nunca entenderá la esencia identitaria del país,
y como consecuencia, seguirá funcionando con la insuficiente lógica de la
receta economicista.
El Estado
Plurinacional es un proceso inacabado y un proyecto político interrumpido por
la división y la autodestrucción, crisis que por supuesto los agentes del
capital transnacional culturalmente uniformizante están aprovechando para
recuperar el poder estatal que perdieron hace ya más de dos décadas.
Si los muy poco
letrados políticos bolivianos y varios de ellos, enemigos del pensamiento y de
la memoria, leyeran “El espejismo del mestizaje” (2004) y el ya citado
“Rescoldos del pasado” de Javier Sanjinés, profesor asociado de Literatura
Latinoamericana y de Estudios Culturales en la Universidad de Michigan, EE.UU.
podrían comenzar a salir del estado de ignorancia sobre su propio país en el
que deambulan desde hace por lo menos cuatro dècadas.
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 28 de junio
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