Dice el escritor
chileno Ariel Dorfman que al presidente del Ecuador, Daniel Noboa, le hubiera
sido suficiente con leer “El derecho de asilo” (1979) de Alejo Carpentier para
no decidir el asalto policial a la Embajada de México en Quito con el objetivo
de llevarse a las rastras al ex vicepresidente Jorge Glas por hechos de
corrupción. De esta manera, el autor del celebre “Para leer al Pato Donald”
escrito junto a Armand Mattelart (1972) ejemplifica la indisimulable falta de
lecturas de la que hacen gala los líderes de nuestro continente, eventualmente
gobernantes en cada uno de nuestros países.
Si Noboa hubiera
leído a Carpentier, se hubiera enterado por comparación que a Glas le esperaba
una reclusión voluntaria con privación
de libertad de movimiento, que es la del
refugio político según lo dicta la Convención de Viena acerca del asilo al que tienen
derecho quienes son perseguidos y amenazados en sus derechos como ciudadanos.
Si el presidente ecuatoriano no hubiera decidido violar de la manera más obscena
el derecho internacional, Glas estaría ahora preso, dirían algunos que en una
jaula de oro, pero preso al fin, como le sucedió por siete años a Julián
Assange que vivió refugiado, vaya que casualidad, en la Embajada de Ecuador en
Londres y al que el presidente Lenin Moreno le quitó la ciudadanía otorgada por
su traicionado antecesor Rafael Correa y por supuesto que el asilo político
para que la policía inglesa se lo llevara detenido.
La presidenta de
facto, Jeanine Áñez, estuvo a un paso de cometer abuso parecido, vaya que
casualidad, con la misma Embajada de México, pero en La Paz, cuando el régimen
transitorio y golpista comenzaba a vivir una borrachera de poder sin resaca, ordenando
instalar reflectores que no dejaban descansar por las noches a ex ministros y
otros colaboradores del gobierno de Evo Morales que se refugiaron en dicha
legación diplomática para de esta manera ponerse a salvo de la cacería
encabezada por el Ministro de Gobierno, Arturo Murillo y la Canciller Karen
Longaric que negó la otorgación de salvoconductos a la mayoría de los que
estaban allí, seguro que en su pensamiento más íntimo, para sentarles la mano a
esos masistas de mierda.
La entonces Embajadora
mexicana, María Teresa Mercado, terminó siendo declarada persona non grata que entre noviembre y diciembre de 2019 honró la
tradición histórica mexicana del asilo político, protegiendo a quienes se
habían refugiado en su residencia, situada entonces en la exclusiva Rinconada
de la zona Sur de La Paz. Quienes estuvimos por allí entre el domingo 10 y el
miércoles 13 de noviembre de 2019 apreciamos la profesionalidad y la diligencia
hospitalaria con que el personal mexicano boliviano dispuso las cosas para
preparar una estadía de más de diez personas que se prolongó por el año en que
gobernó Áñez entre la pandemia, los negociados, las masacres y las violaciones
a los derechos humanos de un par de miles de ciudadanos a los que se persiguió,
encarceló, y torturó por el sacrilegio de haberse manifestado en defensa de la
permanencia de Evo Morales en el gobierno hasta que concluyera su mandato.
Es bueno que
quienes no lo saben, se enteren ahora que la Embajadora Mercado acompañó a Luis
Arce Catacora, entonces ex Ministro de Economía, hasta la puerta del avión con
el salvoconducto en mano que autoridades policiales pretendían desconocer, con
intentos de evitar que el ahora Presidente del Estado pudiera partir hacia
Ciudad de México. (Tema del que conversamos en el breve ciclo televisivo
“Memoria” por ATB Red Nacional el domingo 14 de noviembre de 2021).
La ahora ex
embajadora en Bolivia --hace poco nombrada Subsecretaria del Ministerio de
Relaciones Exteriores con responsablidades de dirección de la política exterior
mexicana con África, Asia Central, Asia Pacífico, Medio Oriente y Europa—trabajó
con rigor y firmeza durante esos difíciles días en que sus breves relaciones
con la Canciller Longaric se hicieron tensas, pero si esto no fuera poco, la
visita del yerno del propietario de la casa de la residencia que ocupaba María
Teresa Mercado, puso en evidencia eso que popularmente se llama aprovecharse
del pánico. El solícito yerno del dueño
de casa, Raúl Garafulic Lehm, fue a pedir un incremento del 50 por ciento del monto mensual del alquiler,
con el folklórico detalle de que por el pago mensual del contrato este no
emitiría factura. Para quienes todavía tampoco lo saben, Garafulic, que se
mandó a cambiar del país, fue el propietario del desaparecido diario Página
Siete que dejó a la vera del camino a sus periodistas y trabajadores impagos
por varios meses de salarios y sin la posibilidad de cobrar beneficios
sociales.
Entre la falta
de experiencia literaria de Noboa, la traición y el atropello de Lenin Moreno y
el apriete de Garafulic a la embajadora de México no puede haber dudas que lo
pintoresco y lo cínico pueden terminar convirtiéndose en sinónimos.
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 04 de mayo de 2024
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