Pep Guardiola se convirtió en la
confirmación de todo cuanto Cesar Luis Menotti pregonaba desde los años 70
sobre el juego a partir de una militancia, de una visión del mundo. Definió que
el catalán era el Che Guevara del fútbol. Fue en 2014 que el más talentoso
pedagogo de la palabra futbolera en castellano pronunció las últimas palabras,
tajantes e irrebatibles: Jugar bien puede ser una cosa para unos y muy distinta
para otros. De lo que ya no hay duda es en que consiste jugar lindo. La
inteligencia, la claridad conceptual y el buen decir, fueron características de
este que nos enseñó a amar el fútbol como manera rotunda y lúdica de amar la
vida. Extrañaremos tanto al Flaco, con la certidumbre de que siempre estará
entre nosotros. A continuación el texto (originalmente publicado en 2014 y
ahora con algunas actualizaciones) que homenajea a ese flaco, fumador
empedernido que partió a los 85 años, víctima de una anemia severa:
Cómo le pega Leonardo Pisculichi
de media distancia. Para disparar al arco o para enviar centros perfectos a sus
compañeros mejor habilitados. Cómo le
pega Neymar Jr. que le hizo el segundo
al PSG con la clase de los que saben, desde fuera del área y con el ligero
efecto que hace del remate, pelota inatajable. Cómo le pega Marcelo Martins que
anotó uno de bolea en su cierre de temporada para ser nombrado el mejor
extranjero del Brasilerao. Pisculichi estaba de regreso de Qatar con treinta
años y el ojo clínico de Marcelo Gallardo sirvió para que un jugador en
retirada se convirtiera en la manija de River Plate para conquistar la Copa
Sudamericana. Pasar bien y recibir bien son fundamentos ineludibles con los que
debe contar un buen futbolista, pero pegarle con precisión y puntería pueden
encausar triunfos como el obtenido por los de la banda roja frente a Atlético
Nacional de Colombia, o el Barcelona dando vuelta un marcador en partido de
Champions, o el Cruzeiro cerrando la temporada con un año fabuloso para el más
importante jugador boliviano fuera del país.
Siempre convencido que el buen
trato de la pelota es el que marca las diferencias de calidad entre unos y
otros –para pasarla, para gambetear, para pegarle de lejos--, me reencontré con los orígenes que me convencieron
de que el fútbol es un espectáculo para pensar. Esos orígenes están
exclusivamente vinculados a mis ávidas lecturas de El Gráfico en 1978 cuando
César Luis Menotti, además de ser el seleccionador argentino, fue el locuaz
narrador de una aventura entremezclada por jugadores bonaerenses con otros de
provincia, que terminaría con la obtención del primer título mundial para la
albiceleste.
Pues bien, el número de El
Gráfico del último mes de 2014 se presenta con un primer plano del Menotti
actual (76 años), canoso, surcado en su rostro por el transcurso del tiempo,
quién ofrece respuestas a ciento veinte preguntas y cero cigarrillos luego de
haber sido fumador empedernido, que lo confirman como al entrenador que nos
enseñó que el fútbol es jugar bien, pero que para ello, aparece como casi
imprescindible contar con el maravilloso instrumento de la palabra para
vehicular una manera de comprender y explicar el juego, y para eventualmente
rebatir tantos falsos debates acerca de la asociación que se hace entre buen fútbol
y resultado.
A Menotti le debemos infinitas
reflexiones, incontables ejemplos, ácidas comparaciones y rivalidades que vale
la pena sostener, en el convencimiento de que siempre será un buen ejercicio
intelectual combatir a los detractores del discurso creativo, los portavoces y
hacedores de la practicidad, del camino vertical y simplificado, de la espera
antes que de la búsqueda, del ponerse a buen resguardo antes que arriesgar, de
los cultores de la falta táctica para anular la inventiva del otro, en la
medida en que se carece de prosa o poesía propias. Y es justamente en estas
coordenadas que el fútbol seguirá invariablemente siendo juego antes que botín político, --a pesar de haberse
convertido en un negocio descomunal-- ese que el propio Flaco calificó alguna
vez: “Amo el fútbol, pero su entorno me pudre”.
Menotti fue mi maestro por
entregas semanales de la legendaria revista argentina. Me enseñó a mirar el juego
apreciando la sensibilidad de los artistas que terminan dominando la pelota con
todos sus misterios de trayectorias o inexplicables desapariciones, y es a
partir de él que pude entender mejor lo que hizo Brasil del 70, Holanda del 74
y el Barcelona de la prodigiosa década de la santísima trinidad, Messi, Xavi e
Iniesta. Justamente en esta conversación con el periodista Diego Borinsky
encontramos, como si se tratara del hallazgo que nos faltaba para completar el
rompecabezas de nuestras convicciones, el siguiente criterio sobre lo hecho por
Josep Guardiola en La Masía y el Camp Nou: “Lo de Guardiola fue un huracán devastador,
arrasó con toda la trampa y la mentira, los aniquiló de tal manera que ahora
hasta los italianos quieren tener la pelota y jugar. El único que cada día
juega peor es Brasil.” Y cómo para hacer más ilustrada tan rotunda
afirmación, completemos el panorama con esta otra: “Fueron asesinados por Guardiola.
Felizmente asesinados, los decapitó, les cortó la cabeza, las patas, se acabó,
no se puede hablar más, porque ahora Guardiola va a Alemania y mete 7 goles, o
como el otro día, que su equipo hizo 35 toques y la empujaron adentro del arco.
Se acabó. Esto no quiere decir que no se pueda ganar de la otra manera, eh, pero eso que ello pregonaron
de que no se puede ganar jugando lindo, eso que hay que ganar y punto, se
acabó. Ahí tenés a Guardiola: juega lindo, te ganó 16 títulos, les rompió el
culo a todos, inventó a un montón de jugadores. A Piqué lo trajo por dos mangos
de Zaragoza, Puyol decían que era un burro que no podía jugar y la rompió.
Iniesta era suplente. Se acabó. Los decapitó.”
¿Qué más? Para fines de
comprensión del contexto boliviano es bueno recordar algunas frases convertidas
en eslogans, proferida por algunos jugadores de nuestra liga: “No importa si
jugamos mal, lo importante es que ganamos” o “hay que ganar como sea”. Listo.
Son esos mismos jugadores los que culpan al sol, la luna, las estrellas, la
lluvia, el estado del campo, los árbitros y cuantas excusan encuentren en el
camino para justificar su mediocridad o las limitaciones inocultables de sus
desempeños. He aquí entonces la explicación de por qué inicio este texto
refiriendo las virtudes de tres futbolistas –Pisculichi, Neymar Jr, Martins--
que demuestran lo que son con la pelota y no por lo que no pudieron conseguir
en la vida. He aquí la explicación de por qué en Bolivia no hablamos de fútbol
como nos lo propone Menotti, porque puede resultar incómodo el desmontaje de escuálidas
propuestas tácticas basadas en la espera y en el contraataque tal como
consiguió en gran medida The Strongest su tricampeonato: Jugando a lo Tigre,
con valentía, tantas veces feo y casi siempre pensando primero en el cero en
arco propio. Así de pobre es nuestro “profesionalismo”, en el que se debate
sobre la filosofía de la papa frita y casi nada sobre cómo tratan la pelota
nuestros equipos.
Han transcurrido cuarenta y seis desde
que Argentina ganara en el Monumental de Buenos Aires su primera Copa del Mundo,
y la marca rosarina de Menotti sigue indeleble, así como las de paisanos suyos,
igual de valiosos por su inteligencia y claridad conceptual para comprender el
juego como Marcelo Bielsa, Jorge Valdano, Lionel Messi, o Norberto
Fontanarrosa. Así, con personajes de tan grande credibilidad, el fútbol,
continúa siendo una extraordinaria aventura a descubrir y conquistar todos los
días en el verde césped.
Originalmente publicado en el suplemento Escape de La Razón el 19 de mayo de 2024
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