El juego diplomático que permite
diferenciar a enemigos de adversarios funciona cuando en el corazón de una
sociedad no se encuentra instalado el odio. Eres mi adversario en la cancha y
cuando termina el partido podemos tranquilamente tomarnos un par de cervezas en
el mejor plan, intercambiando criterios y argumentando con serena civilidad
nuestras diferencias. Sería ideal que así funcionara la pluralidad democrática,
pero desde que el exitoso progresismo latinoamericano, desde que los
triunfantes líderes de nuestra izquierda con fuerte acento nacionalista
demostraron que el Estado podía ser el motor de la equidad y de la estabilidad
económica y social, los odiadores antimasistas, antichavistas y anticastristas
cargaron las tintas, y tantas veces los bates de beisbol y las armas de fuego
para eliminar en modo asesinato político, a indigenas, negros, homosexuales,
chicas trans y otras identidades alternativas anti sistema. Referencias: Donald
Trump y Jair Bolsonaro.
En buenas cuentas, sentimos el
odio soplándonos las nucas durante los cruentos días del golpe de Estado
encabezado por Mesa, Camacho, Áñez, Murillo, Ortíz, Carvajal y toda esa cáfila
de fracasados electorales que viven en modo masturbatorio, que ya bastante
debilitados continúan buscando dónde se encuentra la pócima para hacer del MAS
el cadáver necesario a esos intereses que pretenden contradecir la resistencia
popular, las luchas sociales, la defensa de los recursos naturales, y las batallas por imponer una legítima
autodeterminación que nos permita prescindir por más de una década de Embajador
o Virrey de los Estados Unidos y se le diga No, con firmeza ideológica y
claridad técnica, al Fondo Monetario Internacional (FMI).
No hay fuerza imperial que pueda
doblegar la historia emancipatoria de obreros, campesinos e intelectuales
progresistas y como comprueban a diario cómo se acabaron sus privilegios de
clase, los neofascistas salen de sus madrigueras con toda la violencia
impulsada por su odio obsesivo y esos, por supuesto que no son adversarios, son
nuestros enemigos en nombre de la historia, la liberación nacional y la lucha
por una vida digna y justa para los de abajo.
El editor- operador de una página
digital que publica una fotografía en la que aparezco, con fines de persecución
y linchamiento no es un adversario de ideas, es mi enemigo con el que no hay
reconciliación posible. Ese mismo editor y operador de los gringos, que para
guarecerse bajo un paraguas gremial hace sana-sana con la periodista que
escribió contra el, por haber defendido a un feminicida sigue siendo mi enemigo
con el que reconciliación es una palabra inexistente, aunque alguna vez yo le
consiguiera trabajo como jefe de redacción en un diario. La presidenta de
Derechos Humanos que dice que un puñado de motoqueros que golpean “masistas” es
una “resistencia necesaria”, no es mi adversaria es mi enemiga. El supuesto
periodista de El Deber que escribe en su cuenta de Twitter que al magnicida
frustrado de Cristina Kirchner “le falto ensayar”, no es mi adversario, es mi enemigo,
porque sus palabras lo evidencian como a un fascista que considera que la
eliminación física es el camino para recuperar el orden conservador y
excluyente.
No hay proceso político
consistente y coherente si no se tiene claro quién es el sujeto histórico y
quienes son los enemigos que siempre han perseguido a ese sujeto histórico para
acallarlo en forma de masacres militares y represiones policiales como ha
sucedido en Sacaba-Huayllani, Senkata y El Pedregal. Mujeres y hombres haciendo
flamear wiphalas en las carreteras son enemigos de la reacción, del neoliberalismo
derrotado y del racismo, ese que produjo 37 muertos en noviembre de 2019, y que
insisten de manera delirante que no fueron producto de un asalto al poder que
aquí y en cualquier otra galaxia se llama Golpe de Estado.
A los enemigos que no soportan
que en la historia de Bolivia nadie podrá quitarnos lo bailado con el
empoderamiento de lo indígena originario campesino hay que combatirlos todos
los días, con la fuerza de las ideas y la contundente demostración de las
verdades históricas que nos constituyen y desde 2006 potencian nuestra
pluriidentidad, y nuestra voluntad de nunca más someternos al tutelaje de los
que se llevaron siempre nuestras riquezas a insultantes precios de gallina
muerta, gracias a cipayos como Paz Estenssoro, Banzer o Sánchez de Lozada.
Este es un alegato desde la
izquierda. Desde el periodismo con identidad y absoluta claridad ideológica. No
vamos a atacar a nadie. No vamos a buscar revanchas que envilecen y degradan el
espíritu, pero si vamos a seguir combatiendo, con nuestra palabra crítica y
nuestro compromiso con las mayorías que forman parte del campo popular, a todos
esos cultores del odio, muchos de ellos pretendiendo pasar por periodistas, que
han hecho de ese odio y la persecución en sus variadas formas, su modus vivendi.
No son adversarios, son nuestros enemigos.
Originalmene publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 24 de septiembre
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