Muchos años antes de su muerte,
Fidel Castro, el comandante eterno de nuestra Cuba revolucionaria instruyó con
claridad y determinación que no quería su nombre y su efigie en ninguna obra
material. En otras palabras, decidió que su nombre quedara tatuado en corazones
y entrañas por decisiones estrictamente personales, así como tuvo que
sorprenderse cuando su legendario rostro barbado fue dibujado para siempre en
la pierna izquierda de Diego Armando Maradona.
Fidel ha pasado a la historia
como el líder de una obra humana heroica y conmovedora para los progresistas
del mundo y como el autócrata demonizado por los conservadores y los creyentes defensores
de la tramposa democracia plural del mundo capitalista. Esa obra se llama Revolución y todavía sigue
siendo bloqueada por los sucesivos e imperiales gobiernos de los Estados Unidos
que no pudieron, ni con 638 intentos de asesinato, eliminar la consigna
histórica ¡Patria o muerte! que ya ha trascendido la misma existencia de ese
abogado graduado en la Universidad de La Habana y que ha gobernado un país
–transformándolo-- de manera contínua durante más de medio siglo, y que en el
ranking de permanencia en el poder, sólo queda detrás de Lilibeth, la Reina
Isabel Segunda del Reino Unido, que ha fallecido luego de siete décadas
ostentando la corona en forma de sombreros de colores desde el palo de rosa más
delicado hasta el amarillo más chillón.
Guardando las distancias, en
nuestros pagos, el presidente Luis Arce acaba de entregarle el Cóndor de los
Andes a la inmensa y entrañable Matilde Casazola, poeta y cantautora que ha
consagrado su vida a escribir y a cantar, y que es parte del patrimonio histórico cultural de Bolivia. A
sus once años ganó un premio de Juegos Florales, lo que significa que viene
dedicada a la música y a la poesía, siete décadas. ¿Cómo pasará a la historia
nuestra Matilde? Simple y llanamente con sus canciones que se podrán seguir
escuchando con emoción ahora y después.
Leo la biografía de Fidel escrita
por Katiuska Blanco y compruebo que la desinformación sobre la revolución
cubana, la invisibilización de las grandes transformaciones producidas en la
Isla se debe a una estrategia perfectamente articulada por los grandes aparatos
mediático ideológicos de Occidente, que han pretendido estereotipar y
frivolizar la figura del líder, de la manera en que se van edificando los
legendarios personajes del comic, a los que siempre considero agentes de la
CIA, provistos de magia y espectáculo cinematográfico de alto vuelo en materia
de efectos especiales. Veo la serie
televisiva “The crown” en sus cuatro temporadas, y compruebo la importancia identitaria,
cultural y geopolítica de Lilibeth, mandamás de una casa real donde se imponen
costumbres enraizadas por varios siglos y que por supuesto provocan gestos de
admiración y respeto, así como de rechazo e indignación de quienes consideran a
las monarquías , artefactos estatales vetustos, anacrónicos y que deberían ser
definitivamente abolidos. Y escucho a Matilde Casazola, a través de su propia
voz, y de muchas otras “Desde lejos yo regreso/ Ya te tengo en mi mirada/ Ya
contemplo en tu infinito mis montañas recordadas/ Desde lejos, desde aquellos
horizontes que se escapan/ Hoy regreso a tu infinito Pachamama Pachamama”. Y
así, uno va construyendo su propia memoria histórica, archivo de la vida para
compender y sentir los entrecruzamientos de pasado-presente-futuro.
Recodaré siempre a Fidel como al
líder más importante de la historia de América Latina. Al líder de los pobres,
los obreros y los campesinos triunfantes desde 1959. A Lilibeth como la jefa de Estado en que los
contenidos y formas fueron importantes en las mismas proporciones. Y a Matilde
la leeré, la escucharé, a través de su propia voz y y de otras tantas que han
multiplicado su talento para la palabra y la música.
Uno recuerda a los personajes de
su propia vida, como ellos mismos van construyendo, tantas veces de manera
subconciente, cómo quieren ser recordados.
Y ahora que está metido en una “champa” guerra, de esas que la mayor
parte de las veces terminan en anécdota, no recordaré a Evo Morales por estas
nimiedades, y como no parece empeñado en proyectar su imagen en plan
trascendental, será mejor que cada uno decida con que pedazo de Evo se queda.
Yo me quedó con el marchista de las carreteras, el propiciador de la inclusión
social definitiva y revolucionaria de la Asamblea Constituyente, y el
nacionalizador de nuestros recursos naturales, con los que Bolivia comenzó a
caminar por los senderos trazados por indígenas, campesinos, y trabajadores de
las ciudades. En otras palabras, con el mejor Evo, con el que supo hacer de su
presidencia, el escenario para la emergencia única e irrepetible de los de
abajo, como nunca antes se pudo en nuestra historia colonial y republicana.
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 10 de septiembre
No hay comentarios:
Publicar un comentario