Nunca antes la
derecha en Bolivia había sido tan impresentable. Es de vergüenza, pero sus figuras
hacen papelones sin sonrojarse. A la hora de obstaculizar decisiones
parlamentarias como la aprobación de créditos, la derecha es evista, porque
junto con dicha ala masista se ha puesto de acuerdo para boicotear al gobierno,
por ahí, en una de esas les sale de chanfle y logra el tan ansiado acortamiento
de mandato del Presidente Arce. No por otra cosa el Vicepresidente David
Choquehuanca ha etiquetado como troika a la sociedad antigubernamental Evo–Mesa–Camacho
que se manifiesta en la Asamblea Legislativa.
El otro
escenario es el de los magistrados autoprorrogados que un par de días antes de
la finalización de 2023, es decir, antes de autoprorrogarse, determinaron la
inhabilitación a una nueva candidatura a la presidencia de Evo Morales, asunto sobre
el que dos de esa misma troika, los golpistas Mesa y Camacho, se transfiguran
en antievistas y se alinean con el discurso de algunos personeros
gubernamentales que afirman sin lugar a dubitaciones que el todavía vigente
Presidente del MAS no puede volver a ser candidato debido al pronunciamiento de
la Corte Interamericana de Derechos Humanos que en 2021 desahució el argumento
de la candidatura presidencial como un derecho humano.
La derecha
conformada por las también divididas Comunidad Ciudadana (CC) y Creemos es por
lo tanto evista para bloquearle al gobierno la posibilidad de recuperar oxígeno
económico con la materialización de créditos internacionales hace más de un año
gestionados y es arcista para bloquear la candidatura presidencial de Evo Morales.
Esta conducta bipolar podría tener sentido si de lo que se tratara es de
debilitar al MAS en sus ahora bien diferenciadas expresiones partidarias, una
en el gobierno despojada de gobernabilidad parlamentaria, la otra, cabeza de la
oposición que sustenta su estrategia en mostrar a Luis Arce como a un traidor
autoritario, inepto y vendido a la derecha.
Avejentada y
demacrada, la derecha boliviana sigue bailando al ritmo que impone el MAS, --o los
“mases”--, debido a que todo servirá para que se haga pedazos por dentro como
efectivamente está sucediendo y de esa manera se generen las condiciones para
sacarle ventaja a los destrozos ajenos, porque desde 2006 fue incapaz de hacer
lo que pudieron Paz Estenssoro, Paz Zamora, Sanchez de Lozada y Banzer que
consistía en una idea de país, en una proyección sobre su futuro basada en los
preceptos político económicos del neoliberalismo. Son tan poco inspirados los
actores de la derecha de hoy que ni siquiera encontraron una manera viable de
construir un proyecto con la ventaja que permite un golpe de Estado y las
limitaciones de movilizaciones sociales que imponía una pandemia. Ni siquiera
así supieron encontrar la manera de enfrentar al MAS para intentar derrotarlo en
la cancha electoral. Sólo pudieron con un derrocamiento inconstitucional que
les duró un cuarto de hora.
La derecha es
arcista. La derecha es evista. En buenas cuentas, la derecha en Bolivia se ha
hecho en las dos últimas décadas, repetitiva, desangelada, carente de talento
político e incapaz de erigir liderazgos.
Está volviendo a decir que la fórmula para ganar en 2025 es la unidad,
esa que no pueden conseguir hace veinte años y que pone en evidencia su falta
de confianza en si misma. La unidad tenía algún sentido cuando el MAS era una
roca indestructible y no ahora que está fragmentado, lo que significa que
subconcientemente tiene alojada la idea de la indestructibilidad azul cuando ya
no pueden quedar dudas de que tal cosa ha terminado por cambiar y parece que
irremediablemente desde 2022.
Sucede, si
profundizamos el análisis, que la derecha, desde sus entrañas, desprecia a la
Bolivia nacional y popular. Que volverá a apostar por candidaturas de soplar y
hacer botellas, por lo que no hay para que incomodarse concibiendo una
estrategia nacional con visión de país. No importa, al final de cuentas, como
el MAS está hecho trizas, piensan, llegarán al gobierno más facilmente de lo
que parece, lo que significa que pierden de vista que si algo ha promovido el MAS
en su mejor momento, fue transformar las condiciones para que la sociedad desde
su identidad indígena y campesina comenzara a intervenir en decisiones
ciudadanas que hasta antes de 2006 miraba de lejos.
Hay en este
momento por lo menos diez precandidaturas presidenciales, tres organizaciones
partidarias nacionales todas ellas divididas en dos o o tres facciones, y algún
jubilado que perdió la personería jurídica de su partido que amenaza con
volver, pero si en este escenario de incertidumbre y fragmentaciones varias, la
derecha se resiste a comprender que las organizaciones sociales de hoy ya no
son las mismas funcionales a sus intereses de ayer, significará que pretende
ningunearlas como en los 80 o en los 90, y consecuentemente el fracaso y la
violencia política volverán a quedar a la vuelta de la esquina.
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 27 de julio de 2024
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